sábado, 15 de diciembre de 2012

INTENTO DE SUICIDIO

Esta semana me llamó mi hija Andrea desde Barcelona, donde vive y trabaja sin discriminaciones, a pesar de ser extremeña; sin sentirse esclavizada más que por el propio mecanismo diabólico del capitalismo cutre que nos toca sufrir; sin problemas de comunicación en la vida diaria a pesar de la guerra de idiomas virtual que unos contra otros se montan; integrada con absoluta normalidad en su entorno sociolaboral y sin una excesiva inquietud por las ensoñaciones estrafalarias de Mas y sus monaguillos bolivarianos. En resumen, siendo ejemplo palpable de los mundos diferentes en que viven los ciudadanos y los políticos: unos con los pies en el suelo de la vida real y, en su mayoría, ajenos a los problemas artificiales que los otros se montan y crean para aparentar ser útiles, tratar de justificar el sueldo que no se merecen y enmascarar su inoperancia y su mediocridad. Y a lo que iba, que me pierdo por los cerros de Peramola.  Decía que me llamó desde Barcelona mi hija Andrea, horrorizada y con la voz aún temblorosa por la angustia porque, camino a casa,  había sido testigo del intento de suicidio de una mujer que, en el balcón de un quinto o sexto piso, inclinada cabeza abajo por fuera de la barandilla, trataba de zafarse del hombre que la tenía sujeta por la cintura. A pesar de sus decididos intentos por matarse, el hombre consiguió impedírselo y logró ponerla a salvo en el balcón para, acto seguido, refugiarse con ella en la casa. Afortunadamente esta vez la muerte se quedó en propósito y, con ese argumento, traté de tranquilizar a mi hija, bien es verdad que con poco éxito. Mientras lo hacía, las tripas se me llenaron de desahucios. Y la cabeza de nombres desconocidos. Y los ojos de lágrimas.

Yo no sé si el problema de esa mujer era que la echaban de su casa y decidía quitarse la vida para que no se la arrebatara un banco y la dejara transformada en zombi, en una muerta viviendo sin presente, pero no me extrañaría. Porque lo que está pasando en este país con los desahucios, las fusiones, las quiebras, las indemnizaciones millonarias a directivos y la política legislativa que ampara los desmanes del sistema financiero es algo escandaloso. Aquí, se han arruinado cajas de ahorro por obra y maldita la gracia de políticos, sindicalistas, monigotes y exministros, con la complicidad del Banco de España y de gobiernos de uno y otro color, y los causantes del estropicio ni pagan ni se llevan los tiestos a casa. Antes al contrario, pasean su chulería y su desfachatez por donde les place, alardeando de impunidad y, como Miguel Blesa, expresidente de Caja Madrid,  quejándose de la incomodidad de un coche blindado de medio millón de euros. Aquí, estos mismos piratas han desposeído a miles de sus clientes, muchos de ellos jubilados, de los ahorros de toda su vida con el timo legalizado de las preferentes, y parece que los culpables son los expoliados porque, otra vez el indeseable Blesa pontificando desprecios, “en este país la gente no está acostumbrada a leer la letra pequeña.” Aquí, los culpables del descalabro económico se van de rositas al Consejo de Estado a cobrar por contar nubes o a consejos de administración de empresas beneficiadas a cobrar por contar cuentos, y la gente se va al paro a contar tristezas. Aquí, se legisla con la filosofía del beneficio inmoral que imponen los grupos financieros y a los dictados inflexibles de la estricta teutona, que mal rayo la parta, al tiempo que se desmantela la sanidad pública con el euro por receta, con la privatización de hospitales, con el cierre de ambulatorios,  con el pago de ambulancias no consideradas de urgencia a razón de diez euros por diálisis o por sesión de quimioterapia. Aquí, en España, se mercantiliza la cultura, la enseñanza, la justicia, la tranquilidad de los jubilados y, al fin, todo el puñetero engranaje del Estado se mueve sólo por el motor de la rentabilidad económica, de la estabilidad presupuestaria, del control del déficit. Y cada vez más parados, más desahucios, más necesidades sin cubrir y más tragedias domésticas. Pero, ya se sabe, “gobernar, a veces, es repartir dolor”, que dice el ultra travestido. Lo jodido es que siempre le toca a los mismos.

En fin, que salimos de la sartén para caer en el cazo. Hemos pasado del optimismo antropológico y bobalicón del suricato leonés, ese inútil de récord,  a la tristeza y la inseguridad de este Don Tancredo gallego de ojos espantados, de sonrisa forzada y falsa, que anda constantemente en un puro respingo como queriendo echar a correr, tratando de engatusarnos con un futuro que siempre está por llegar, que ni él mismo se cree y a saber si existe, mintiendo una y otra vez como un bellaco y manteniéndose gracias al rodillo de una mayoría absoluta inapelable y de una oposición inútil, añosa y desnortada, que anda a dentelladas internas o viviendo ficciones peliculeras o ilusiones soberanas. Y el país cada vez más triste, más suicida, más distante, más borracho de nada y más hambriento de todo. Pero no deberíamos consentir que esta panda de majaderos nos robara la alegría, porque ése sería el principio de nuestra derrota.

2 comentarios:

Marisol dijo...

Y del cazo vamos derechitos a la cazuela, pues esto no tiene miras de tener arreglo ni a corto ni a medio plazo. Enhorabuena por el artículo.

Juan dijo...

Que no nos quiten la alegría ni la esperanza,si nos quedan sin ellas...¿qué nos queda?.
Como siempre,muy bueno el comentario.
Un saludo.