viernes, 16 de mayo de 2008

LA ESPALDA DE JANO

(Palabras, más o menos, con las que ayer presenté el ganador del XXVI Premio de Poesía "Ciudad de Badajoz" en la Feria del Libro de esta ciudad, premio éste al que algunos, tras su espantada histérica, agoraron una muerte rápida. A esta panda de fatuos, ombligos de un mundo sectario y miserable, habría que aplicarles aquello de "los muertos que vos matáis....").


Decía Oliverio Girondo, el gran poeta argentino, que un libro –y, sobre todo, un libro de poesía- debe justificarse por sí mismo. No seré yo quien lleve la contraria al maestro. Porque, en cualquier caso, si nos aprovechamos del tópico y consideramos a cada libro que escribimos como un hijo, deberá ser su padre, si lo cree conveniente, el que justifique su existencia. Yo, arrogándome el papel de padrino impuesto, me limitaré a daros unas claves, consecuencia de la impronta que una lectura serena y ayudada de este libro, que ganó en dura y reñida pugna el XXVI Premio de Poesía Ciudad de Badajoz, me ha producido.

El padre adoptivo de la criatura que hoy nos concita, (la poesía siempre es hija legítima del azar; el poema, fruto de un trabajo azaroso), no es otro que un señor llamado Jacob Lorenzo, egabrense nacido en 1983, licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y entrenador de baloncesto. Tiene otros dos libros de poesía publicados: Las hojas del laberinto (Espiral Poesía 2004) y Linterna de luciérnagas (Bajo Cero.2005). Además, ha ganado, entre otros, el premio Paco Gandía de Poesía 2006, con Voy soñando Machados egabrenses y el premio Ciudad de Lucena 2006 con Azahar con nieve. Y, en fin, colabora en varias revistas literarias y en el periódico Lucena Semanal con artículos políticos y crítica literaria.

Para entender la poética de Jacob (si es que esto es posible en él y en cualquier otro poeta), deberemos acercarnos a la contraportada del libro, en donde Lara Cantizani, su padre de papel según propia confesión del autor en la dedicatoria, nos da las claves de sus puntos cardinales poéticos. Así aparecen nombres tan distintos y tan dispares como Roberto Juarroz, Juan Vicente Piqueras, Li-Po, Issa, Buson, Joan Margarit Ferlinghetti… Nombres que forman un amplio abanico de posibilidades poéticas que, por fuerza, vienen a confluir en esta obra, La espalda de Jano.

Jano, en la mitología romana, era un dios bifronte, con sus dos caras mirando en sentidos opuestos. Dios de los cambios, de los inicios, (el mes de Enero, Ianuarius, deriva de su nombre), del pasado, el futuro y del momento que los separa, del amanecer y el ocaso. Y es la imagen de este dios latino la que le sirve a Jacob para dar una estructura ligada a los poemas que forman el libro que quizás, de no ser así, parecerían dispersos. El nexo que logra unificarlos es precisamente la espalda de este dios que mira al mismo tiempo a oriente y occidente. Ahí se agazapa el autor y desde esa perspectiva unificadora e imposible nos ofrece sus poemas. Un lugar privilegiado que pertenece a las dos visiones sin ser de ninguna de ellas.

De acuerdo con esto, el libro está dividido en tres partes: a) Oriente; b) Occidente y c) Tierra de nadie, subdividida, a su vez, en c1) Violines de sal y c2) Tendederos.

La primera parte, Oriente/Sudor de sake, son nueve poemas en los que cuento más de 15 referencias a lo oriental: lugares (la gran murralla, Fukuoka, Whuan…), poetas (Li Bai…), formas poéticas (wakas), y kimonos, sake , porcelana ardiendo, sirenas chinas, almendros imposibles, luciérnagas desnudas, lunares de piruleta, blancos melocotones, heridos brazaletes, estanques, centinelas venenosos, todo bajo un invierno amenazado por los lirios, delirio de un poeta borracho que se ahogó queriendo abrazar la imagen de la luna reflejada en el río. Primer deslumbramiento que acaba en seis haikus, entre llamas de bambú, fuego soñado, o quizás, añorado o, tal vez, tan sólo vislumbrado en la ceguera de la luz.

Sigue Occidente/Imito al mito, seis poemas con, al menos, y otra vez, 15 referencias a poetas y mitología grecolatina. Desde Pigmalión, aquel que, buscando la mujer perfecta, vino a casarse con la estatua que el mismo creó, y al que el poeta, por un lado, envidia, por la imposibilidad que él tiene de acostarse con sus letras, y ante el que, por otro, se siente libre, al haber podido encerrar sus creaciones en un libro, en una pirueta ciertamente atractiva; hasta Helena, víctima de duras Troyas erectas, y al fin, infierno de tontos Tántalos que arden bajo sus ascuas, arquetipo de diosa y de mujer, que odia amando mientras engaña incautos.

Tierra de nadie, tercera parte dividida en dos, Violines de sal y Tendederos, viene a ser esa tierra ciertamente fértil y no identificable claramente con ninguna de las dos anteriores. Esa espalda de Jano privilegiada de la que antes hablábamos, (el poema que da título al libro se encuentra precisamente aquí), viene a ser la tierra más propia del poeta, quizás la que va en dirección contraria a las dos anteriores, esto es, de adentro hacia afuera. Hay, no obstante, algún guiño a las dos primeras, casi más como recurso poético que como tema.

Para mi gusto es aquí donde se encuentra la poesía más profunda, en donde el sentimiento hace más sangre, roto ya el corsé impuesto por mitos y formas. Aquí el endecasílabo y el alejandrino campan a sus anchas, cómodos, precisos; el verso libre es más libre; las imágenes, más sorprendentes; las metáforas, más sugerentes. Creo que, en esta tercera parte, el poeta es más él, es donde da más rienda suelta al lirismo, a la melancolía e, incluso, a la chispa del juego de palabras, donde hay finales más rotundos e inicios más sugerentes.

Voy terminando, y lo haré con una cita de Cioran, otro de mis autores de cabecera, que quiero que venga a justificar la intención de mis palabras. Dice Cioran : "Aplicar el mismo tratamiento a un poeta y a un pensador me parece una falta de gusto. Hay materias que los filósofos no deberían tocar. Desarticular un poema (o un libro de poemas, digo yo) como se desarticula un sistema es un delito, por no decir un sacrilegio.
Cosa curiosa: los poetas exultan cuando no comprenden lo que se dice sobre ellos. La jerga les halaga y les produce la ilusión de un ascenso. Semejante debilidad los rebaja al nivel de sus
glosadores”. Yo, por mi parte, siendo poeta y no filósofo, sólo espero haberme hecho comprender, que se me haya entendido todo para no ser objeto de esta sentencia, ni hacer sujeto de la misma al autor.

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