Cuando leí por primera vez este Crónicas de Atenas me asaltaron dos sentimientos si no contradictorios sí, al menos, dispares. Por un lado la alegría de encontrarme con un libro de poesía compacto, que no denso, unitario, que no monótono, y con sus poemas perfectamente encajados en un mecanismo que funciona con precisión. Y por otro, la inquietud por el aparente anacronismo de estar leyendo un libro de poesía social, entendida ésta como una interpretación de la realidad que vivimos, aquí o allí y ahora, en la sociedad globalizada en la que nos ha tocado lidiar. Parece que, asentada ya la democracia, repito, aquí y allí, y libre la añosa Europa de dictaduras residuales, la poesía social debiera estar condenada, siendo generoso, a los muesos etnográficos, compartiendo escaparate con viejos aperos de labranza y molinillos de café de manivela. Digo que leyendo este libro, de un lirismo sencillo, que no fácil, comprometido con la actualidad, retrocedí, en la historia, en mi cacumen y en mis sensaciones, a los últimos años de la dictadura franquista y primeros de la transición, esos años de plomo en los que algunos hacíamos poesía social, fuertemente crítica con la dura realidad de entonces y con un claro mensaje de rebeldía. Conceptos estos últimos desgraciadamente devaluados por una utilización cansina y sobona de los mismos, tantas veces esgrimidos de manera zafia y ramplona, pero que fueron la base de poemas excelentes y de libros magníficos, como sucede en el caso que nos ocupa.
Creo, y lo he
dicho en más de una ocasión, que entre otras muchas cosas, la poesía es un
sentimiento misterioso. O, mejor, un misterio sentido. Y en el equilibrio de
estos dos factores está el quid de la cuestión, la frontera finísima que separa
el trigo de la paja. Es el sentimiento quien pudiera darle el calificativo con
la que queramos acompañarla: social, política, amorosa, etc. Pero es el
misterio, esa posibilidad de las palabras de ser libres, de travestirse para
sugerir, quien le da marchamo de
calidad. Creo que, en poesía, el sentimiento sin misterio conduce al ripio, y
el misterio sin sentimiento al vacío, a un bello pero inútil producto de
laboratorio.
Y siendo la
poesía, como es, una creación humana, está, como tal, sujeta a la
historia, a la evolución, a los cambios, a la inevitable contingencia de la
vida, a su limitación temporal. Incluso, apurando, al día tras día, a
amaneceres y atardeceres, repetidos o no. Y si apuro aún más, a días tan
concretos y tan dispares como los que, al unísono, sientan poeta y lector. O
sea, que la poesía está también sujeta a la evolución de la sensibilidad y las
sensibilidades, de todos y de cada uno, a lo largo de la historia y de las
historias.
Y esto me lleva
a decir que la poesía es también comunicación. No entiendo poesía sin lector,
porque no entiendo el arte por el arte. Creo que la esencia de toda obra
artística está en el hecho de comunicar, no sé qué, pero algo. No sé si
sensibilidad o esfuerzo o sentimientos o miserias. Producir en “el otro” una
reacción, aunque sea de desprecio. El sol, el agua, nada serían sin la grandeza
que tienen de generar vida. De no ser así, ahí seguiría el sol alumbrando la
nada y el agua empapando el vacío. Tal que una poesía cuyo fin sea ella misma.
Y también la
poesía es una manera de decir, de sentir. Una forma peculiar de sentir la vida
y de decirla, tal vez con límites difusos, inconcretos, dado el reino de
libertad en que se mueve, pero absolutamente alerta a lo que se sale de ellos.
Y tan libre es este mundo, y tan impalpable, que hasta el silencio se hace
palabra en él y hasta las mismas palabras, a veces, son sólo silencio. Siendo
una manera de interpretar la realidad, la interior también, en un proceso de
ida y vuelta o mejor, si se me permite la carambola, de vuelta e ida, resulta
evidente la carga ideológica que, inevitablemente, lleva desde el mismo momento
de la creación e, incluso antes, cuando sólo es proyecto; e incluso antes
todavía, cuando no es nada. Si el autor, como es el caso, no es un anacoreta y
vive en sociedad, no puede impedir que los problemas y las vicisitudes que esa
sociedad sufre o goza le influyan como persona. Y a pesar de que se confiese,
que no es el caso, como un ente apolítico, idiotez cada vez más repetida entre
determinados puristas por la contradicción intrínseca que acarrea ya que, en sí
misma, es un posicionamiento político, no
puede evitar tampoco que la ideología, esa superestructura intangible que
sobrevuela por encima de él, esté ejerciendo su influencia sin que él mismo lo
sepa.
Estos principios
de epistemología poética, (perdón por la pedantería), son aplicables a este
libro de buena poesía, que es lo que dice su título: una crónica a pie de
calle, urgente y personal, (las tres partes en que está dividido), de los
sucesos que han conmovido y removido Grecia en los últimos años, provocados por
la maldita y omnipresente crisis económica, y de la angustia que esta crisis ha
provocado en la sociedad helena en forma de ajustes, recortes, despidos,
desahucios, pobreza y miseria. Desde el
asesinato por la policía del joven Alexandros Grigoropoulos, en diciembre de
2008, hasta el cambio de gobierno y las amenazas de rescate de finales de 2010.
Con una poesía urgente, que no precipitada, y ágil, que no liviana, el autor
nos hace vivir el desamparo de los obreros en huelga, presos de la indigencia;
el miedo a las manifestaciones de la joven camarera de ojos redondos de la
heladería Heraklea; la muerte de
Alexandros, su duelo y su entierro; el fragor de las algaradas callejeras; la
desigual batalla contra los bárbaros del norte; la pérdida del valor de las
palabras; la sabiduría agnóstica del anciano barbero Papaloukas. Al fin, la
crónica del derrumbe de una forma de vida artificial, asentada sobre unos
cimientos que eran sólo espuma.
Cuando leí por
primera vez este libro, el verano pasado, pensé: ¡Qué lejos está Grecia! Y veía
y sentía su drama con la sensible conmiseración que otorga la distancia, con la
solidaridad facilona del que mira. Ahora que, para esta presentación, lo he
releído, he descubierto que Manuel
Jurado López, al escribirlo, ofició, no sé si conscientemente, de vate, en
las dos acepciones que el diccionario de la RAE da a esa palabra: poeta y
adivino. Poeta para nuestra satisfacción, por habernos regalado este hermoso
libro. Y adivino para nuestra desgracia, que también es la suya. Porque, sin
ser exhaustivo, no hay más que sustituir, y pruébenlo al leerlo, la mitología
griega por personajes de la España mágica, Quijote y Lazarillo incluidos; al
PASOK por el PSOE; a los coroneles por Franco; la plaza Síntagma por la Puerta
del Sol, Papandreu por ZP y el ouzo por
el sol y sombra, y no hay ni que cambiar los relojes de hora. El decorado sería
el mismo: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, Bruselas,
los mercados, la prima de riesgo, las agencias de calificación. El coro lúgubre
de los banqueros cómplices, vampiros insaciables, también nos sirve. Y la
dómina teutona con sus botas de cuero y tacones de punta, fustigándonos con el
látigo del déficit cero hasta dejarnos la espalda en carne viva y la espina
vertebral al aire de sus tuétanos, también. El libro pasaría a llamarse Crónicas de Madrid y el barbero Pepe en
vez de Spiros pero el sufrimiento sería el mismo para los mismos. Porque,
llegados a este punto, qué mas dan los nombres, qué más da el país.
Por si dudan de
lo que digo, voy a leerles el poema Los
nuevos presupuestos y ya me dirán si no les suena el asunto:
Se congelan los sueldos,
las miradas, la sonrisa en los labios;
se abarata el despido,
la tristeza, el pensamiento firme;
las pensiones peligran,
el saludo cordial, los besos frescos;
los precios se disparan
y habrá que andar descalzos por las calles;
la inflación no permite
tener un libro abierto, escribir cartas,
invitar a un café
a un amigo de siempre,
o a una copa de ouzo
o a un trago de nostalgia.
Los nuevos presupuestos
nos ponen contra la pared.
Termino
diciéndoles que no he tenido todo el tiempo que yo hubiera querido para
preparar esta presentación, y no sé si habré sabido trasmitirles las inquietudes
de este emocionante y premonitorio libro de poesía. Por si acaso y por si
hubiere lugar, sólo me queda disculparme ante ustedes y, sobre todo, ante su
autor, del que espero, si fuere necesario, su benevolencia. Si, por culpa de
esta urgencia, a pesar de todo no he podido o no he sabido estar a la altura
que el libro me exigía, sólo puedo deciros que “lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir.”
Buenas noches y
muchas gracias.
1 comentario:
te sigo..., leyendo..., ten buen verano y salud, que no te canse, :-))
agustín
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