En mi artículo anterior intenté
hacer un recorrido sobre las diversas actuaciones circenses que ha habido
durante el mes de agosto en esta “España insólita”. No sé si es que me faltó
espacio o me explayé en demasía, pero sólo me dio tiempo a glosar dos: la
intervención estelar del “Dúo Sacapuntas” expropiador de garbanzos y su
protesta andariega por los campos de Andalucía, y la magistral lección de labia
y oratoria que, agonizando el mes, nos obsequió Fernando Manzano, a la sazón
presidente de la Asamblea de Extremadura y, por tal, primo de su chófer.
Uno de los asuntos que se me quedó
en el tintero metafórico, digo, es el de la entrada de Mario Conde en la
política activa, aunque por el momento sea más un anuncio que una realidad. Se
presentaría bajo las siglas de un partido, “Sociedad civil y democracia”, que
tampoco es partido, sino una agrupación de personas que entrarían a hacer
política sin ser políticos y que, además, no están de acuerdo en la forma en
que está organizado el sistema participativo y democrático en España. O sea
que, después de tanto oxímoron, no sé si anuncia que se presenta sin anunciarlo
o, rizando el rizo, que no se presentará presentándose. El caso es que él,
amparado en el grupo Intereconomía, pontifica desde su blog y sus tertulias con
pose de prima donna, como si fuera una virgen inocente recién llegada a este
lupanar en que políticos de uno y otro signo han convertido la arena patria,
asegurando tener la fórmula para sacar a este país de la crisis. Además promete
dar voz al ciudadano de a pie y, ojo al parche, acabar con la dictadura
financiera impuesta por bancos y banqueros. No alcanza el nivel de Ruiz-Mateos,
otro que tal, al que le he oído decir que tiene seis maneras diferentes para
arreglar nuestra debacle económica en veinticuatro horas. Lo cual, que a ver
quién mea más lejos. El adelanto de las elecciones gallegas ha cogido al
exbanquero cuentista metido a redentor con el paso cambiado, pero ha estado
diligente y, al final, se batirá el
cobre en la circunscripción de Pontevedra. Además el próximo 6 de octubre,
cuando se celebre el congreso constituyente de este engendro de partido-antipartidos,
el relamido expresidiario presentará su candidatura a presidente del mismo. En
cualquier caso si por la premura de tiempo tuviera problemas para enjaretar las
listas, me permito sugerir algunos nombres que, en mi humilde opinión, pueden
encajar en el proyecto sin desentonar con su líder, a saber: Roldán, Correa, el
Bigotes, Matas, Carlos Fabra, Camps, Urdangarin, el Méndez de Caixa Galicia, la
Amorós de la CAM, Vera, Barrionuevo, la princesita Munar y el Dioni. Habrá más,
digo yo, pero esos ya que los busque él
entre sus compañeros de patio.
Y para coronar con una guinda agria, el caso del etarra Bolinaga,
que ha sido la representación de un sainete trágico en sesión continua y que seguirá
coleando para vergüenza de unos, regodeo chulesco de otros y desgarro e
indignación de muchos. La blandenguería y los miramientos que Gobierno y jueces
han tenido con esta sabandija, invocando el estado de derecho y el imperativo
legal, es una tomadura de pelo dramática que sólo podría explicarse por motivos
espurios que ningún responsable de la afrenta se ha atrevido a confesar. Porque
lo que sí está claro, de entrada, es que la ley no obligaba al gobierno a
concederle el tercer grado a la bestia. La concesión está dentro de la ley,
pero también lo hubiera estado el negársela. Y el que diga lo contrario,
ministro o no, miente. Después vino el informe de los médicos del hospital
donostiarra, al que concedo la misma objetividad que a los profesores de la UPV
calificando exámenes de presos etarras.
Le siguió la pantomima grotesca de la huelga de hambre del criminal, que duró poco
si es que alguna vez empezó y a la que se unieron, también de manera virtual,
las huestes filoetarras de Bildu y asimilados, que compensaban el sufrimiento del
sacrificio solidario hartándose de mortadela con aceitunas que escondían debajo
del colchón. Continuó con la actuación desconcertante del juez José Luis
Castro, viajando hasta la cabecera del doliente para comprobar in situ el
estado de salud del pajarraco. A la vuelta emitió un peculiar auto plagiario en
el que, sin atender al dictamen de la forense de la Audiencia Nacional y de la
fiscalía, concedía la libertad condicional al asesino. Dadas, según parece,
sus profundas convicciones religiosas,
podría colgar toga y puñetas y abrazar los hábitos de la Orden de la Merced,
que se dedica a la redención de cautivos y al auxilio de enfermos, caritativas acciones
ambas que se ajustan mucho mejor a su intervención en este turbio caso. Y por
último, esta semana la AN, también contra el criterio de fiscal y forense, ha cerrado el círculo infamante y ha liberado
al bicho preso.
“A las leyes no les gusta que nadie
muera en la cárcel”, ha frivolizado Rajoy destrozando la sintaxis. Tampoco debe
de gustarles que alguien descerraje 18 tiros por la espalda a un guardia civil,
Mario Leal Baquero, como hizo este cobarde. Lo que ocurre es que esto no es
cuestión de gustos, ni siquiera de leyes. Es cuestión de justicia. Y justo sería
que esta escoria de mirada oscura cumpliera la pena íntegra a la que fue
condenado. Si, enfermo de cáncer, muriera antes de salir del trullo y saliera
de él con los pies por delante, mala suerte. O buena, según se mire.