sábado, 29 de noviembre de 2014

MONAGO VIAJERO, SEGUNDO ACTO

Dos sábados atrás, y a raíz de la rueda de prensa convocada por Monago para tratar de explicar no sólo la legalidad, sino la licitud de sus viajes a Canarias, y defenderse del linchamiento del que, no sin razón, se sentía víctima, terminaba mi artículo Falso culpable diciendo: Y como lo que no mata engorda, el mal trago le ha hecho crecer renovando fuerzas y confianza. Habrá que estar atentos porque parece que el segundo acto de este drama no ha hecho más que empezar. Pues después de dos semanas, en que la función ha quedado limitada a conversaciones en el ambigú cada vez más mortecinas, este pasado jueves ha finalizado el segundo acto de este sainete (convertido, por la torpeza de su protagonista, en culebrón), con la comparecencia del susodicho en sede parlamentaria, dizque a petición propia cuando más bien fue porque a la fuerza ahorcan. Después de unas primeras preguntas de relleno, algo así como un calentamiento de motores, vino el plato fuerte. Fernando Manzano, a la sazón presidente de la Asamblea y, por tal, primo de su chófer, trató de explicarnos el mecanismo de la función. Con su habitual torpeza expresiva y su absoluta incapacidad pedagógica hizo de la aclaración de lo sencillo un galimatías tan obtuso como sus entendederas. Me sigue asombrando, cada vez que lo escucho, la capacidad envidiable que desarrolla para hacer patente sin rubor, en un alarde continuado de inconsciencia, su inanidad intelectual. Ignoro las virtudes ocultas, más bien recónditas, que atesora para ocupar el puesto que ocupa. A no ser que no debamos hablar de virtudes, sino de cuotas provinciales, prebendas partidistas u otros motivos más espurios en los que el mérito y la capacidad nada tengan que ver con su elección. Sólo así me puedo explicar que esté donde está y sea lo que nunca tenía que haber sido.

Ciudad sin sueño, llamó el compareciente a su discurso, copiando el título de un poema de Federico García Lorca y su Poeta en New York. Es éste un poema definitivo, desgarrado, pleno de imágenes surrealistas, en el que Federico nos habla de  la deshumanización de la gran ciudad y de la angustia, la soledad y la frustración de sus habitantes, rodeados de alimañas y robotizados e indefensos ante la indiferencia que conlleva un anonimato compartido. El presidente adulteró con solemnidad impostada algunos de sus versos utilizándolos de forma aberrante como preámbulo de su intervención, quizás en un intento patoso de epatar, con esta pedestre manipulación plena de un lirismo romo y recargado, a sus contrarios. Lo que consiguió, en lo que a mí se refiere, fue revolverme las tripas viendo cómo se destrozaba, alegre e impunemente, un poema tan distinto y tan distante de lo que allí se trataba. Y la falta de respeto hacia el autor y su obra que esa utilización rastrera supone. Después citó a Juan Ramón, porque la cosa parece que iba de poetas. Me gustaría recordarle a él y, sobre todo, al equipo pluri o unipersonal que le pueda escribir los discursos, que este poeta dijo refiriéndose a la poesía: ¡No la toques ya más / que así es la rosa! Pues háganle caso, no me sean sobones, y no magreen con descaro tan lúbrico lo que es intocable, que eso sí que creo yo motivo más que justificado para una moción de censura.

¿El discurso? Pues a lo que últimamente nos tiene acostumbrado el personaje. Mitad de autobombo y mitad de victimismo. Un “déjà vu” monótono y esdrújulo, trufado con abracadabras varios que sonaban a pólvora mojada. En cualquier caso y a pesar de su escasez, fue suficiente. Porque, como decía aquél a su hermano ante la madre moribunda, si “crees que madre está mal, ya verás padre”. Y el padre estaba muerto. La intervención del portavoz del PSOE (¿por qué no intervino Fernández Vara?), fue igual que el cardado de su tupé: vacía, inconsistente y, en lo poco que improvisó por el descoloque que le provocó el discurso con truco de Monago, desorientada. Empecinado en pedir su salida con un argumentario inconsistente y, en algunos momentos, tramposo. Y todo ello con una dicción atildada y peripuesta acorde con su pose de “¡mecachis, qué guapo soy!” que, al menos a mí, no me convence. Repito, ¿por qué no intervino Fernández Vara? El atropellado portavoz del Prex-Crex, más de lo mismo. Vehemente y, al menos, dando sensación de que se creía lo que decía, se enrocó en pedir la dimisión con los argumentos manidos que ya venimos oyendo todos estos días. Y Escobar, curiosamente el único de los tres que ha revisado los 400 folios de documentación de los que Monago alardea para justificarse, ni condenó ni absolvió. Ahí deambuló en tierra de nadie mientras daba muestras, en el momento de su intervención, de ser el mejor parlamentario de los cuatro a la hora de expresarse y de comunicar. Y, por último, la homilía del portavoz del PP, que fue una guinda de traca, una tabarra alucinante y empachosa por demás. Una cosa es apoyar a tu jefe de filas y otra llevar la veneración al líder hasta los extremos más hiperbólicamente ridículos y grandilocuentes. ¡Qué verbo cálido, qué énfasis laudatorio, qué arrebato de pasión, qué atiborre de incienso y azahares! Mientras la escuchaba, cerraba los ojos y, en mi delirio diabético, se me aparecía García Carrés, con su camisa azul, perorando las excelsas virtudes de un Generalísimo amodorrado. Menudo trago me hizo pasar el hagiógrafo.


Las réplicas y contrarréplicas fueron, en algunos momentos, una suerte de reproches y ‘contrarreproches’ digna de una discusión de comadres, de un especial de Sálvame o de una pelea de patio de colegio hablando de pandillas y de amigos. Impagable la imagen de Monago diciéndole al portavoz del PSOE que a él no le dejaría los papeles justificativos de su Visa “porque son míos, porque no quiero y porque no me da la gana”. Sólo le faltó añadir aquello de “porque además tú eres mi peste y contigo no me ajunto”. Patético. Pero efectivo. Al final, los llevó hasta su terreno, se los zampó sin masticar y no escupió ni los huesos. Pues que vayan aprendiendo.

1 comentario:

Muli dijo...

Muy bueno el comentario.
Un abrazo.