viernes, 11 de diciembre de 2009

OTOÑO

En el blog de Carlos Rivero he visto ayer, o antes de ayer, o siempre, una fotografía de hojas caídas, pequeños corazones ocres, sangre de otoño, melancolías calladas. Mi incompetencia me ha impedido recuperarla para que fuera cabecera de esto que escribo ahora al compás de una música que es todo mi silencio. Al verla ayer, o antes de ayer, o siempre, recordé un artículo que escribí no sé si ayer, o antes de ayer, o siempre, y que ya estuvo aquí. Ahora vuelve a estar para ilustrar esa fotografía de hojas caídas, pequeños corazones ocres, sangre de otoño, melancolías calladas, que no he sabido recuperar. Vaya, en fin, por Carlos y por mi incompetencia.

BULERÍA DE OTOÑO

Como una bulería llorando al viento de la tarde. Caen las hojas del árbol que, frente a mi ventana, derrama lágrimas mustias de un cielo que no se atreve a ser azul. Derroche inútil de luz que se pierde al compás de este otoño, indeciso entre una primavera que no es nada y un invierno que no llega a ser.

Como una bulería que suena sin querer, con miedo de romper el silencio inmenso de esta tarde, sobrecogida y solidaria, que acompaña mis manos mientras escribo. Suenan las palmas tristes de las ramas desnudas, los secos palmetazos que esparcen el dolor, mansamente, como aviones sin rumbo, color ocre, que llegan a no ser livianamente, con lentitud de muerte prematura. Una hoja, un niño… Viento ligero que juega a ser Dios y no respeta nada, ni siquiera el espacio diminuto donde elegir reposo; viento travieso, cobarde Dios de hojaldre de otros días que desparrama absurdo la injusticia, que impide caminar. Me da miedo pisar las hojas secas y me acurruco detrás de los cristales de mis gafas, sin salir, no sea que el aire de algún pequeño corazón de hoja se pose, dulcemente, en mis pestañas; no vaya a ser que el sufrimiento, prendido al arcoiris de su vuelo, se transforme en miseria.

Como una bulería, pura sordina que dulcifica apenas la impotencia. Mansamente el dolor, mansamente la tarde, mansamente las hojas jugando a ser metáfora, imagen de lo incierto conocido. Y mansa la distancia de los hijos que son todos los hijos. Van cubriendo el jardín sus almas cándidas en un último juego con la brisa, quizá su primer juego, su primera alegría en un zigzag inútil, remolino de risas apagadas. Se me llena el jardín, en un suspiro, de pequeños cadáveres. Hojas que caen… Sigo leyendo: “El hambre mata al año seis millones de niños” .


2 comentarios:

Carlos Rivero. dijo...

Hola Jaime!!.Desapareciste como el Guadiana hace mes y medio,y como el Guadiana rebrotas de nuevo en este espacio.
Se aceleró mi corazón al ver mi nombre escrito por tu mano y sigo sin creer que sea yo.
Sobre tu "otoño",sólo decir que transciende cualquier fotografía y mi foto es un insuficiente pie de un otoño inmenso.
Gracias por poner una referenci a a mi blog .
Un abrazo de otoño.
Gracias...

Carlos Rivero. dijo...

Jaime.Me he permitido poner una entrada en mi blog con la foto a la que aludes y las bellas palabras que le dedicaste.
Gracias .
Si ves inconveniente hazmelo saber.
Un abrazo.