sábado, 7 de junio de 2014

URGENCIAS REPUBLICANAS

Tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera en enero de 1930, el 12 de abril de 1931 se convocaron en España elecciones municipales. Esta convocatoria en realidad era, ante la impopularidad y el aislamiento cada vez más dramáticos del rey Alfonso XIII y, por ende, de la institución monárquica, una huida hacia adelante del gobierno del general Berenguer en un intento de volver al statu quo de tolerancia anterior a la dictadura. Intento baldío porque el alejamiento y el deterioro institucional ya habían calado en el pueblo que, cada vez con más fuerza, albergaba una esperanza republicana que les devolviera la libertad hurtada por un rey pusilánime e inseguro cuya soledad era ya irrestañable. En este escenario las elecciones fueron asumidas por la ciudadanía como un plebiscito para escoger entre monarquía o república, y aunque el número de concejales de las formaciones promonárquicas (29.953) fue muy superior a los obtenidos por las  prorrepublicanas (8.855), dado que éstas obtuvieron una incontestable mayoría en las principales ciudades españolas las cañas se tornaron lanzas y la solución, como suele ocurrir cuando ésta es torpe, entró a formar parte del problema que pretendía resolver. Dos días después, 14 de abril, se proclamó la República y el rey tomó el camino de un exilio que sólo pudo remediar de cuerpo presente. En noviembre de ese 1931, las Cortes acusaron a Alfonso XIII de alta traición en los siguientes términos: Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fue rey de España, quien, ejercitando los poderes de su magistratura contra la Constitución del Estado, ha cometido la más criminal violación del orden jurídico del país, y, en su consecuencia, el Tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la ley a don Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena. Privado de la paz jurídica, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en territorio nacional.

El 25 de mayo pasado se celebraron elecciones europeas en España. Con el deseo generalizado entre la ciudadanía de castigar a los dos grandes partidos, ganado a pulso por éstos a base de recortes económicos, paro galopante, merma de libertades y, sobre todo, por corrupciones de todo tipo huérfanas de una reacción ejemplarizante de limpieza, también éstas se transformaron, burla burlando, en un plebiscito que refrendaría o invalidaría la solidez del bipartidismo PP-PSOE hasta ahora inamovible. El varapalo electoral sufrido por ambos ha sido tan contundente que, aun ganando, han perdido. Y los siete restantes, habiendo perdido, se sienten ganadores a pesar de que su botín vaya sólo de 1 a 6 escaños por agrupación. En plena digestión de los resultados y para añadir picante al guacamole, el rey Juan Carlos, físicamente mermado y con una imagen pública más mermada aún por sus meteduras de pata y por las salpicaduras de las correrías de su hija y de su yerno, nos anuncia su abdicación el pasado lunes. Y ahí es donde algunos se empeñaron en ver cerrado el círculo de la historia y, haciendo de la anécdota categoría, se apresuraron a equiparar la realidad actual a la de hace 83 años. Esta simpleza científica traída con calzador y motivada en la mayoría de los casos por intereses espurios, me ha proporcionado, dicho sea de paso, la ocasión de disfrutar estos días de algunas opiniones y de algún ejercicio de parasicología histórica absolutamente descacharrantes.

Para la misma tarde del lunes se convocaron manifestaciones que pedían un referéndum que decidiera entre monarquía o república. Salieron a la calle miles de personas que los organizadores elevaron al estatus de “clamor popular”, y a la palestra Cayo Lara que exigía la convocatoria de la consulta para que el pueblo hable (no sé si con la intención de que diga lo que él pretende escuchar) y pueda elegir entre “monarquía o democracia”, oponiendo de forma tramposa dos conceptos que de ninguna manera son opuestos, como no lo son, por tratar de igualar su absurdo, las patatas fritas y el teorema de Tales. Tamaña memez, largada con énfasis pontifical, lo deja en lugar poco apetecible no sólo por el hecho de decirla, que también, sino por el de reconocer de forma implícita que, según su criterio, él mismo está formando parte de la estructura de poder de un Estado que, por monárquico, no es democrático. La tontería, rizando el rizo demagógico, es sublime. Ahora sólo queda,  para igualar presente y pasado, ver a Juan Carlos I “privado de paz jurídica” y así poder correrlo a banderazos tricolores por la estación de Atocha camino de su exilio, quizás en Botswana. Es por eso, me malicio, por lo que Cayo Lara y Pablo Iglesias, a codazos para ver quién de los dos se cuelga la medalla de ser quien lidere esta marea republicana, quieren impedir la posibilidad de que el rey goce de aforamiento. Pensarán que, para aforados, ya están ellos dos.


En fin, la cantidad de despropósitos que se ha amontonado ante mis ojos atónitos en apenas unos días, me tiene con el gollete obstruido. De momento, como primera providencia y huyendo de que se me pueda incluir en ese totum revolutum que se dio cita en la Puerta del Sol donde, unidos por un furor antimonárquico ciego e irreflexivo, se amontonaron de forma impúdica miembros de la izquierda más intolerante con integrantes de la derecha más oscura, he dejado en casa la pulsera tricolor que solía lucir en mi muñeca. Que ser republicano no tiene por qué llevar aparejado el formar parte de esa patulea incongruente.

1 comentario:

Carlos Rivero. dijo...

Amigo Jaime. El problema no es monarquía o república. Lo más indignante de la monarquía actual es que el rey y sucesores directos creen de sí mismos que han nacido y han sido preparados para ello, mereciendo el privilegio que tienen y haciendo a los ciudadanos el enorme favor de ampararlos como desprotegidos súbditos.
Lo más indignante de la república es que habría un presidente de la república como Aznar, Felipe, Zapatero,Ibarra,Vara,etc,.... y los mismos partidos con las mismas caras, las mismas sectas ideológicas, los mismos trileros, los mismos vendehumos,...que con la monarquía.
El problema en fin, es el sistema, que no desaparecerá sin una revolución o cataclismo total que cambie a otro que elimine el concepto mántrico inoculado en nuestro cerebro de competir,especular, producir, comprar, usar y tirar sin fin, o llegaremos a un punto sin retorno que nos destruirá.