Anda el otoño mariposeando entre silencios. Y viene la vida a plantear desgarros, fiel a un calendario que anda perdido atrás, demasiado atrás como para saber desde dónde empieza a pestañear este desasosiego de las horas. Un leve parpadeo que martillea en ausencias de no sé qué. Vacío de vivir cuando la tarde, acomplejada, se hace noche de pronto y las miserias pesan como el pecado de un creyente. Canta tímido el campo recogido en sí mismo, despedida que nadie más comprende. ¿El valor de la vida? A quién se lo pregunto para que la respuesta sirva de algo, cuando Dios se hace el sordo escondido entre nubes. ¿Es que el aire es el mismo para todos, y el sol, y el firmamento que reproduce estrellas como en un sarpullido intermitente, y la melancolía de unos ojos que has visto y ya no sabes, el sueño, la alegría de la risa, la sensación de estar? No sé a quién preguntar que pueda darme una respuesta en la que la verdad se sacrifique y sea sólo el consuelo lo que sirva. Aceptaré el engaño. En esta sinrazón prefiero la piedad, el egoísmo de dormir, el dulce dolor de un no llorar indefinido.
Tal vez tan sólo busque una coartada que dé sentido a esta tristeza de inacabada lágrima, a esta huida constante, a este inútil intento de no sentir, de no vivir, de transitar liviano por las horas. Una forma burda de justificar la carencia del nombre, el olor de las risas que se pierden, la ilusión de una mirada que ya es súplica, el tacto de una piel desconocida que tan sólo será otra página más de un libro interminable de injusticias donde el hombre no existe. Estadística fría, desesperanza, crueldad del sinsentido bajo un cielo insolente y desquiciado.
Huele a tierra mojada en el desasosiego de este atardecer absurdo. Caen las hojas jugando a ser silencio, almas que ya no son sino suspiros de otras almas, alientos de otras vidas, de otros sueños, ocre zigzag multiplicado que alfombra el corazón de los recuerdos.
Ladra un perro ahuyentado la sombra de una ausencia. El perfil de los árboles duele en el contraluz de mi amargura, sombras chinescas de un Dios desconocido y diletante. Y en el atlas de tanta sincronía me encuentro, frente a frente, con la pura maldad de casi tres millones de parados, de más de ocho millones de personas debajo del umbral de la pobreza.
Y yo, haciendo lirismo de esta angustia. Dímelo tú, tristeza: A quién debo implorar que me perdone.
6 comentarios:
Buenísimo
Me ha gustado mucho.
Este anónimo no debe ser el rabioso que insulta,o sí.¿Se habrá sosegado?
no,soy otro
Ya me parecía que eras otro anónimo.Me extrañaba que se hubiera sosegado el anónimo rabioso.
No se si tendrás muchas visitas, pero sería una pena que estas reflexiones quedaran escondidas en este rincón, aunque me imagino que te la trae floja.
Si te contesta la "tristeza", déjame su dirección que quiero hablarle.
PRECIOSISISIMO!! TE QUEDAS CONTENTO YA ?
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