sábado, 17 de mayo de 2014

LA ESPAÑA PROFUNDA


El horrible crimen de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, ha conseguido descolocarme, por enésima vez, con la evidencia de que en cabezas en principio consideradas bien amuebladas, puede anidar una zona oscura que acumule más podredumbre que un osario. “Personas normales, completamente integradas en el pueblo”, como decía un vecino de las presuntas asesinas, que, inesperadamente, actúan de una forma irracional en la que el rencor ciego, si se me permite el pleonasmo, nubla cualquier intento de entendimiento. Hasta transformar la pasarela sobre el río Bernesga en escenario de la barbarie para, arrebatándole su simpleza funcional, estigmatizarla de por vida con la sangre de la víctima. La técnica cobarde y sañuda utilizada en éste asesinato me ha recordado a la utilizada por la ETA en muchos de sus atentados: Primero tiro en la nuca a corta distancia para después, con la víctima ya abatida, descargar el cargador sobre su cuerpo inerte. Tampoco en el móvil encuentro diferencia entre los bolinagas vascos y esta desquiciada, porque en ambos casos ese móvil no es otro que el odio asumido como razón de vivir y como pretexto coherente para matar, aunque aquellos en su vesania ideológica y ésta en su obsesión maternal los disfracen de lucha política o de justicia retributiva. Técnica y motivo van de la mano hasta mimetizarse. Y el tratamiento en ciertas cadenas de televisión ha sido vergonzoso, con un regodeo y una satisfacción en el morbo y la truculencia que me han parecido repugnantes. Parece que, en este sentido, este país va camino de la estética Sálvame sin remedio.

Este hecho lamentable también ha venido a demostrar que el concepto manido e interesado de la “España profunda”, ese paradigma de la excrecencia social compuesta por individuos antisociales y de instintos primarios, no es sólo patrimonio de Extremadura (como de forma machacona y falaz  trataron de convencer los medios cuando ocurrieron los sucesos de Puerto Hurraco) sino que puede vivir en cualquier parte, pequeño pueblo o ciudad. Porque la oscuridad no está en el aire, está en las personas. ¿En qué se diferencia la presunta asesina de León de los hermanos Izquierdo sino es tan sólo en la imagen, cargada de prejuicios, que hemos percibido de la una y de los otros? Ellos como unos prehomínidos con traje de pana, medio analfabetos, fotografiados hasta la saciedad en su detención con rostros desencajados y huraños en medio del campo, actores de una venganza rumiada durante años; ella como una mujer elegante, esposa de un comisario de policía, con una hija ingeniero de telecomunicaciones, integrada en la vida social de León, presunta autora de una venganza rumiada durante
años. ¿Dónde está el matiz que separa la sombra de la luz? Y mientras escribía líneas atrás (el bendix a veces me funciona y se anticipa)  he recordado Arde Mississipi, magnífica película de Alan Parker que, basada en un hecho real de 1964, nos habla del asesinato cometido por el Ku Klux Klan, en el sur profundo de Estados Unidos, de tres activistas de los derechos humanos. Y, arrimando el ascua a mi sardina y comparando situaciones,  la lógica me obliga a una interrogación retórica: ¿Qué es la ETA sino un Ku Klux Klan con ínfulas de ejército de liberación? Lo tienen todo en común porque las dos organizaciones son nazis, son racistas y son asesinas. Repito, ¿dónde está el matiz que separa la sombra de la luz: en la pana, en la ikurriña, en la vida social?


Pero, definitivamente, si queremos encontrar de verdad la España profunda, esa que puede sorprendernos en su idiocia y su indigencia mental sin dar siquiera tiempo a respirar, la verdadera esencia del desparpajo inconsciente y la burrada con mitra, no hay nada como las redes sociales. Ahí pulula un enjambre de indocumentados, unos nominales, otros anónimos escondidos tras sobrenombres muchas veces estrambóticos y desconcertantes, que ni te cuento Calleja, que tú tienes más que yo. Nunca he leído tantas idioteces seguidas como en ellas. Y, lo que es peor, no he sido testigo jamás  de tantas faltas de ortografía por centímetro cuadrado como ahí.  Incluso de las cometidas por algún opinante de primera línea que pontifica entre tildes ausentes y dislates sintácticos. Para este tipo de personas que, en vez de opinar, dogmatizan al tiempo que patean la gramática, tendría que resucitar La Codorniz, ser encerrados en su “cárcel de papel” durante tres meses y un día, y obligados, durante ese tiempo de condena, a aprenderse el Manual de ortografía de la RAE.

3 comentarios:

Muli dijo...

Es terrible lo sucedido.
Muy bueno tu comentario,Jaime.
Un abrazo

Carlos Rivero. dijo...

De acuerdo con lo que expresas..
Saludos.

Anónimo dijo...

Fue un placer leer el artículo. Muy bueno.