sábado, 16 de septiembre de 2017

ANIMALARIO

Aparecen debajo de las piedras, detrás de las esquinas, emboscados tras de una columna periodística, en las redes sociales, en la televisión, por los pasillos de la Universidad,  en la sopa de fideos. Después de que a partir del año 1982 se reinstaurase, casi sin solución de continuidad,  el pensamiento único, hay en esta tierra una cultura del clientelismo, del mamoneo, que ya es un estigma que sobrevuela el aire del aire. Esta sociedad de aquí, la nuestra, la de andar por casa, tiene  una tara genética que a ver quién es el guapo que la rompe y la manda a las cloacas de la historia.

(Fuente: Expansión)
Tres prototipos, a mi corto entender, forman esta fauna culebrera y sectaria: trepas, pelotas y chivatos, siendo los primeros los más numerosos a pesar de que, para serlo, han de hacer méritos. Hay quien los hizo llevando la cartera de un consejero, riendo las gracias de un alcalde,  represaliando un libro, dejando de hablar al amigo “desafecto”, masajeando espaldas... Los hay que renunciaron a su partido y a su ideología. Se encaramaron a la cola del pesebre y, una vez que sintieron en sus espaldas la caricia seductora del sillón de respaldo alto y palparon las pelusas de la moqueta, si te he visto no me acuerdo. Estos conversos, furibundos, resultan los más patéticos. Han de hacerse merecedores de la unción  para que su pasado descarriado no suponga un obstáculo a sus ansias. Y entran a saco en el engranaje. Les da igual llevarse por delante a sus amigos, a sus sueños, a su libertad. La palabra riesgo no existe en sus diccionarios. Todo sea por el riñón, todo sea por la causa  que les permita vivir creyéndose lo que no son. Es fácil cambiar dignidad por estabilidad. Al fin y al cabo, la integridad es un mito que acabó en El Quijote. Y hay que huir del crítico como de un apestado, cruzarte de acera si lo ves por la calle,  no contemporizar con estos puñeteros amargados, con los no uncidos, vaya a ser que alguien vea y  pida explicaciones. Y se arrellanan a vivir. Les pierde el interés porque un trepa no tiene más ideología que el trepar. Y servirán al amo mientras dure la bicoca.

(Fuente: Diario Información)
Pelota y trepa, ¿son el mismo espécimen? Yo creo que no, aun siendo ambos de la misma familia. Porque aunque el trepa siempre es pelota al hacer de la adulación su piolet para el ascenso,  hay pelotas de línea dura, altruistas en su ceguera modorra, que no buscan recompensa material y ejercen su peloteo sólo por idolatría, como el que reza, como el que adora. El pelotillero puro daría la vida por su dios de pacotilla y mataría por él. Es el más peligroso de todos porque, creyéndose portador de valores inmutables, te pisa la cabeza como mancilles el buen nombre de su caudillo. No espera recompensa alguna. Este talibán se siente satisfecho defenestrando infieles, sin que le importe que su nombre  figure o no en parte alguna. Si alguna vez coincide con su dios terrenal y éste le sonríe como quien mira a una grulla, él guardará esa sonrisa como un viático. Es la tropa fanática, la minoría genuflexa de los sin nombre.


(Fuente: Inversor global)
Por las razones aducidas, habría que deducir que no todo pelota es chivato, pero a la viceversa, siempre. Cuando se juntan estas dos características en alguien, ojo de chícharo con él  porque estos bifrontes son  hijos de mala madre. Desde chicos. Empiezan con el peloteo y las chivadas en la escuela y ya no pueden parar. Es como una droga que se les mete en el cuerpo y, cuando no ejercen, alcanzan tal crisis de abstinencia que son capaces de llevarse por delante a Cristo bendito hasta conseguir un chisme que llevarse a la boca y propalarlo. Incluso, en el colmo de su paroxismo, endilgando a algún inocente falsas fechorías con tal de meterse la dosis que los tranquilice. En la propia delación obtienen su doble recompensa, satisfaciendo así, mientras babean de gusto, su inmoralidad bífida.

En el mundillo de nuestra ‘cultura oficial’ conocí yo, mientras rigió nuestros destinos regionales “el gran conducator”, a algún elemento que, mientras estaba encaramado en el machito, logró reunir en su repelente cuerpecillo las tres características zoomórficas antes descritas, sazonadas, a mayor abundamiento, con un veneno viscoso que ni la víbora cornuda. Todo un portento que ahora, venido a casi nada, anda por ahí pataleando rabietas egocéntricas. En fin, ya habrá ocasión más adelante, si se tercia, de hablar de algunas situaciones más que patéticas de las que fui testigo en aquella época oscura, protagonizadas por algunos de estos ejemplares tóxicos.
(Fuente: lavoz.com.ar)






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