sábado, 22 de septiembre de 2018

EL PAPA, GUADALUPE Y UN FRAILE LEGO




 Tendré que decir de entrada que soy agnóstico y que todo ese barullo de patronas, patrones, vírgenes y mártires, procesiones y lágrimas ante imágenes engalanadas me importan menos que nada. Incluso, en ocasiones, cuando la devoción de ciertos creyentes se exacerba hasta los límites del esperpento y la fe católica se exterioriza en espectáculos inquietantes de niños y bebés aterrados llevados en volandas hasta la imagen bamboleante de una  virgen blanca, o en escenas de latigazos masoquistas por las calles de los pueblos, llego a pensar, no sin ciertas dosis de inquietud, si la intransigencia religiosa, la histeria iluminada y el fanatismo místico no estarán más arraigados de lo deseable en determinados estratos de nuestra sociedad; o si la Edad Oscura no andará emboscada y viva entre nosotros tras una pátina de folclore verbenero y tradiciones aparentemente fervorosas. Porque nunca entendí, ni siquiera en aquella infancia mía de maristas y jesuitas, todo ese sortilegio críptico y retorcido de la fe católica, que es la que me tocaba: la transustanciación, el credo, el fuego eterno de los infiernos, el purgatorio, el Juicio Universal, la vida perdurable, transitaban por un mundo ajeno y enfrentado al que yo sentía y vivía. Y para qué hablar de la resurrección de la carne, que tiene mandanga. Aún menos la aberración de que un tal Abraham, de pelo y luengas barbas canas, pudiera apuñalar a su hijo Isaac  para calmar la ira de un dios a todas luces desquiciado y cruel. Ese mismo dios que, después de arrasar con su fuego apocalíptico y despiadado Sodoma y Gomorra, transformó en estatua de sal a una mujer curiosa con cuyo fisgoneo yo me identificaba; mandó un diluvio universal que ríete tú del cambio climático y que, para colmo de otras tantas atrocidades que omito, mató al primogénito de Yul Brinner en Los diez mandamientos, algo que no tiene perdón de él mismo.

Tampoco cabía en mi cabeza, todavía medianamente lúcida, esa creencia en un alguien o algo intangible y etéreo que tuviera la capacidad de ver mi presente, mi pasado, mi futuro y hasta mis más ocultos pensamientos; de vigilar mis pasos tratando de encauzarlos, cualquiera fuesen sus enigmáticos designios; y al que tenía que dar gracias constantemente por vivir, comer a diario, no romperme una pierna, ser medianamente feliz, gustarme el cine o haber nacido en el seno de una familia insustituible. Bastante tenía yo, en aquellos entonces, con intentar no defraudar a mis padres ni darles más disgustos de los necesarios, ir aprobando el bachillerato y jugar mejor al pimpón, como para estar pendiente de un ente de ficción omnisciente, incomprensible y absurdo que no había por dónde cogerlo.

No obstante, mi agnosticismo, por definición de lo que es, (ese vivir en una duda abierta que aleja de cualquier tipo de certeza y, por tanto, de dogmas), transita por la senda calmada que le corresponde, muy alejada de ese ateísmo folclórico y desorbitado del que alardean quienes pretenden ganar votos o notoriedad explicitándolo de manera torpe y grosera, ya sea con tetas de por medio o con cagadas infantiloides. Es más, cuando viajo y visito pueblos de acá o allá, siempre entro en sus iglesias. Me queda de mi infancia ese regusto dulce del recuerdo de un eco repetido entre sus muros, de un indeciso rutilar de velas o del olor de una cera que, ardiente, se derramaba amparando pecados que no eran. Y de la soledad de cada cual consigo.

(Fuente: Junta de Extremadura)
En fin, teniendo en cuenta todo lo anterior, me ha resultado más que chocante el viaje público pagado con fondos públicos que el presidente Vara, cual nuevo fray Papilla, ha hecho hasta Roma para ver al papa Francisco y conseguir de él que la virgen de Guadalupe dependa de alguna diócesis extremeña. “Yo entiendo que es una anomalía que un territorio, en este caso una región administrativa, tenga una patrona que dependa de un territorio diferente al suyo, en este caso el de Toledo", declaró mientras tomaba el rábano por las hojas. Creo que el intento de justificación del desatino no puede ser más atolondrado. O seré yo más torpe que él. Porque yo no entiendo qué tiene que ver una “región administrativa” con una “región eclesiástica”. Ni qué hace el presidente de una “región administrativa”, al tiempo que enarbola el presunto anhelo de la “sociedad civil”, metiéndose a organizar la distribución eclesiástica de la misma si no es confundir el culo con las témporas y mezclar churras con merinas. Y porque yo entiendo que quienes tendrán que dirimir asunto tan transcendental para la buena marcha de la región, que tiene guasa la cosa, deberán ser los obispos implicados en el tema y no un fraile lego metido a redentor. Y allá ellos que se reúnan con el papa, con el nuncio... o con dios bendito, que igual lo tienen más a mano, primo.  

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