En el prólogo a mi “Tarde de siempre”, decía nuestro Jesús Delgado Valhondo:
“No sé hasta qué punto puedo tener razón, esa razón absurda de poeta –perdón- cuando uno señala cosas y casos de otro escritor. Si es que abrimos nuevos senderos o lo que hacemos es enmarañarlos; si es que acumulamos vivencias o lo que estamos haciendo es enredar más aún esa madeja que ha de servir para ir hilando una obra de categoría. Salimos en busca del mundo del poeta y a lo peor entramos por la puerta falsa. Pero nuestra intención es, solamente, contar nuestra impresión y que el lector se olvide de nosotros y vaya él por su cuenta y riesgo buscando lo que no hemos sido capaces de hallar o lo que nuestra incapacidad crítica no ha sabido clarecer”.
Me refugio, pues, en esta sabia filosofía de poeta sabio para haceros llegar las impresiones y las emociones que este libro que nos concita hoy aquí, Hypnos en la ventana, ganador del XXVII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz, me ha producido. De su autora, María Sanz, sevillana desde 1956 y con 30 libros de poesía publicados, ya tuve noticias en el año mil novecientos ochenta y no sé cuántos (¡pobre memoria mía!), que en ese año inconcreto ganó, con Jardines de Murillo, el Premio Cáceres de Poesía, de cuyo jurado formé parte también. Carambolas de la vida.
Hypnos, personificación del sueño, hijo de la noche, hermano de la muerte, vecino del río del olvido, se asoma a esta ventana creativa, la abre hacia el corazón del recuerdo, de la vida que pasó y fue, de los momentos que se murieron sin ser, transparencias de arena en las que el sueño, ¿la muerte?, impide la existencia real. “Dormir, morir, tal vez soñar…” ¿En qué momento surge la chispa del misterio? ¿A dónde va el amor que se pierde en los recodos de la vida? ¿Quién recoge los besos que nunca se dieron, las palabras que nunca fueron dichas? ¿Sueñan las lágrimas con transformarse en nube? ¿Cómo diferenciar, desde la nostalgia, la realidad del deseo?
Sueño y vigilia se funden, pues, en el camino de la pérdida (dónde estará tu olvido) para dejarnos, debajo de los párpados, unos granos de arena desquiciada (Qué difícil / habitar el amor y darse cuenta / de que todo es producto del vacío).
Es en este camino de recuentos donde la poeta va desgranando, en medio del sopor de los recuerdos, unos poemas dulces en su aspereza, cuajados de melancolía, de esa melancolía que invade el inventario de momentos perdidos, que por no ser nos duelen, porque las alegrías se gozan en la flor del momento, las tristezas alumbran las versos del poema. El libro se cierra sobre sí mismo, en un círculo mágico de vigilias soñadas, denso en su pulcritud, distinto y uno en cuanto a forma y fondo del poema. El vacío, la soledad, el amor, la muerte, el desamor, la noche, el otoño, el fracaso, la desilusión, el desengaño… todo este racimo de sentimientos planea sobre el poemario con una contundente levedad de sangre.
Cuando leáis este libro, dejad que la luz lo atraviese y, cumpliendo la principal razón de su existencia, así, sugiera en vuestras manos sombras huérfanas, alondras taciturnas, oropéndolas tristes. Qué mejor compañía para deambular por esta madrugada sonámbula del sueño.
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