sábado, 1 de septiembre de 2018

LA NUEVA ÉPOCA DE ROBERTO ALCÁZAR



El 30 de junio pasado me despedí de estas páginas con un artículo sobre las manos mágicas de Pedro Sánchez y su elevación a paradigma de la elocuencia “determinante” y arrebatadora que su gesto detenido, plasmado en una fotografía, puede llegar a albergar. Una catetada improcedente de yanqui pueblerino auspiciada, sin duda, por su jefe de gabinete, (antaño alopécico, hoy con copete), a la que el titubeante presidente del Gobierno de España, sin duda, dio su conformidad, acaso por una ansiosa necesidad que le barrunto de querer dar a su paso por la Moncloa una impronta distinta, un toque de distinción que lo diferencie de sus antecesores. Como si las formas en que ha llegado a ellas, (digo a la Moncloa y a la presidencia), no fueran ya de una peculiaridad suficientemente significativa sin tener que hacer más alardes de originalidad. Y sin necesidad de añadir más ridículo al que ya hizo accediendo, con tal de encaramarse al glamour  palaciego, a ser el pelele que es de quienes es.

Y a ver, que me pierdo. Decía que me despedí el 30 de junio pasado pensando, con buena voluntad, que con la idiotez de las manos dicharacheras se acabaría el asombro institucional hasta el día de hoy. No porque albergara confianza alguna en la capacidad de regeneración neuronal del inquilino monclovita y de su copetudo asesor, sino por aquello de la relajación canicular y la laxitud veraniega, que aflojan los cuerpos, relajan los esfínteres y no invitan a la actividad.  Reconozco mi torpeza al no contar con que si alguien se empeña en pegarse barrigazos en los charcos y jodernos el relajo vacacional con idioteces, ya sea ese alguien el presidente del Gobierno de España o un insensato amigo corredor de campo a través, (valga esta variedad de la muestra solo por mantener la pertinente neutralidad unívoca), acabará, como un idiota, hocicando en el barro para amargarnos la vida. Y esa parece que haya sido la dedicación de Pedro Sánchez y su gobierno durante estos dos meses que yo aventuraba plácidos y relajados. Dar la tabarra. Y equivocarse. Y rectificar para, acto seguido, despanzurrarse sobre otro error de igual o mayor categoría. Porque su actuación en este periodo estival ha sido, mayormente, un continuo desdecirse sin solución de continuidad y, lo que es peor, sin ningún atisbo de propósito de la enmienda. Diría que, antes al contrario, el tal, con una frivolidad asombrosa y una soltura posiblemente fruto de su inconsistencia política, en cada nuevo renuncio, daba la impresión de que se regodeaba en su fracaso al tiempo que trataba de justificarlo cayendo en otro mayor. Y mientras, yo, sin tiempo suficiente para recuperarme de un asombro a otro, pues lo que digo, con mi sosiego destartalado, los ojos haciéndome chiribitas culebreras y la presencia de ánimo bajo mínimos. Jamás se lo perdonaré. Creí que con Zapatero, aquel suricato esdrújulo que, al menos, accedió a la gloria monclovita en buena lid democrática, España había llegado al límite de estar gobernada por elementos circunstanciales, por principiantes en prácticas. Sin duda, me equivoqué. Y, así, este verano he comprobado en carne viva que por muy mal que se presente cualquier situación, siempre puede ir a peor.

En fin, para no recurrir a fuentes ajenas, reproduzco, no sin rubor y con algún matiz, una ¿reflexión? que publiqué en las redes el pasado 3 de agosto que me sirve, además de para resumir mis temores, para salvar mi falta de aggiornamento como articulista posvacacional y, sobre todo, para constatar la galopante insensatez de nuestro bisoño presidente. Decía: “Acabo de oír a Pedro Sánchez, (que, ¡ostras, Pedrín!, físicamente cada vez me recuerda más a Roberto Alcázar), repetir machaconamente que su llegada a la presidencia del Gobierno ha supuesto un ‘cambio de época’ para el país, o sea, para España. Teniendo en cuenta que, según el DRAE, época es ‘fecha de un suceso desde el cual se empiezan a contar los años’, o, ‘periodo de tiempo que se distingue por los hechos históricos en él acaecidos y por sus formas de vida’, creo que el muñidor encopetado del gabinete monclovita ha llevado su ampulosidad ditirámbica y sus afanes hiperbólicos a extremos absolutamente grotescos. Visto lo visto y oído lo oído llego a pensar si Pedro Sánchez, protagonista sumiso y complacido de semejante delirio conceptual, no querrá desalojar al dictador de su sepulcro con la oculta y disparatada intención de que esté desocupado cuando, a él, le llegue el turno de entregar la época ‘sanchista’ a los agradecidos brazos de la historia. Metafóricamente hablando, digo. O quizá no.” Pues eso.

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