domingo, 3 de mayo de 2020

CONFINAMIENTO, NIÑOS Y UNA TARDE INDECISA



           
(Fuente: El país)
Parece que, el domingo pasado, España fue una feria. Los niños por las calles atropellando sueños y sus padres sentados, codo con codo, juntos en los bancos de parques y paseos. Y los guardias, dormidos, pasando del asunto. De buenas a primeras, ya ven, un país como el nuestro que, mayoritariamente, ha mantenido el tipo encerrado en sus casas más de un mes, saca los pies del tiesto y se apunta al jolgorio y al cachondeo palmero. Un asco triste y falso que las redes, ‘los medios’, han difundido en la vorágine de esta gran mentira interesada con la que, los unos y sus contrarios, nos atiborran de imágenes y datos sesgados, en un escenario chirriante y mezquino. No me creo, digo, no me creo que, de un día para otro, la disciplina demostrada en las semanas anteriores, se rompiera con niños de por medio. Bien que he leído, desde que se anunció la posibilidad de que pudieran salir con sus padres, demasiadas opiniones en contra que no consigo entender, la verdad. Sobre todo cuando se apoyaban en que los niños eran felices encerrados en pisos de 60 metros cuadrados, y eran los padres los que estaban hartos de aguantarlos. Porque los niños sí que lo aguantan todo, dicen. ¡Manda huevos!, digo yo. Y ellos sabrán, o no, pero mi nieta, que cumplirá 10 meses el día 4 de mayo, (10 meses, digo), cuando ha salido en el cochecito a Castelar a ver los patos, ha sido presa de un ataque de alegría que ni te cuento, primo. No paraba de reír y de aplaudir.

Pero, vamos a lo que es la verdad irreversible de este tinglado trágico, que no son  sino los cadáveres, los muertos. Indefensos ante las tropelías interesadas de los que juegan con ellos, de quienes los transmutan en peones de un ajedrez macabro y miserable que debería alertarnos, a los vivos, de la entidad moral de los unos y de sus contrarios, los muertos, repito, no pueden rebelarse y protestar. Porque ellos sólo pueden seguir muertos, callados, entregados, a su pesar, a la pura estadística, manipulada o sí. Y ‘salvapatrias’ de opereta, para qué te cuento, primo. Los hay, en esta España de nuestros pecados, de todos los colores: azules, rojos, morados, lilas, grises, pardos, negros, amarillos, entreverados... Pero,  ¿y los muertos? Pues los muertos, sacándolos del pálido, no entienden de colores. Ni de más escenario que no sea el del silencio en medio de la nada. Y de eso se aprovecha la pandilla indecente que los lleva en sus prédicas políticas de arriba para abajo, sobándolos, sin ningún respeto, en un magreo mugriento y repugnante. Porque los muertos callan, solos e indefensos, sin saberlo. Porque los muertos no pueden hablar.

Llegado este momento, plomizo y propio y triste, pienso si no será la vida apenas el recuerdo de un presente fugaz. No obstante, para andar errabundo por ella y por mis sueños, no me ha hecho falta este confinamiento impuesto. Hace ya muchos años que soy esclavo de la línea quebrada de un estado interior imprevisible y ácrata. Sin ir más lejos, la tarde en la que escribo (jueves 30 de abril; 18:30 horas) anda titubeando sensaciones sin saber dónde estar, si en el brillo del sol o en la gris luz sumisa de las nubes. Y al entregarme a su forma de ser y a sus caprichos, me contagia sus dudas y me hace ir del júbilo a la pena. En cualquier caso, hace tiempo que vivo en los dientes de sierra que mi vida y mi forma de ser me han ofrecido. De modo que estar solo con mis neuras no es algo que me duela especialmente. Lo que me duele es el tener que hacerlo por narices. Por eso lloro más. Baste que me hayan dicho que no puedo salir, para querer salir a donde nunca he ido, ni falta que me hace. No sé dónde he leído, en estos días, algo sobre la posibilidad de introspección que nos brindaba este confinamiento. Y la verdad es que pensé que si esta situación aumentaba la mía de esconderme en mis sueños, posiblemente no podría, jamás, escapar de mí mismo. A no ser que alguien (mi santa o mi amigo Tomás, por poner dos ejemplos) me dieran unas buenas collejas que me sacaran del arrebato interno. No me importa vivir conmigo mismo, pero no soy capaz de soportar que me lo impongan, porque eso me llevaría a no poder quererme, a ponerme a la cola de quienes me detestan. Y entrar en una situación del todo absurda: mamporro va, mamporro viene, y a ver quién es más chulo de los dos, si yo o mi otro.

            Son ya las 19:30 horas. Creo que he sido aplicado a la hora de escribir. Se me han quedado dentro de las manos muchas lágrimas, mucho afán de decir, muchos silencios. Y un ansia renovada de desprecio a todos los que viven en un mundo alejado de la ‘gente’ que nombran sin saber qué están nombrando; a los aprovechados que nos toman a todos por cretinos, y a los inútiles encaramados al poder que piensan que los muertos son tan solo números que, oscilando, pueden descabalgarlos de su chollo.  

Y, mientras tanto... yo sigo sin poder ver a mi nieta. Y ya no encuentro lágrimas precisas que expresen lo que siento. Pues eso, primo.
(En Castelar...)

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