domingo, 5 de enero de 2020

EL ZASCANDIL BISIESTO


Año bisiesto, año siniestro; Año bisiesto, ni aquello, ni esto; Cuando bisiesto el año es, las hojas del olivo se vuelven del revés; Año bisiesto, ni casa, ni viña, ni huerto, ni puerto... Son apenas cuatro ejemplos del refranero español que ilustran la creencia popular sobre lo cenizo que puede llegar a ser un año bisiesto. Quizá esta superstición tenga su origen en el hecho de que cuando en el año 46 a.C. se decidió, para compensar el desfase de casi 6 horas anuales con el año solar, añadir al calendario juliano un día cada cuatro años, se eligió el mes de febrero para hacerlo, concretamente su día 24, que se duplicaba. El primero se conocía como el ante diem sextum kalendas martias, y el añadido como ante diem bi-sextum kalendas martias, del que deriva nuestro término bisiesto. El problema es que en el mes de febrero los romanos celebraban la Parentalia, durante la cual se recordaba a los difuntos, se cancelaban actividades lúdicas y se cerraban los templos, con lo que el carácter lóbrego del bisiesto tomó cuerpo en el imaginario colectivo y se mantiene hasta el día de hoy. En el año 1582 se comenzó a implantar el calendario actual, llamado gregoriano porque fue el papa Gregorio XIII quien promulgó su uso en la bula Inter Gravissimas. Para compensar el desfase de 10 días que el calendario juliano arrastraba desde el año 325 (Primer Concilio de Nicea), al jueves-juliano 4 de octubre de 1582, le sucedió el viernes-gregoriano 15 de octubre de 1582. O sea, diez días birlados al respetable de bóbilis, bóbilis. Y en vez de repetir el 24 de febrero en año bisiesto, se añadió el 29 a ese mismo mes. Y aquí paz y después Gloria in excelsis Deo. Amén.

           
Pues bien parece que este año recién estrenado viene con toda la parafernalia necesaria para que las supercherías agoreras que acompañan al bisiesto se cumplan. Y me barrunto que no habrá forma de librarse de ellas porque si no queríamos leche merengada, las malhadadas circunstancias nos endilgan dos tazones rebosantes. Porque no es sólo que este 2020 sea bisiesto, es que el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que en estos momentos está soltando su discurso de investidura con todas las probabilidades a su favor para que sea investido el próximo día 7, nació el 29 de febrero del año 1972. De modo que en lo que a los ciudadanos españoles se refiere este año no es sólo bisiesto, es rebisiesto, si se me permite el 'palabro'. Y, así, se presenta doblemente sombrío y me hace pensar que la coyuntura que ha llevado a que en sus inicios se produzca la entronización como presidente de este zascandil pinturero no ha sido casual, sino producto de un destino inexorable. Cuando me enteré de esta trágica coincidencia, mi primera impresión fue la seguridad palmaria de que no había escapatoria posible. Pero recuperado del tembleque y vuelto en mí, recordé una frase de Saramago que terminó de reponerme: La realidad cotidiana nos dice que no podemos ser optimistas. Y yo no lo soy. Pero, definitivamente, sólo los pesimistas pueden cambiar el mundo.

No sé si fue un consuelo fácil a mis zozobras, pero de algo sirvió porque huyendo de invenciones populares traté de entrar en razón buscando vías de escape. Y lo primero que me llamó la atención de este aquelarre político estupefaciente es que el apoyo imprescindible que parece que ha recibido Sánchez con la abstención de ERC, sitúa a esta formación en una situación difícil de compaginar y me imagino, si obviamos el fanatismo y la obcecación, aún más difícil de entender por sus votantes: Por una parte apoyando la investidura del susodicho y, por otra, formando parte de un gobierno que se opone a dicha investidura. ¿Cómo se puede compaginar esa esquizofrenia política en lo cotidiano? ¿Absteniéndose en Madrid y oponiéndose en Cataluña? ¿Haciendo el vicepresidente Aragonés oposición al Presidente Torra en los Consejos de Gobierno o como coño se llamen allí? Pues no lo sé, pero estoy deseando ver cómo explican esta sinrazón. Si es que pueden. Otrosí digo: Vista la trayectoria zigzagueante del postulante, pontificando, de un día para otro, una cosa y su contraria con la misma jeta impasible y la misma contundencia cínica, ¿pueden tener confianza en su fuste por muchos acuerdos que hayan firmado? ¿No temen que, en cualquier momento que a él le convenga, todo lo firmado lo convierta en papel mojado y se queden, estalinistas y rufianes, compuestos y sin novio? ¿Ignoran estos camándulas ingenuos o ansiosos que quien hizo un cesto hace ciento?

Pero bueno, volviendo al folklore popular diré que en años bisiestos ocurrieron, efectivamente, muchas desgracias a lo largo de la historia, pero también muchos acontecimientos felices que no se resaltan para seguir asegurando la matraca malasombra de la tradición. Sin ir más lejos, en año bisiesto nació mi hija mayor, Andrea. Y ese acontecimiento felicísimo, qué quieren que les diga, a mí me nubla las tragedias que pudieran albergar todos los demás. Entre otras cosas porque aquellas son irreparables y la alegría de disfrutar de la presencia de mi hija la vivo a diario. Y, a mayor abundamiento, a un nivel más íntimo y, si me permiten, más egocéntrico, yo también nací en bisiesto. Y no es que sea la alegría de la huerta, pero de gafe o de tétrico, nada de nada, primo.   

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