Aunque los resultados en España de
las elecciones al Parlamento Europeo no sean “traspolables” (Manzano
dixit) a las municipales, autonómicas o
generales, sí deberían servir como aviso a cierta clase política de lo que, por
su actuación prepotente y cada vez más alejada del ciudadano, puede ser la
tendencia de los votos cuando aquéllas lleguen. A pesar de que de nuevo en
éstas (54,16 %), como en las anteriores (55,10 %), la abstención ha ganado por
mayoría absoluta, dando cuenta de la lejanía política con la que los votantes
perciben a la Unión Europea, la pérdida de más de cinco millones de votos por
parte de PP y PSOE; el aumento de escaños conseguido por partidos minoritarios;
la irrupción, con más o menos fuerza, de formaciones de reciente creación, y el
aumento de 50 a 54 del número de elegibles, ha dado lugar a un terremoto que ha resquebrajado los cimientos
de un bipartidismo que parecía consistente y con todos los visos de
perpetuarse.
Este tsunami, para empezar, parece
que se ha llevado por delante a Rubalcaba. Y digo parece porque de un tipo como
éste que dimite sin irse yo no me fío, vaya a ser que creyendo tú que se va, te
encuentres con que se queda. Ha intentado la jugada de una manera sui
géneris, rubalcabiana, con la convocatoria de un Congreso Extraordinario
cerrado que elegiría al Secretario General y dejaría las primarias de noviembre
en pura filfa. Una catarsis engañosa que no haría más que apalancar una
turbiedad a la que se apuntan, cómo no, los
gallos viejos de la vieja guardia, con más espolones que el pavipollo de La
isla misteriosa, que no quieren dejar de mangonear y chupar del bote, aunque
eso suponga llevar al partido por un camino que sólo conduce al aniquilamiento
o la marginalidad. Creo que el partido tiene ahora una oportunidad histórica para
limpiar telarañas, renovarse y superar la lacra que supone, como leí el otro
día en algún sitio, ser el único partido europeo que ha sufrido un contundente
voto de castigo estando en la oposición. El empecinamiento de un Rubalcaba sin chip
de obsolescencia programada les ha hecho perder unos años preciosos. Creo que
es el propio PSOE, doblemente damnificado, el que tenía que invocar, con más
razón que el PP, la herencia envenenada
recibida de ZP.
Pero el protagonista indiscutible,
la supervedette del espectáculo de variedades que ha supuesto esta convocatoria
electoral ha sido, sin la menor duda, Pablo Iglesias. El ¿partido político? o
la agrupación Podemos, que lidera de manera tan egocéntrica y personalista que
ha incluido su fotografía en las papeletas electorales transmutando su cara en
logotipo, ha convencido a 1.245.948 votantes que le han supuesto 5 escaños. Efectivamente
un resultado espectacular por inesperado. Ha sido lugar común en las crónicas
al respecto el enorme mérito que tal desenlace representa al ser ésta una
formación de apenas cuatro meses de vida y con muy escasos medios. Sí claro, y
un jamón con chorreras. El ahora líder supremo comenzó su carrera pública en
abril de 2013 como tertuliano en el programa El gato al agua, de la extinta
Intereconomía TV, para al poco recibir amparo en Atresmedia y Mediaset y,
demostrando un poder de ubicuidad que ni San Juan Bosco, tirarse de campaña
electoral más de un año en horario de mañana, tarde y noche. De modo que en
este año largo y denso de consignas y matracas ha dispuesto de muchas más horas
en televisión que todos sus contrincantes juntos. De escasos medios, nada,
monada. Y si, a mayor abundamiento, sólo una de estas empresas de comunicación
ha logrado que el bodrio de una analfabeta esté durante varias semanas entre
los 10 libros más vendidos en España, ¿cómo entre las dos no encumbrar
políticamente, siquiera sea en un montículo, a un profesor universitario
populista e inteligente? La mercadotecnia capitalista, por zafia e interesada
que sea, es lo que tiene. Después, para rematar la faena y conseguir más votos,
el muy cuco ha adoptado el mismo artificio de birlibirloque que utilizó Rajoy:
elaborar un programa electoral que dé satisfacción a los anhelos de la gente,
por mucho que sea imposible de cumplir y, en el caso que nos ocupa, cubrir los
huecos con diatribas anticapitalistas y eslóganes revolucionarios “ad hoc”. Al
fin y al cabo, la cuestión es rellenar páginas con aquello que los posibles
votantes quieran oír y, así, cubrir el expediente. El voto a la talega, las
palabras al viento y luego, si acaso, a lo mejor ya veremos, suponiendo que...
Y, “afuera aparte”, espero que el
nuevo tótem de la nueva izquierda española, en esta nueva etapa, descubra que
una ducha utilizando un buen champú-gel no es claudicar a las tentaciones del
capitalismo salvaje ni seguir los dictados de la odiada Troika. Y ponerse ropa
limpia no es de burgueses. Es sólo cuestión de higiene y respeto a los demás.
Será una chifladura de las mías pero cada vez que lo veo me da la impresión,
por la falta de limpieza exterior que me transmite, de que su calzoncillos
deben andar con más pegotes que el papel de una magdalena. O sea que ese
momento Divinity que, según propia y sonrojante confesión del interfecto, le
proporciona la crema con la que se unta después de ducharse, pues eso, que lo
disfrute a diario. Porque además de sentirse ledo, seguro que lucirá “divino de
la muerte”.
2 comentarios:
Cuanto dolor mal contenido y acumulación de prejuicios por el resultado de Podemos. No sufra más, hay gente más hábil que otra, sólo es política!
Ningún dolor. Y, por supuesto, ningún prejuicio después de más de un año siguiéndole la pista por los medios y haberme leído su programa electoral. En cualquier caso, "posjuicio", valga el palabro. Quizás algo frustrado, eso sí, porque entre las muchas quimeras de su programa electoral se le olvidó incluir la promesa de que, en llegando "Podemos" al poder, a los alopécicos volvería a salirnos el pelo. No la veo más disparatada que otras que sí aparecen. Es una lástima porque, de incluirla, igual lo hubiera votado.
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