domingo, 31 de mayo de 2020

EL DERECHO A DISENTIR


Hace ya más de 10 años que el HOY me llamó para abrirme sus puertas a una colaboración que, en su periodicidad y enjundia, dejó a mi libre albedrío. Sólo me dijeron cuál debía ser, con cierta holgura, la extensión de lo que escribiera porque, obviamente, debía ajustarse al espacio adjudicado. Sin ninguna otra indicación ni en los temas que abordara, ni en la frecuencia de mis envíos, ni en la forma ni en el fondo. En esa situación, anárquica, gloriosa, libre y desenvuelta, estuve unos meses. Hasta que me ofrecieron hacerla mensual. Y accedí. Al tiempo, me pidieron que fuera quincenal. Y accedí. Y al tiempo, que por qué no semanal. Y accedí. Y gracias doy a los espíritus de Larra, Camba, Chaves Nogales y Jaime Campmany, a quienes me encomendé para que no me ofrecieran una colaboración diaria. Me imagino que Ángel Ortiz, director entonces, y sus colaboradores, también se encomendaron a ellos para no ofrecérmela. Aunque quizá no les hizo falta si me conocían, por poco que fuera.

            Quiero decir que en el HOY me he sentido, y me sigo sintiendo, absolutamente libre. Porque jamás me han hecho indicación alguna que pudiera coartar mi libertad de expresión, ni de opinión, ni de ser como soy, que tampoco me la han hecho a pesar de haberla sufrido de manera continuada, por mi puñetera costumbre de mandar los artículos los viernes por la tarde, apurando el tiempo de juego, a pesar de que más de una vez, imagino, estuvieran, con razón,  acordándose de mis muelas por pelmazo. Y he de decir, de nuevo, que jamás hubo un reproche por la inquietud de cierre que pudiera producir mi desaliño tardón. Ni de Marisa, ni de ‘El Zurdo’, ni de Rodríguez Lara, ni de Juan Domingo, ni de Celia, ni de Ángel, ni de Manuela. La última vez que me he pasado de cuerda en el retraso fue la semana pasada, que cuando envié el artículo eran las 19:12 horas. Y, tras mis disculpas por el exceso, la contestación de Celia, he de decir que fue exquisita: «No te preocupes. Gracias. Un abrazo». Qué más puedo pedir, prima.

           
Estos días he leído en las redes una frase de León Tolstoi, que me viene al pelo porque describe perfectamente mi relación aventurera de 10 años con este periódico hospitalario. Decía el ruso barbudo: «La mayor aventura humana es decir lo que se piensa». Y, si me apuran, (y si no me apuran, también), yo le añadiría una coletilla que, como están los tiempos, creo que es oportuna: “Y tener la suerte de poder hacerlo”. Porque así se resume mi relación con esta casa desde que entré en ella: He dicho lo que pensaba y he tenido la suerte de poder hacerlo sin ningún tipo de cortapisas.

            Es por eso por lo que no entiendo los comentarios, generalmente anónimos, que leo en las redes acusándolo, ya ven, y dependiendo desde qué rincón se originen, de una cosa y de su contraria.  Todos tenemos derecho a disentir de lo que nos dicen, e incluso de cómo lo hacen, pero otra cosa bien distinta es anatemizar a los que no digan lo que nosotros queremos oír o, en este caso, leer. Se puede ser crítico con el sesgo ideológico de este o aquel periódico, pero no entiendo ese afán inquisitorial de algunos de despreciar lo que no viene en apoyo de su manera de ver las cosas. Sobre todo, porque a nadie obligan a leer lo que no quiera leer o a creer lo que no quiera creer. Es cierto que la prensa vive en sus lectores, pero no de ellos, ni de sus neuras o de sus obsesiones. Apañada iría si así fuera. Y, a mayor abundamiento, en el caso que nos ocupa, basta repasar la nómina de articulistas que escribimos en el HOY, unos periodistas del mismo y otros no, para comprobar que viene a ser un mosaico de sensibilidades ¿políticas?, ¿ideológicas?, muy similar al que conforma nuestra sociedad. Otra cosa es que, actualmente, esta sociedad en la que vivimos esté cada vez más polarizada, más dividida en compartimentos políticos estancos en los que la intransigencia dogmática (valga el pleonasmo) ha adquirido carta de naturaleza.

           
En cualquier caso, yo, cada mañana, con el segundo cafetito, (con el primero ya me he leído el HOY en papel), doy un repaso de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, a los periódicos digitales, digamos, más significativos. Y ese repaso, digo, me confirma un día tras otro que la objetividad no es sino un ente de razón. O acaso un imposible metafísico que, en este caso, hace que una misma noticia parezca positiva o negativa según el énfasis que se emplee a la hora de transmitirla y las palabras que se utilicen para hacerlo. Pero es esta una situación de ida y vuelta, porque también actúa la subjetividad con la que el lector se acerque a ella y lo que vaya buscando al hacerlo, confirmación o repulsa. Porque hay quienes van buscando fundamentalmente, tal vez por recomendación médica para apaciguar complejos, dar leña al mono. Sin ir más lejos, a mi artículo del sábado 16, «Desescalada y navajeo político», hizo un comentario en el digital de HOY un emboscado que criticaba el hecho de que yo ‘igualara a cirios y a troyanos’. Le contesté, claro, que no entendía qué tenía que ver la Semana Santa y sus velones con mi artículo. Pues eso, qué nivel el de los anónimos, primo. Y encima, erguidos, que diría el otro.


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