Ostento el contradictorio honor, compartido ex aequo con mi melliza, de ser el menor de diez hermanos. A los dos nos llegaban, por vía jerárquica, mimos y martirios, no siempre equitativamente repartidos, de ocho especímenes consanguíneos precedentes que, entre las peculiaridades de su anillo genético que era el nuestro, tenía marcado de forma indeleble el cromosoma CH de chinche, transmitido por vía paterna. Quiere decirse que nosotros dos, integrantes de la base de la pirámide ecológica, éramos el banco de pruebas de las maquinaciones irritantes de todos los demás, en ocasiones sin solución de continuidad. A un servidor, de rebote, le tocaba también sufrir las diabluras mortificantes de la melliza, una manejanta de tomo y lomo que me tenía cogido el pan debajo del sobaco y que chinchaba de manera inmisericorde incluso mientras dormía. En fin, así íbamos curtiéndonos para enfrentarnos al espacio exterior. Una de las torturas que nos infligíamos en aquellos benditos años, con la que parece que nos adelantamos a los tiempos revueltos que corren, era la que dimos en llamar El aire es de todos. Amparados en esta máxima inapelable, el invento consistía en colocar el dedo índice a escasos milímetros del ojo de nuestra víctima al tiempo que repetíamos machaconamente el lema del suplicio junto a su oreja. Las sesiones duraban lo poco que la paciencia del sujeto pasivo y acababan normalmente a mamporros, porque ya me dirán quién aguanta mucho con el dedo de un chinche recalcitrante rozando tus pestañas mientras te moja los tímpanos con el sonsonete.
Digo que parece que nos adelantamos a los tiempos porque la situación me recuerda mucho a esta moda recientemente importada del “escrache”, no sólo por la similitud de su puesta en escena atosigante, sino también porque, igual que nuestro chinche infantil, tiene un planteamiento teórico irreprochable pero una resolución práctica con difícil equilibrio. El diccionario de la RAE define escrachar, en segunda acepción, como “fotografiar a una persona”. Quizás por ahí esté el sentido de las acciones que están llevando a cabo los miembros de la PAH con la señora Colau a la cabeza, en el hecho de retratar a aquellos políticos supuestamente culpables de la tragedia social que suponen los desahucios y exponerlos ante la opinión pública en una especie de picota virtual. Creo que eso entra limpiamente dentro del llamado juego democrático y hay mil maneras de conseguirlo en esta sociedad cada vez más interrelacionada a través, entre otros mecanismos, de redes sociales y medios de comunicación. Hacerlo de la forma energúmena que han elegido, agobiando y persiguiendo a los estigmatizados hasta las puertas de sus casas con insultos y gritos, sin respetar familia ni vidas privadas no se ajusta, en mi opinión, a unas mínimas exigencias democráticas, al tiempo que trae consigo el efecto perverso de poner en contra de esta organización, que creo absolutamente necesaria y con unos fines que muchos compartimos, a una parte nada desdeñable de la opinión pública. He seguido a la señora Colau en su periplo por el circuito habitual de púlpitos televisivos y en todos ha dicho, haciendo gala de una verborrea de telepredicadora ciertamente abrumadora, que los métodos de la PAH no son violentos. No sé si lo que quiere decir es que el tropel no llevaba la soga en busca de una farola o es que nos toma por tontos, porque las escenas que yo he visto en televisión me dicen todo lo contrario.
Por otra parte, si alguien autoinvestido con hábito de superioridad moral y haciendo las funciones de un nuevo y justiciero ángel exterminador, anda por estos mundos de políticos desalmados sermoneando las bondades del “escrache” mientras señala culpables, para que podamos creer en la limpieza de sus intenciones habrá que exigirle que tenga la honestidad de apuntar a todos. Y de la regulación injusta y lacerante de los desahucios y de su ejecución no sólo tiene la culpa el PP, con él hay muchos más en nómina. Sin ánimo de ser exhaustivo, y si de atosigar se trata, ¿por qué no también a Chacón por su ley de desahucio exprés; a Zapatero y todos sus ministros, incluido Rubalcaba que la apoyaron; al PSOE que gobernaba; a los banqueros, mangantes o no, que arrebatan las casas, los dineros y, en ocasiones como cooperadores necesarios, la vida de los desahuciados; a los jueces que dictan los autos y a los abogados de los bancos que los promueven? En este sentido, el sectarismo estricto y unidireccional en contra del PP que rige las acciones de la señora Colau es incompatible con las lecciones de ética que pretende darnos desde su trono falsamente impoluto. Y esta manera de escorarse mientras niega la evidencia no hace sino incrementar la desconfianza no sólo hacia ella, que sería lo de menos, sino hacia la organización que representa, a la que ensucia y desprestigia con cada nueva perorata.
Aplaudí su intervención en el Congreso de los Diputados. Fue un discurso el que dio contundente, sin fisuras, directo y ajeno a veleidades que nos distrajeran del mensaje, que no era otro que el de poner en evidencia lo monstruoso e injusto de la actual regulación del desahucio. O en aquella ocasión nos engañó o la notoriedad mediática ha dado alas a su personalismo ególatra. Ahora, tras cada nuevo sermón, la veo más imbuida de mística izquierdista, cada vez más impregnada de ese redentorismo revolucionario de papel cuché tan entrañable como impostado, tan marca España. Y, de rebote, tan dañino para los intereses de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Y esto sí que es una verdadera lástima.
2 comentarios:
Ha sido un gusto leerlo
Me ha gustado mucho el comentario.
La primera parte es entrañable por los recuerdos que me han venido a la memoria.
Un abrazo.
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