En el año 1963, la filósofa judía
de origen alemán Hannah Arendt publicó el libro Eichmann en Jerusalén.Un
informe sobre la banalidad del mal. En él se hacía un estudio sobre el jerarca
nazi, uno de los principales ejecutores del proceso de exterminio llevado a
cabo contra el pueblo judío por Hitler, que fue secuestrado en Argentina por el
Mossad y trasladado a Israel en 1960, juzgado y condenado en 1961 y ahorcado en
la prisión de Ramla, cerca de Tel Aviv, en 1962. Arendt, ya nacionalizada
estadounidense, fue enviada a cubrir el juicio contra el genocida por la
revista The New Yorker, lo que le sirvió para escribir este libro que suscitó
todo tipo de controversias, entre otros motivos, precisamente por esa expresión acuñada en el título
y ya convertida en frase hecha, “la banalidad del mal”, al referirse a las
razones que llevaron a Eichmann a actuar de la forma en que actuó. Para ella no
fueron las de un monstruo racista y antisemita, las de un criminal depravado y
sistemático poseído por el odio, sino las de un burócrata frío y competente con
ansias de ascender en su carrera, ideológicamente neutro, que se limitó a
cumplir las órdenes recibidas de la manera más eficaz posible. Esa eficacia
aséptica le hizo pasar de soldado raso a coronel en tan sólo 13 años. El propio
Eichmann declaró a este respecto en el juicio: “No perseguí a los judíos con
avidez ni placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra
parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los
gobernantes de haber abusado de mi obediencia”. Y Arendt, quizás basándose en
declaraciones como ésta, nos explica el intríngulis de su famosa frase:
“Eichmann no era Macbeth. A excepción de una diligencia poco común por hacer
todo aquello que pudiese ayudarle a prosperar, no tenía absolutamente ningún
motivo...” para organizar de forma
exacta y sistemática todo el sistema de deportaciones de judíos camino de la
muerte.
Viene esto a cuento de la película,
graciosísima según parece, que anda ahora en ojos y boca de tanta gente,
batiendo récords de espectadores y risas, cual es 8 apellidos vascos, que me
ha recordado, por aquello de las gracietas y el buenismo engañoso, a aquella
otra galardonada con Oscars, Césares, Baftas y demás, y protagonizada por ese
caricato histriónico (también oscarizado) que es Roberto Benigni, titulada La
vida es bella. Cuando vi esta última pasé un par de horas verdaderamente
estomagantes. Me pareció eso, una banalización del mal, un acercamiento al
horror del nazismo y de sus campos de exterminio realizado bajo un prisma de gracieta
ligera que trivializaba la tragedia. La primera parte no pasaba de ser una
comedia mediocre llena de tópicos pretendidamente deslumbrantes, y la segunda
un pastiche irritante en donde lo dramático no era más que unas cuantas
píldoras, debidamente dosificadas, de mermeladina sensiblera. No dudo de las
buenas intenciones del bodrio pero, de haberlas, creo que fallaron
estrepitosamente.
8 apellidos vascos viene a
utilizar la misma técnica, la de exagerar la anécdota para ocultar la
categoría, caricaturizar lo anecdótico hasta el esperpento para difuminar una
realidad nada amable. Todo se reduce a una sucesión de “sketchs”, corta y pega
del programa televisivo Vaya semanita, no siempre bien hilvanados, que a
veces me recordaban a las películas de Pajares y Esteso o a la sal gorda de Los
Morancos, sobre la idiosincrasia, en el fondo bonachona y peripatética, del
radicalismo nacionalista vasco, (ellos hablan de la Euskadi profunda), al que
simplifica hasta dejarlo en una actitud folklórica y cateta y, lo que es peor,
en el fondo inofensiva. Una pésima imitación a la inversa de una, esta sí,
excelente comedia francesa como “Bienvenidos al norte”. Cansinamente
publicitada por el grupo multimedia que la ha coproducido, este bombardeo terco
ha conseguido el fin que se proponía porque la cinta ha batido marcas de
recaudación desde su estreno, alcanzando un éxito parangonable al libro
“Ambiciones y reflexiones”, de la escritora revelación de la temporada, Belén
Esteban, portento también protegida del mismo grupo. Lo que ocurre es que la
realidad que se vive en el País Vasco no creo que pueda ser objeto de vodeviles
más o menos chistosos. ¿Qué es lo que se ha pretendido con esta película?
Quizás algo parecido a lo que perpetró Jordi Évole, ese nuevo gurú del
periodismo verdad, frivolizando sobre el golpe del 23F.
He leído alguna crítica alborozada,
no sé si interesada, que saludaba a la película como un ejemplo sano de la
capacidad que podemos llegar a tener de reírnos de nosotros mismos. Pero hay
risas que pueden ocultarnos, de una manera perversa, una realidad que tiene muy
poco de graciosa. Y hay situaciones de las que no se pueden extraer bufonadas. No
sé que pensarán los cientos de miles de vascos exiliados, o las miles de
víctimas con las heridas aún abiertas, o los residentes, metecos o no, acosados
y señalados allí por los acérrimos del
vasquismo y del RH, de esta representación risueña de la causa de sus
desdichas. Puestos ya a hacer películas con ínfulas antropológicas y
arcangélicas, podrían haber filmado como figurante a Bolinaga chiquiteando,
debajo de su boina mayestática, con sus colegas etarras excarcelados por Estrasburgo.
Hubiera quedado muy propio, dando una imagen oportunísima de normalidad
democrática. Ahora, como antes, tampoco dudo de las buenas intenciones de nadie
aunque, conociendo el paño, confieso que esta vez lo digo con menos
convencimiento. A cambio de mi buena disposición, vuelvo a Arendt y hago mía
una frase suya que resume mi opinión sobre el tema: “La maldad y la necedad son
planas, las dos carecen de profundidad intelectual”.
2 comentarios:
Tu comentario excelente.
No puedo opinar sobre 8 apellidos vascos porque no la he visto.Sobre La vida es bella,que sí he visto,estoy de acuerdo contigo en lo que dices sobre el histrionismo del protagonista,en que la primera parte es una chorrada...
En la segunda parte,vi a un padre desesperado por intentar que su hijo,niño aún,sufra lo menos posible,ante la espantosa realidad
que están viviendo.No me pareció que fuera ofensiva,ni que ensalzara el nacionalsocialismo,ni menos preciara el Holocausto.En lo único que piensa es en su hijo.
Igual estoy equivocada.
Un abrazo.
Fe de errata:Menospreciara.
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