sábado, 9 de septiembre de 2017

VACACIONES JUBILARES

Andrew J. Smart, un joven científico norteamericano de origen sueco, publicó en España un libro titulado El arte y la ciencia de no hacer nada. (El cerebro tiene su propio piloto automático). En él, apoyándose en  los últimos avances de la neurociencia, hace una encendida defensa de la ociosidad como motor creativo, contraponiéndola a la idea capitalista y la ética protestante de que el tiempo es el bien más preciado siempre y cuando mejor aprovechado esté para el rendimiento productivo. Según nos cuenta hay una llamada “red neuronal por defecto”, la DMN, que entra en febril actividad cuando no estamos centrados en una tarea concreta y nos parece que nuestro cacumen está en reposo y dedicándose a la dulce holganza. Esta oscilación neuronal coherente, que interconexiona diferentes áreas de nuestro cerebro, facilita la introspección, el conocimiento de nosotros mismos y, con ello, el desarrollo de la propia identidad; estimula la creatividad, facilita la visualización del futuro y el recuerdo del pasado, nos permite acceder a nuestro inconsciente y nuestras emociones, potenciando habilidades que creíamos dormidas u olvidadas, al tiempo que nos ayuda a conocernos y, lo que es más importante, a reconocernos. De modo que cuando parece que nuestro cerebro no hace nada es cuando hay posibilidad de que surjan las ideas más brillantes. En resumen, que es aceptable ser vago. Y, en algunos casos, incluso imprescindible. Sirva como ejemplo el pensar qué hubiera sido de nosotros si cuando Newton se sentó debajo de aquel manzano mítico, su cerebro, en vez de estar en este estado de ociosidad activa del que hablamos, se hubiera encontrado exánime por el duro trabajo intelectual hasta hacer que el sabio se quedara sopa y no hubiera visto caer la famosa manzana o, aun habiendo visto fenómeno tan intrascendente, por mor de la fatiga y el hartazgo el hecho le hubiese suscitado el mismo interés que, por decir algo, un discurso de Fernández Vara sobre cultura en Extremadura. Efectivamente, se deduce que no habría podido concebir su teoría sobre la ley de la gravedad y, en consecuencia, quizás anduviéramos ahora todos por las calles levitando como la niña del exorcista. Una verdadera pesadilla para mí que, además de otras peplas, sufro de acrofobia.

(Fuente: Trome)
Sirva este primer párrafo de ciencia macarrónica, aunque verídica, para reafirmarme en el convencimiento, que expresé en algún otro artículo, sobre el placer de gastar las vacaciones en eso, en gastarlas; en dejar pasar las horas sin más ocupación que la ensoñación y el ensimismamiento, sin hacer esfuerzos para saber el día en que vives y, lo que es más importante, sin angustiarte por ignorarlo. Tengo compañeros que vuelven de ellas más cansados que se fueron, metidos en una vorágine mortificante de vuelos, maletas, horarios, transbordos, urgencias y quilómetros que ni los doce trabajos de Hércules. Uno de ellos, cotilla donde los haya, me preguntó hoy qué había hecho en vacaciones. Le contesté de forma lacónica y creí que suficientemente descriptiva: “Simplemente estar”. Ante su gesto de extrañeza me sentí obligado a apuntillar: “Estar de vacaciones, digo”. Parece (ignoro sus intríngulis) que no le sentó muy bien mi respuesta porque se fue sin decir más casi en un rabotazo. No entendí mucho su reacción dado que le dije una verdad incuestionable, porque realmente es eso lo que he hecho, estar,  ya que se supone que ser lo somos todos los días del año.


Con todo y esto, la perspectiva de mi próxima jubilación, (salgo de cuentas el 17 de octubre), da un cambio radical a todo mi argumentario. Porque la excepción se hará categoría y tampoco es cuestión de confundir júbilo con asueto y estar 12 meses al año dedicado a “il dolce far niente”. De modo que ahora ando preocupado por cómo voy a irrumpir en esta etapa desconocida de mi vida, en la que estar y ser pueden llegar a confundirse y confundirme. Y digo irrumpir porque creo que del sentido que tome esa irrupción dependerá el resultado, satisfactorio o no, de mi nuevo estatus. De modo que, como decía el gran Marcelo en Ojos negros, creo que he tenido “un’idea geniale”: Voy a iniciar mi etapa jubilar tomándome unas vacaciones de la misma. Así, aunque para la sociedad esté jubilado, en mi fuero interno estaré vacacionando. Y como en este caso yo soy mi propio patrón y puedo legislar deberes y derechos según me salga de los nísperos, esta etapa durará hasta que a mí me pete, o sea, hasta el momento en que me haya aclarado. Conociéndome, igual la diño y sigo de vacaciones.

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