La hembra del cuco, la cuca, es una pájara de cuenta oportunista, zángana y actriz principal de un caso de poliandria ciertamente sui géneris que, aprovechando la ausencia o la distracción de los propietarios, pone sus huevos, uno a uno, en nidos ajenos y se larga después con viento fresco, dejándolos al cuidado de una hembra de carrillero, bisbita o cualquiera otra de las más de 30 especies que parasita, madre adoptiva a la fuerza ésta que se encargará de empollarlo y lograr el milagro de la eclosión. Cuando el impostor nace, más corpulento que sus desdichados hermanos ficticios, los arroja fuera del nido camino de una muerte segura y él queda dueño del piso, de la despensa y de la madre burlada que lo alimenta hasta que, alcanzado el doble del tamaño que tenía al nacer, ahueca el ala, se da el piro y si te he visto no me acuerdo.
Me ha venido esta imagen al cacumen a cuenta de las aguas turbias que corren en la política española por el rosario de corrupciones, corruptelas, chanchullos y canonjías de todo pelaje y condición que cada día afloran en los medios y que dejan a la casta política pringada y tocada del ala. El daño de los tejemanejes de los corruptos y ladrones en la vida pública no es sólo el que se refiere al expolio de capitales y a la inmoralidad del robo, que también, sino al poso que estas actuaciones egoístas, depravadas y absolutamente repugnantes va dejando en el inconsciente colectivo hasta crear un peligroso arquetipo que identifica políticos con sinvergüenzas, política con bellaquería y delincuencia. Y ésa es la puerta abierta para que los cucos entren en acción. Porque el primer problema, el puramente legal del fraude, tendría fácil solución si hubiera verdadera voluntad política de atajarlo acometiendo una profunda reforma del Código Penal que, de entrada, endureciera en progresión geométrica las penas para los mangantes titulados, agravándolas no sólo por la cuantía de lo robado sino también por la graduación y privilegios del cargo que ocuparan y estableciera, como condición sine qua non para poder reducir años de cárcel, la devolución íntegra de lo robado más intereses y haciendo, en su defecto, al partido político en el que militaran responsable civil subsidiario de sus fechorías. Reforma en la que debería empeñarse, con sólo quererlo, este gobierno con mayoría absoluta, y no en la que ha emprendido el ministro Gallardón, ese “falangista de derechas” según lo definió su padre de manera acertada aunque generosa, que a golpe de tasas abusivas e indultos escandalosos está diseñando una justicia elitista a la que sólo podrán acudir los ciudadanos que dispongan de posibles o de influencias y la Administración, claro, que lo hará de bóbilis. O sea, avanzando con paso firme y marcial hacia un nuevo pasado asimétrico. Lo dicho, por un lado la clase política torpe, ayuna de realidad, cegata adrede y abrazada como garrapata a sus privilegios de dietas y prebendas mientras que, con balas de fogueo por aquello del miedo a los rebotes, hace el paripé de combatir la corrupción; y por otro la ciudadanía que de manera injusta y maximalista hace tabla rasa, confunde categoría con anécdota y dispara al bando con cartuchos de postas sin diferenciar urracas de palomas.
Lo peor, reitero, de este escenario de distanciamiento, desconfianza e incluso desprecio es que es terreno abonado para los cucos oportunistas que, aprovechándose del ambiente embarrado y de la terrible situación económica que lo alimenta, intentan poner huevos en nidos que no les pertenecen. Y lo hacen ofreciendo soluciones mágicas como profetas del Apocalipsis y apóstoles de la salvación. Charlatanes de la nada, vendedores de humo que, aprovechando el deterioro que la clase política se gana a pulso día a día de manera suicida, se presentan como políticos diciendo que no lo son y como líderes virtuales de un movimiento ciudadano redentor que acabará con la partitocracia degenerada y sucia que nos asola. Ejemplo paradigmático de estos especímenes cuentistas es el ínclito Mario Conde, retirado una temporada después del descalabro que sufrió en las elecciones gallegas y que, al rebufo de los papeles malolientes de Bárcenas, ha vuelto a asomarse a su tertulia intereconómica para dar lecciones de honradez con pose empachosa de prima donna límpida y maravillosa. Como sacamuelas de feria ambulante no tiene precio este estafador condenado que, por cierto, no devolvió un duro de lo que robó y que, por intríngulis legales que no alcanzo a comprender, anda por ahí suelto y chuleando. Y encima erguido. En la misma función que este ventajista desaprensivo aparece una organización, un engendro que dice llamarse “Partido X. El partido del futuro”, batiburrillo amasado de 15M, acracia de salón, redentorismo ciudadano, tufo antipolítico y modernidad asamblearia, de origen desconocido por anónimo, que dice que es bueno que se desconfíe de él porque de los partidos hay que desconfiar por principio. O sea, el colmo del absurdo, algo así como ver a Yul Brynner vendiendo crecepelo. Detrás de estos dos ejemplos vodevilescos fácilmente detectables en su inconsistencia ideológica y, por tanto, sólo peligrosos en lo que puedan tener de gorrones arribistas, pueden aparecer otros elementos más preocupantes. El decorado de crisis económica, recortes salvajes, paro galopante, desencanto político, casos significativos de corrupción y ausencia de futuro, es caldo de cultivo para que las ratas, maestras en aprovecharse de las fragilidades estructurales y de las grietas, se cuelen en el edificio. Y eso ya son palabras mayores porque, al menor descuido, pueden convertirse en plaga. En Grecia ya han dado la cara con el nombre de “Amanecer Dorado”. Aquí todavía no han asomado los bigotes, pero ya se las oye corretear por el sótano.
1 comentario:
¡Ay qué deprimente es todo!.No sé cómo acabará todo esto.
Muy buen artículo,como siempre,y das en la diana también como siempre.
Un saludo.
Publicar un comentario