domingo, 7 de junio de 2020

RECUERDOS CINÉFILOS Y «LA ARRIBEÑA»


Llevo unos días canturreando, a golpes de melancolía, una zamba de Atahualpa Yupanqui, La arribeña, que me asaltó de sopetón una mañana mientras repasaba la lista de la compra. La oí por primera vez, hace ya demasiados años, en un disco de vinilo en el que Mercedes Sosa cantaba a Yupanqui. Los sentimientos se mezclan cuando anda la nostalgia, lazarillo leal de los recuerdos, deambulando por los entresijos de mi ayer de siempre. Y el culpable no doloso de verme así, entregado a lo que soy por lo que fui, prisionero inocente de mí mismo, es mi amigo JuanMa Cardoso, que me metió en la petición de sacar a la luz, en una red social, 10 películas que tuvieran un valor sentimental en mi vida. Yo acepté el envite por ser él quien es, amigo de una amistad cierta y sin alardes, aunque nunca me gustó meterme en esas ruedas diarias porque, lo quieras o no, además de la obligación del compromiso, que ya me da por ahí, siempre suele haber algún damnificado ocurrente que asoma la nariz para olisquear donde o como no debería hacerlo. La introspección cinéfila, que comencé por las primeras películas que vi en mi niñez, no sé por qué extraña asociación de ideas o sentimientos me llevó hasta esta zamba, que apareció entre mis recuerdos como un fogonazo.

10 películas, 10 días. Con mi edad y viendo películas desde los 5/6 años, elegir sólo 10 se presentaba complicado. Hice una primera lista que duplicaba la oferta con creces, y después vino la criba, dolorosa y sin duda injusta, a la que me obligaba la invitación cardosiana. De modo que las numeré, más o menos, por año de producción, y fui publicando sus carteles hasta ayer mismo, empezando por El gran gorila, del año 1949, y cerrando con Ojos negros de 1987. Y empecé por la que empecé porque estaba convencido de que fue mi estreno como espectador cinematográfico. Pero he leído en este cacharro en el que escribo que esta película se estrenó en España en el año 1969, en el que yo tendría 16/17 años, y estaba harto de colarme en el gallinero del López de Ayala y de ir al Cinema España o Royalty para ver películas con ‘calificación moral’ de  3R, o sea, para «mayores con reparos»; e incluso de 4, «gravemente peligrosa». De modo que una de dos, o mi neurona está mucho más destartalada de lo que creo, o el que la tiene destartalada del todo es el que ha escrito eso. Me inclino por esto último porque, en el último trimestre de 1969, estaba yo en Madrid asistiendo a clases en la Academia Martínez Pita, (¿calle Postas?),  para recuperar el examen específico del Preu, que había suspendido, y frecuentaba el cine Cartagena con el DNI falsificado de aquella manera con el fin de añadirle el año que me faltaba para los 18. Hasta que descubrieron el fraude de mi chapuza y no acabé malamente porque eché a correr que me las pelaba hasta casa de mi abuela, que vivía en el número 103 de dicha calle y me había acogido en su casa hasta febrero de 1970, en que aprobé el puñetero examen aquí, en Badajoz. Lo cual que, al final, tengo que agradecer a mi amigo JuanMa su alevoso asalto porque, ya ven, me ha despertado recuerdos enlazados al cine y a su música, o sea, a mi vida. Y, también, a otra música intrusa que, aprovechando el hueco emocional, se coló de rondón en mis silencios.


Como dije, ayer llegué al final de mi elección con el número 10, esos Ojos negros que eran también predilección de mi hermana melliza, ausente ya y, sin embargo, cercana aquí, a mi lado, como siempre, bebiendo de mis lágrimas, dormida y acunada entre mis sueños. No obstante, perdura el resquemor de los que no cupieron en la lista: las lágrimas de Nexus-6 Roy; la sonrisa serena de Apollonia; la filosofía pedestre del tabernero Tirso; el «agua límpida milagrosa» de Fidencio Barrenillo; el sacrificio final del padre Damien Karras; el parto de Rosemary; la angustia de una niña que deambula entre muertos anunciados con un abrigo rojo; el baile de AlPacino en Perfume de mujer.  Y, ainda mais: el Badalamenti de Cousins; los tangos versionados por Hugo Díaz en Los falsificadores; el villancico distorsionado de  JoséNieto en Amantes; el Williams de Schindler; Nino Rota y sus padrinos; John Barry con Rachmaninov deambulando en algún lugar del tiempo; el Lluis Llach de Salvador; la CavalleriaRusticana en la escalinata de la Casa de la Ópera de Sicilia en Palermo... Y tanta música, y tantas escenas que abarcan, en mi caso, demasiados años de latidos surgidos en la sombra del encuentro con todo en uno mismo. Que es lo que viene a ser el cine cuando es el corazón el que se asoma al mundo de su asombro y de su magia. Siempre que la película no sea un bodrio, primo, como ocurre a menudo con la vida.

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