sábado, 17 de enero de 2015

NO LO SALVA NI DON HIPÓLITO

Recuerdo que, cuando yo niño, había un médico en Badajoz, neuropsiquiatra, que se llamaba Hipólito Martínez Manzano y que era toda una institución entre la ciudadanía, fuera esta orate, cuerda o mediopensionista. Tan célebre era y tan grande su carisma que en el imaginario colectivo de aquellos años su nombre era sinónimo de infalibilidad médica dentro de su especialidad. Así, cuando alguien empezaba a dar muestras de insania, disparataba de manera evidente o, simplemente, actuaba de forma extravagante a los ojos de los demás, era merecedor y destinatario de una frase contundente y estigmatizadora: “Este está para que lo vea don Hipólito”. Si, a mayor abundamiento, se percibía que la enajenación había hecho presa de manera irreversible en el presunto afectado, el susodicho era anatemizado con una sentencia que era ya el acabóse: “A éste no lo salva ni don Hipólito”. O sea, sin escapatoria. Loco de remate. En fin, cosas de pueblo cerrado y ‘arbulario’ que desahucia al enfermo antes, incluso, de que el facultativo diagnostique.

Llevo recordando a este paradigma de la psiquiatría desde hace algún tiempo. Más o menos desde que empezó la deriva vesánica del honorable presidente de la Generalidad de Cataluña y viendo cómo, día a día, sus desvaríos aumentaban al ritmo de sus delirios megalómanos. El último, esa convocatoria de elecciones plebiscitarias sui géneris, una huida hacia la nada fijada para setiembre que implicará aguantar ocho meses de campaña electoral y, presumo, supondrá una larga agonía de este personaje ridículo, insaciable, terco en su quimera, nunca ahíto de ocurrencias y piruetas de saltimbanqui, que seguirá mariposeando de rueda de prensa en rueda de prensa como moscardón cansino y zumbador, empeñado en convertirse en el peor político de la reciente historia de España. Veremos, de aquí a entonces, cómo va dando armazón normativo a ese país imaginado, pastiche de ínsula de Barataria y Wonderland, aunque los precedentes con los que contamos no auguran nada bueno.

De entrada ya hay, al menos y que se sepa, tres proyectos de Constitución en marcha, no sólo distintos sino contrarios: El del juez Vidal y sus nueve juristas, el de la Asamblea Nacional Catalana, y un tercero, aún más peculiar si cabe, impulsado por un grupo de ciudadanos que se jacta de haberlo enjaretado de abajo arriba, que como todo el mundo sabe es como deben hacerse las constituciones que se presten. La Agència Tributària está creada... más o menos. Tiene asignados 36 millones de euros anuales pero sólo se conoce a su cerebro, un tal Joan Iglesias, que se trasiega 100.000 euros al año de sueldo. Sin competencias, pues por ahora el organismo es sólo un ente de razón fantasma, el tipo se dedica a hablar mucho, dando conferencias, concediendo entrevistas a los medios y haciendo esas cosas importantes que hace la gente importante. Las embajadas siguen creciendo. Pronto se abrirán las de Roma y Viena, lo que harían un total de 41 entre delegaciones y oficinas comerciales. Y el diseño de la ‘iglesia catalana’ también está en
marcha. Su centro espiritual-nacionalista será Montserrat. “Desde Cataluña contribuiremos a la evolución que necesita la Iglesia católica universal. Lo notaremos en cosas tan concretas como el nombramiento de obispos, pues serán las mismas comunidades religiosas de Cataluña las que escojan a sus obispos por procedimientos de talante democrático”, dicen sus ambiciosos muñidores.

Pero es en el ejército en donde han echado el resto en cuanto a fabulación se refiere y lo tienen detalladamente estructurado en una pizarra blanca rotulable de borrado en seco: Serán las llamadas ‘Fuerzas de Defensa de Cataluña” y tendrán su Estado Mayor Conjunto y todo. Con capacidad para actuar no sólo en territorio catalán, sino en cualquier lugar del mundo, con el conocimiento de sus autoridades locales o de forma encubierta, “para rescatar a los catalanes que puedan ser víctimas de un secuestro por motivos ideológicos o económicos”. También estarán preparadas para repeler una invasión extranjera o una agresión de países limítrofes, pero “descartando un enfrentamiento simétrico” porque, si serán listos los tíos, combatirán la agresión librando una guerra de guerrillas que desgaste al enemigo, según una astuta táctica de emboscadas, sabotajes e incursiones sorpresivas. Habrá un servicio militar voluntario que permita tener unidades regulares. Estas contarían, dependiendo del medio en que librar la batalla, con vehículos específicos de infantería, helicópteros polivalentes, aviones de transporte, de combate F-16 y no tripulados, barcos de asalto anfibio, corbetas, patrulleros de altura y de litoral, lanchas no tripuladas, un petrolero de escuadra, un buque logístico, carros de combate, fusiles de asalto, correajes, botas, cascos, uniformes y un sinfín de pertrechos varios, como corresponde a un ejército moderno. Todo consta en la pizarra blanca rotulable de borrado en seco. Menos el coste económico, que no lo tienen muy claro. Entre otras cosas porque piensan quedarse con la parte alícuota de armamento del ejército español que les corresponda. Y habrá que echar cuentas.


La verdad es que el papel y las pizarras blancas lo aguantan todo, y la capacidad de disparatar del individuo en cuestión, o de hacer suyos los disparates de otros cofrades de esta extraña hermandad de alucinados solemnes que financia, es infinita. Así que de aquí a setiembre no sé si podremos curarnos de los espantos que, sin duda, vendrán. Lo peor de los idiotas es que siempre pueden serlo más. Y eso, ni don Hipólito fue capaz de remediarlo.

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