El horrible crimen de Isabel
Carrasco, presidenta de la Diputación de León, ha conseguido descolocarme, por
enésima vez, con la evidencia de que en cabezas en principio consideradas bien
amuebladas, puede anidar una zona oscura que acumule más podredumbre que un
osario. “Personas normales, completamente integradas en el pueblo”, como decía
un vecino de las presuntas asesinas, que, inesperadamente, actúan de una forma
irracional en la que el rencor ciego, si se me permite el pleonasmo, nubla
cualquier intento de entendimiento. Hasta transformar la pasarela sobre el río
Bernesga en escenario de la barbarie para, arrebatándole su simpleza funcional,
estigmatizarla de por vida con la sangre de la víctima. La técnica cobarde y
sañuda utilizada en éste asesinato me ha recordado a la utilizada por la ETA en
muchos de sus atentados: Primero tiro en la nuca a corta distancia para
después, con la víctima ya abatida, descargar el cargador sobre su cuerpo inerte.
Tampoco en el móvil encuentro diferencia entre los bolinagas vascos y esta
desquiciada, porque en ambos casos ese móvil no es otro que el odio asumido
como razón de vivir y como pretexto coherente para matar, aunque aquellos en su
vesania ideológica y ésta en su obsesión maternal los disfracen de lucha
política o de justicia retributiva. Técnica y motivo van de la mano hasta
mimetizarse. Y el tratamiento en ciertas cadenas de televisión ha sido vergonzoso,
con un regodeo y una satisfacción en el morbo y la truculencia que me han
parecido repugnantes. Parece que, en este sentido, este país va camino de la
estética Sálvame sin remedio.
Este hecho lamentable también ha
venido a demostrar que el concepto manido e interesado de la “España profunda”,
ese paradigma de la excrecencia social compuesta por individuos antisociales y
de instintos primarios, no es sólo patrimonio de Extremadura (como de forma
machacona y falaz trataron de convencer los
medios cuando ocurrieron los sucesos de Puerto Hurraco) sino que puede vivir en
cualquier parte, pequeño pueblo o ciudad. Porque la oscuridad no está en el
aire, está en las personas. ¿En qué se diferencia la presunta asesina de León
de los hermanos Izquierdo sino es tan sólo en la imagen, cargada de prejuicios,
que hemos percibido de la una y de los otros? Ellos como unos prehomínidos con
traje de pana, medio analfabetos, fotografiados hasta la saciedad en su
detención con rostros desencajados y huraños en medio del campo, actores de una
venganza rumiada durante años; ella como una mujer elegante, esposa de un
comisario de policía, con una hija ingeniero de telecomunicaciones, integrada
en la vida social de León, presunta autora de una venganza rumiada durante
años.
¿Dónde está el matiz que separa la sombra de la luz? Y mientras escribía líneas
atrás (el bendix a veces me funciona y se anticipa) he recordado Arde Mississipi, magnífica
película de Alan Parker que, basada en un hecho real de 1964, nos habla del
asesinato cometido por el Ku Klux Klan, en el sur profundo de Estados Unidos, de
tres activistas de los derechos humanos. Y, arrimando el ascua a mi sardina y
comparando situaciones, la lógica me
obliga a una interrogación retórica: ¿Qué es la ETA sino un Ku Klux Klan con
ínfulas de ejército de liberación? Lo tienen todo en común porque las dos
organizaciones son nazis, son racistas y son asesinas. Repito, ¿dónde está el
matiz que separa la sombra de la luz: en la pana, en la ikurriña, en la vida
social?
Pero, definitivamente, si queremos
encontrar de verdad la España profunda, esa que puede sorprendernos en su
idiocia y su indigencia mental sin dar siquiera tiempo a respirar, la verdadera
esencia del desparpajo inconsciente y la burrada con mitra, no hay nada como
las redes sociales. Ahí pulula un enjambre de indocumentados, unos nominales,
otros anónimos escondidos tras sobrenombres muchas veces estrambóticos y
desconcertantes, que ni te cuento Calleja, que tú tienes más que yo. Nunca he
leído tantas idioteces seguidas como en ellas. Y, lo que es peor, no he sido
testigo jamás de tantas faltas de
ortografía por centímetro cuadrado como ahí. Incluso de las cometidas por algún opinante de
primera línea que pontifica entre tildes ausentes y dislates sintácticos. Para
este tipo de personas que, en vez de opinar, dogmatizan al tiempo que patean la
gramática, tendría que resucitar La
Codorniz, ser encerrados en su “cárcel de papel” durante tres meses y un día,
y obligados, durante ese tiempo de condena, a aprenderse el Manual de
ortografía de la RAE.
3 comentarios:
Es terrible lo sucedido.
Muy bueno tu comentario,Jaime.
Un abrazo
De acuerdo con lo que expresas..
Saludos.
Fue un placer leer el artículo. Muy bueno.
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