viernes, 3 de mayo de 2019

EL PARTO DE LOS MONTES



«Con varios ademanes horrorosos / los montes de parir dieron señales;  / consintieron los hombres temerosos /  ver nacer los abortos más fatales. / Después que con bramidos espantosos / infundieron pavor a los mortales, / estos montes, que al mundo estremecieron, /  un ratoncillo fue lo que parieron. / Hay autores que en voces misteriosas / estilo fanfarrón y campanudo / nos anuncian ideas portentosas. / Pero suele a menudo / ser el gran parto de su pensamiento, / después de tanto ruido, sólo viento». Visto el resultado de las elecciones del día 28, no pude sino acordarme de esta fábula de Samaniego que me pareció que le venía al pelo. O al pedo, por seguir la metáfora fabulística.

Y es que, independientemente de los escaños conseguidos por unos u otros, la situación política, en esencia, viene a ser la misma que antes de la consulta: Un gobierno en minoría que necesitará de apoyos puntuales para hacerlo si es verdad que quiere gobernar en solitario y con cierto desahogo, entendido éste como alivio o tranquilidad, digo. Porque del otro desahogo, del que indica desfachatez o desvergüenza, el ínclito Sánchez, con su sentido patrimonialista del poder y su actitud de nuevo rico, ya nos ha dado suficientes muestras en estos pocos meses.  ¿Y los apoyos? Pues descartados Vox y PP, con Ciudadanos en cuarentena, las posibilidades son las que ya había: Podemos, ERC, PNV, Bildu, JxCat..., siempre sujetos a lo que los enterados llaman “geometría variable”, que no es más que un do ut des sublimado, o sea, un regateo de mercadillo con aires de grandeza. En fin, más de lo mismo desde que Sánchez advino al sillón.

A pesar de lo anterior, de la similitud entre las condiciones de gobernabilidad en el último tramo de la legislatura anterior y las que pueden intuirse en la que viene, es evidente que el resultado de las elecciones ha supuesto un cambio importante en la correlación de fuerzas, fundamentalmente entre los 4 primeros partidos que han sumado el 75%  de los votos. El cambio de tendencia es manifiesta e incuestionable con la holgada victoria del PSOE, que consigue 123 escaños (+38),  y sube en 6 puntos porcentuales y más de 2.000.000 de votos, frente al descalabro sangrante del PP, con una batacazo de 17 puntos y 3.600.000 votos, hasta quedarse en 66 diputados (¡-71!). Y se confirma con la merma de 7 puntos,1.300.000 votos y 29 escaños de Podemos, frente a la subida respectiva de 2, 1.000.000 y 25 de Ciudadanos. En algún análisis que he leído me pareció que al analista, seguro que con conocimiento de causa más que suficiente, sólo le faltaba decir el nombre de los votantes tránsfugas. Sin embargo yo no me considero capaz de analizar cómo ha sido el busilis del trasvase de votos de unas siglas a otras, a mayor abundamiento cuando ha habido 2.200.000 votantes más que en 2016. Pero mi indigencia sociométrica o comoquiera que se llame no me impide ver que el voto mayoritario ha huido de los extremos y se ha concentrado en terrenos menos dogmáticos, confluyendo en el centro, izquierda más, derecha menos.

Y creo que también se ha puesto a salvo de la indefinición. Y de un PP que, mirando acobardado e inseguro a derecha e izquierda y queriendo arrebatar espacios políticos que no le correspondían, se ha quedado desdibujado e incoherente en tierra de nadie. Y, quizá también, del pasmo retrospectivo que haya podido producir en los ciudadanos la fantasmagórica aparición de un Aznar ‘desbigotado’ y vesánico retando a miradas, como matón de taberna cutre, a quienes le dijeran no sé qué mirándole a los ojos. Esa imagen patética y definitoria, esa exhibición tan torpe como innecesaria de este momio recalcitrante, tiene una contundencia repulsiva que la sonrisa impostada de Pablo Casado, tan chisgarabís, tan correlindes, tan inseguro, ha sido incapaz de contrarrestar.  

¿Y Vox? Pues eso, ha quedado el 5º con 2.600.000 votos, 10 puntos y 24 escaños. Como venía del infierno de los 46.000 votos, el 0,2%  y los 0 escaños, su ascenso ha sido, sin duda, astronómico. Y andan enardecidos y con ansias renovadas de reconquista patriótica. Ellos sabrán. Yo me he acordado de un compañero del Zurbarán, ¡pobre mío!, que siempre suspendía en Matemáticas. El profesor calificaba nuestros exámenes con precisión de decimales. Y él no solía pasar del 1,50. Su rosario de notas iba del 0 pelón al 1,75. Ya finalizando el curso y hecho el ejercicio previo al final, tras recoger la ‘cartilla de notas’ el compañero me vino exultante. No cabía en sí de gozo. «¿Has aprobado?», le pregunté al verle tan orondo. Y él me contestó mientras me enseñaba la cartilla con manos temblorosas: «No, Jaime. Pero mira, mira, me ha puesto un 3,50. Voy mejorando». Lo cual, que suspendió en junio con un 2,70. Y en setiembre tampoco aprobó. ¡Hay que ver lo que es la vida, primo!


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