Era una manera de suspender el tiempo. Dejarlo atrás colgado de un dintel, traspasar la luz roja que macilenta daba la bienvenida y entrar de lleno a la oscuridad que te abrazaba y te llevaba a descubrir los mundos de otros mundos, las luces de otras luces, los sueños de otros sueños. Afuera, la vida, seguía su parsimonia rutinaria, corría torpemente encasillada en el reloj. Pero dentro, útero fiel, hogar entusiasmado, el tiempo no existía. Sentado en la butaca de un morado raído y blanquecino, el tiempo era un instante detenido, el corazón corría por el pasillo sin miedo a extraviarse, la calle no existía, ni el asfalto, ni el examen de Gramática, ni la Misa, ni Cristo Dios Bendito que viniera a anunciarte la catástrofe. Se oficiaba el milagro a medida que las luces, amarillentas, tímidas, se iban apagando. Cuando se iluminaba, a cambio, la pantalla, estabas preso ya en una dimensión que sólo tú sabías, aislado y solidario, sonámbulo despierto. A partir de ese momento, ya no había momento, tan sólo ese milagro del tiempo detenido, inexistente, transformado en asombro, emoción, lágrimas, risas, carreras, aventura, hadas, monstruos, enanos, ratones, gatos, rifles, esclavos, indios, monos, gigantes, gánsteres, mártires… vidas de otros asumidas como propias, latidos que se acompasaban a los nuestros.
Al salir de la sala, la luz era siempre distinta, otra. Los ojos, cuajados de emociones, tardaban en acostumbrarse a la estrechez de las calles conocidas. Odiabas a todo el que se cruzaba contigo con el desprecio de un héroe inmortal, de un vaquero matón, de un pequeño gigante. Lamentabas que el tiempo volviera a existir y, en soledad, seguías viviendo las vidas que no te pertenecían, que habían quedado en el aire del cine esperando a una nueva tanda de afortunados a los que abducir. El portal de tu casa, las punteras gastadas de tus botas gorila, la sonrisa mellada del portero, te devolvían de golpe a la realidad del examen de Gramática, paradigma, ahora, de la pobreza del día a día.
No sé en qué momento de mi vida dejé de sentir este milagro que deja al de la transustanciación en agua de borrajas. De lo que sí estoy seguro es de que ocurrió en el justo momento en que mi niñez huyó, temerosa del paso del tiempo, a ese mundo perdido de los sueños perdidos, justo al lado del país de nunca jamás.
Si alguna vez, una tarde cualquiera, en un cine cualquiera, vuelve a ocurrir el prodigio de que no exista nada más que el asombro y el aire huela a entonces, mi niñez volverá. Se sentará conmigo aquel niño que fui, el tiempo quedará suspendido en sus ojos y yo podré recuperar esa mirada que paraba el reloj cada tarde de sábado.
martes, 3 de marzo de 2009
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11 comentarios:
Me ha gustado mucho.Es verdad todo lo que dices.
Recuerdo que a la vuelta del cine,me encerraba en un cuarto de nuestra casa y me ponía a "escenificar" la película que acababa de ver,hasta que Pía y Cele entraban en el cuarto, muertas de risa porque llevaban un rato mirándome por la mirilla.Ahí se acababa mi actuación.¡Qué tiempos tan felices!
Siempre leo lo que escribes.
"El cine de mi niñez" me ha gustado mucho y han venido a mi memoria muchos recuerdos de mi infancia que creía ya olvidados
Entre otras cosas me he acordado de las pulgas o las chinches que había en las butacas del cine de mi pueblo,que nos breaban las piernas.
Somos muchos los que hemos tenido un Cinema Paradiso en nuestras vidas
Es verdad lo del Cinema Paradiso en nuestras vidas,pero no sabemos expresarlo tan bonito y poético como lo hace Jaime.Al menos yo.
Después de leer tus reflexiones, aún me queda la duda de porqué esas sensaciones nos han ido abandonando. ¿Crees que a los niños actuales les produce los mismos sentimientos?
Creo que nos abandonan esas sensaciones,porque nos abandona la inocencia de la niñez.
Y creo que los niños de hoy no tienen esos mismos sentimientos que tuvímos nosotros.Entre los ordenadores,las maquinitas,la tele y tántos juguetes,no es su niñez igual que la nuestra.
Nosotros teníamos el cine de vez en cuando,algún juguetito en Reyes y poco más.
Siento discrepar. Los niños de hoy siguen teniendo la misma ilusión que los de antes. Yo tuve muchas mas cosas que mis padres, y mis hijos muchísimas mas que yo. Pero sin embargo veo en ellos la misma ilusión que tuve yo
Siento discrepar del anónimo que discrepa.
Y estoy totalmenre de acuerdo con el otro anónimo(¡leche,cuanto anónimo!)que habla de maquinitas,ordenadores,la tele...
Entonces pregunto yo: ¿en qué época los niños tenían mas ilusión? ¿a partir de cuándo dejaron de tenerla?
O quizá caemos en el error de "cualquier tiempo pasado fue mejor"
Pues yo, Anómino 3, estoy de acuerdo con el Ánónimo 2 que discrepa del Anónimo 1. Yo creo que es un error pensar que los niños de ahora tienen menos ilusión por las cosas que los niños de antes. Simplemente, las épocas son distintas y la ilusión, es otra también, pero a fin de cuentas ilusión.
¡Me perdí,joé!.
Con tanto anónimo,ya no sé quién discrepa de quién y quién está de acuerdo con quién.
¡Qué lío!
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