domingo, 12 de enero de 2020

EL DOLOR VIENE DESPUÉS


El pasado miércoles día 8, Pedro Sánchez Pérez-Castejón tomó posesión en el Palacio de la Zarzuela de su cargo como presidente del Gobierno de España. Sin Biblia ni crucifijo, prometió ante el rey Felipe VI y con su mano derecha sobre un ejemplar de la Constitución, utilizando la fórmula habitual: «Prometo, por mi conciencia y honor, cumplir fielmente con las obligaciones del cargo de presidente del Gobierno, con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros». Teniendo en cuenta que el DRAE define «conciencia» como,  1. f. Conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios», y 2. f. Sentido moral o ético propios de una persona; y «honor» como, 1. m. Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo, y a la vista de la trayectoria zigzagueante, acomodaticia y contradictoria de la que el susodicho ha hecho gala hasta que ha conseguido llegar adonde ha llegado, creo que su «sentido moral o ético», su capacidad de «enjuiciar moralmente la realidad y los actos propios» y, sobre todo, su cualidad moral para el «cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo», que somos todos nosotros, son una contrapartida tan vacía de contenido, tan frágil y con tan poco valor intrínseco y extrínseco que es como si yo hubiera prometido, jurado y perjurado eso y más por el funcionamiento de  mi próstata, que está la pobre como la flauta de Bartolo. Y es que el ritual es lo que tiene, que se cumple con él, aun a humo de pajas, y si te he visto no me acuerdo, prójimo. Sin embargo -y tiene guasa que tenga yo que decir esto- en el caso que nos ocupa la retranca borbónica del rey ha puesto un punto de humor negro a la aridez de la etiqueta, una chispa de ingenio al «rigor del protocolo», que diría Cantinflas. Porque ante el lamento del susodicho que, aludiendo a la cortedad del acto frente a los meses transcurridos desde las anteriores elecciones, afirmó quejosamente: «Ocho meses para diez segundos», le respondió con una frase cuasi ginecológica: «Ha sido rápido, simple y sin dolor. El dolor viene después». Sólo le faltó añadir: «Relájate y disfruta», que es lo que pienso yo, como prójimo, cuando me hacen las biopsias a mi próstata indecisa. Pues eso.
           
A todo esto, es la segunda vez que el interfecto susodicho promete el cargo haciendo honor a su laicismo y prescindiendo de Biblia, crucifijo y juramento. Nada que objetar, antes al contrario. Pero si dura en el cargo el tiempo suficiente como para poder hacerlo y a fin de que la parafernalia laica no quede como un brindis al sol, sería ocasión, si de conciencia y honor hablamos, para intentar modificar la Constitución y hacer de España un Estado laico, que ya va siendo hora. No ignoro que, posiblemente, no contaría con lo votos necesarios para llevarla a cabo, pero tampoco dudo de que el  hecho de intentarlo le reconciliaría con su conciencia, si es que la tuviere, y tal vez le hiciera recuperar parte del honor y la credibilidad, si alguna vez los tuvo, perdidos en su errática trayectoria de los últimos meses. Escrito lo cual, he sentido la cara de tonto que se me ponía al sobrevenirme el pasmo estéril que asalta a aquel que le anda pidiendo peras al olmo. Pues eso.

           
«El dolor viene después», le dijo el rey al susodicho. Dolor, sí, pero, ¿para quién? Quizá se refería sin rodeos al flamante presidente y a lo difícil que le va a resultar la legislatura recién inaugurada, no sólo por los apoyos puntuales con los que ha logrado ser investido, donde sin duda está lo mejor de cada casa, sino, «ainda mais», por el coro plañidero que se sentará con él en el Consejo de Ministros, que empezaron su andadura oficiosa nombrando cargos con ansia enfermiza de nuevos ricos. Andan ambos grupos mirándose de reojo y desconfían tanto los unos de los otros que, tras el acuerdo de gobierno, han firmado un nuevo acuerdo para seguirle la pista a ese primer acuerdo. Cinco folios y 20 apartados con un nombre más que campanudo: «Protocolo de funcionamiento, coordinación,desarrollo y seguimiento del acuerdo de gobierno progresista de coalición PSOEy Unidas Podemos». Para que se den una idea, en él aparece hasta 24 veces la frase «gobierno progresista de coalición», con más o menos variantes. Ni el Cantinflas más inspirado lo supera. Y sólo están precalentando así que, cuando empiece el partido y con Presupuestos Generales de por medio, puede ser la repanocha. Pues eso.

En fin, tal vez Felipe VI apuntara al susodicho cuando hablaba de dolor, pero yo creo que éste, con el analgésico ‘monclovita’ de por medio, no es quien va a sentirlo. Porque él está donde quería estar. Y su gobierno progresista de coalición, también. Si es que tiene que doler, por narices nos dolerá a nosotros, a los ciudadanos españoles que, por otra parte y en mayor o menor medida, somos quienes hemos puesto a esta gente ahí. Pues eso, en el pecado llevaremos la penitencia. Y, aunque lo dudo, a ver si nos sirve de escarmiento para una próxima ocasión. Pues eso, primo.

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