domingo, 26 de enero de 2020

... Y EN ESAS, LLEGÓ MI NIETA


Pensaba escribir este artículo sobre una anécdota de la que he sido protagonista involuntario esta semana. Y es que iba yo camino de la peluquería donde me rapan las cuatro guedejas que aún conservo, cuando me crucé con un conocido no sé si socialista pero, en cualquier caso, militante del PSOE que, antes de que pudiera despacharle con un ‘adiós’ de cortesía sin más, se interpuso en mi camino y, señalándome con el dedo índice de su mano derecha me espetó luciendo una sonrisa crispada y bobalicona: «¡Coño, Jaime, no sabía yo que fueras tan españolista. Pareces de Vox». Deduje, evidentemente, que el tipo se estaba refiriendo a mi artículo del sábado pasado y, más que nada para evitar tener que saludarlo en lo sucesivo, le contesté más o menos: «Pues yo, sin embargo, desde el momento en que te conocí ya barrunté que tú te acuestas tonto y te levantas idiota un día tras otro. Y ahora me lo has confirmado». Y seguí mi camino.



La anécdota no es baladí porque, con matices, la he sufrido o, más bien, gozado en bastantes ocasiones. Y he asistido a otras muchas en las que me tocó interpretar el papel de testigo. Y siempre de por medio políticos o sindicalistas que, con un sentido alienado de pertenencia al clan, no entienden la relación con los demás si no es abriendo trincheras de por medio o, lo que es peor, levantando murallas que separen a los “nuestros” de los “otros”. Vaya, que hay gente muy dada a, según soplen los vientos, considerarte de los suyos o de los contrarios como si no hubiera más posibilidades que esas, como si no existiera la opción de no ser ni de unos ni de otros. En su mentalidad obtusa y dogmática no cabe la independencia de criterio. Es más, no cabe ni la posibilidad de criterio sin orejeras. Me resulta imposible entender que la integración en un grupo de pertenencia elegido libremente, como puede ser un partido político o un sindicato, lleve tantas veces aparejado el hecho de considerar despreciables, no sólo a los que pertenezcan a otro de ideología contraria o distinta sino, incluso, a los que no pertenecemos a ninguno.

En fin, que sobre esa patética situación pensaba escribir este artículo. Y en ello estaba cuando llegó mi nieta. Y, ahí, todas las miserias simplonas y torpes se fueron al carajo. Cuando me vio y yo vi la luz de su sonrisa, cuando llegué a ella canturreando la melodía que sé que identifica como nuestra, cuando al acercarme puso su mano en mi cara mientras, escupiendo el chupete, me dedicaba una pedorreta de antología, la vida recuperó su ternura y su razón de ser alegre y deseada. Y otra vez me envolvió en ese su amor que, de primitivo y nuevo, ni siquiera sabe que lo es. Aunque lo ejerza, inocente, hasta hacer que mi corazón recupere el latido de otros sueños, de un tiempo que se fue pero sus ojos y su mirada dulce, ignorantes, depositan templado entre mis manos como un regalo absorto y retroactivo que inunda mi futuro de una nostalgia alegre, de una esperanza limpia y confiada. Me hace ser lo que fui y no sabe quién soy. Y esa es la magia ingenua que me hace seguir siendo, que aparca mis ausencias y que hace que me olvide de todos mis temores.

Sentarla en mis rodillas agarrada a mis manos como si fueran riendas de un caballo inconcreto es vivir un ensueño, recuperar momentos imprecisos y míos que no sé cuáles son, pero sé que son dulces porque así me lo dice mi corazón que vuelve a ser el de antes, aquel de amaneceres entusiastas en que la vida era algo que había que descubrir a cada paso. Y es que mi nieta tiene la claridad del alba en su mirada. Y su sonrisa es un oasis que alivia la sed de mis tristezas, el dolor de los pasos, la sinrazón del tiempo y de las pérdidas. Pues fue que, nada más llegar hoy a casa, me centré en sentirla y solo en eso. Y  ahí me olvidé de pines parentales, de encuentros vergonzosos en aviones, de reformas abstrusas del Código Penal, del silencio ominoso de lacayos y próceres mindundis y de la vida impostada que quieren que vivamos estos «‘maracanases’ que vienen del pueblo / a elogiar divisas ya desmerecidas / y a hacernos promesas que nunca cumplieron». Pues eso, yo a chochear con mi nieta y a ellos que les vayan dando por la idiotez de sus embustes, primo.

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