sábado, 30 de septiembre de 2017

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO

(Fuente: DesEquiLibros)
Lamento titular mi artículo utilizando el tópico que tergiversa, haciendo una lectura interesada, la frase dicha por Don Quijote cuando, en busca del alcázar de la señora de sus pensamientos, cree que un “bulto grande y sombra” que divisaba a lo lejos era el palacio de su princesa y gran señora Dulcinea. Mas, al acercarse, comprobó que la torre barruntada “no era alcázar sino la iglesia principal del pueblo”, exclamando así: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”. La expresión no puede ser más directa y lineal y es obvio que se refiere al edificio y no a la institución, a mayor abundamiento cuando la palabra “iglesia” aparece con inicial minúscula en el texto. Pero hubo quien, tomando el rábano por las hojas, cambió el verbo “dar” por el verbo “topar”, más contundente, y ahí comenzó a utilizarse para expresar nuestra desesperación cuando nos encontramos con un obstáculo insalvable, sea este civil o eclesiástico, que nos impide realizar nuestros deseos o proyectos. Me he permitido echar mano de ella, (no sin cierto sentimiento de culpa), para utilizarla en su sentido más literal y con “I” mayúscula, a remolque del comunicado que la Conferencia Episcopal ha evacuado para dar a conocer su postura sobre el referéndum convocado mañana en Cataluña. Como si no tuviéramos bastante con la que ya está formada, han tenido que salir los obispos al retortero para añadir confusión al caos de una grey a la greña. Pues eso, por si éramos pocos, parió la abuela y para colmo de males, sermones episcopales.

(Fuente: Infocatólica)
A nivel personal me importa un bledo lo que la jerarquía eclesiástica diga o deje de decir sobre este tema o sobre cualquier otro, entre otras razones porque, por no hablar de la credibilidad que me merece, hace tiempo que dejé de estar bajo su tutela, si es que alguna vez lo estuve de forma racional. Pero, en ocasiones, el tener que escribir un artículo semanal impone cierto tipo de sacrificios que, acaso, acaben resultando reconfortantes al estampar el punto final del mismo. Así, mi primer encontronazo con la ¿pastoral? fue escuchándola en la voz meliflua y almibarada de monseñor Blázquez. Terminada su perorata no fui capaz de discernir  qué posicionamiento era el que había concitado la unanimidad de los prelados. Y es que cuando parecía decir sí, contraatacaba con un no, para pasar a un quizá o un ya veremos. Bien es verdad que no me fiaba demasiado de la lucidez de mis entendederas  porque, con ese soniquete oleoso con retrogusto incensado que se gasta y que me resulta imposible de soportar, mientras lo escuchaba estuve más pendiente de evitar que me sobreviniera un coma hiperglucémico irreversible que de sus palabras. De modo que, pasado el empacho, la leí detenidamente. Por alejarme de cualquier tipo de prejuicio incluso una vez lo hice en voz alta, tratando de borrar de mi memoria su salmodia edulcorada. Y mi conclusión, ya más ecuánime y sin interferencias, volvió a ser la misma.

(Fuente: Diócesis de Málaga)
Si se me permite un oxímoron más que chirriante diré que no estoy nada al tanto de los fundamentos epistemológicos de religión alguna, de manera que no sé si, en el caso que nos ocupa, lo acordado por la Conferencia Episcopal Española está bajo la inspiración del Espíritu Santo. De ser así, este ente de razón del catolicismo anda en franca decadencia desde aquel Pentecostés evangélico, porque el documento es todo un modelo de ambigüedad, de ambivalencia milimetrada, una pirueta de funámbulo en la que se detecta un afán poco disimulado de querer sorber y soplar al unísono y que logra el imposible de agradar y enfadar a los feligreses de ambos bandos a la vez. La verdad es que comprobar el desparpajo que han tenido para conseguir poner una vela a dios y otra al diablo, que ya son ganas, para representar el papel de un patético Poncio Pilatos de baratillo, resulta un espectáculo ciertamente grotesco. E irritante sobremanera que lo hagan, como lo hacen, echando mano de una transcendencia del todo impostada e invocando una autoridad moral de la que carecen. Y muestras nos dieron de esa penuria ética años atrás en ocasiones más dramáticas, en las que estaba en juego la vida de personas inocentes. Los monseñores Setién y Uriarte son dos ejemplos elocuentes de esas miserias apostólicas.
(Fuente: Libertaddigital)

En fin, visto lo visto y dado que la Iglesia Católica ha sustituido en templos y púlpitos catalanes la actividad pastoral por la política, sería hora de revisar el acuerdo con la Santa Sede, claramente conculcado por curas, priores, abades y obispos mitineros, y anular la exención de la que disfrutan del pago del IBI, que ya les vale. Estaría de dios, primo.

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