Cuentan una anécdota de Winston
Churchill que pone de manifiesto no sólo su sabiduría y retranca políticas,
sino que desnuda y deja con sus vergüenzas al aire ese mundillo tantas veces
mezquino y egoísta que es el de la política profesionalizada. Se sentaba a su
lado un joven diputado conservador, recién salido del cascarón que, excitado y
eufórico, le transmitía la emoción que sentía por estar sentado allí, en la
primera bancada de la cámara, frente a sus enemigos políticos de los demás
partidos. “No se equivoque, joven -le respondió Churchill- , ahí enfrente están
nuestros adversarios. Nuestros enemigos se sientan detrás de nosotros”. O algo
así. Digo esto porque Pedro Sánchez, que no sé si conoce esta historia, ha
tenido últimamente la posibilidad de experimentarla en sus propias carnes de
manera contundente.
La verdad es que este muchacho
entró con el pie izquierdo en la Secretaría General, un primer paso que estando
en un partido socialista debería haberle dado suerte. O a lo mejor lo que pasó
es que entró con el derecho, vaya usted a saber. El caso es que recién nombrado
ya enfadó a algunos pesos pesados que quizás quisieron mangonearlo y a los que
se sacudió sin complejos. Y a pesar de haber sido elegido para ocupar el cargo
que ocupa en unas primarias que fueron publicitadas por el partido como
paradigma de democracia interna, antes de que se sentara en ella ya empezaron a
chulearle la silla. Si enfadas a un dinosaurio debes estar preparado para
defenderte de su furia. Y si hablamos de serpientes, para qué te cuento. Romper
con González, con Zapatero y con Rubalcaba de una tacada, es envite demasiado
arriesgado como para hacerlo con unas cartas enclenques y, ‘ainda mais’, contra
unos tahúres que tienen las suyas marcadas y escondidas en la bocamanga del
resentimiento.
La última jugarreta conocida ha
sido la cena, auspiciada por José Bono, ese Sumo Sacerdote del fariseísmo
político nacional, que mantuvieron en su casa él y José Luis Rodríguez Zapatero
con los líderes de Podemos, Íñigo Errejón y Pablo Iglesias. Volver a ver otra
vez en televisión la cara de panoli del ‘suricato leonés’, me causó un malestar
difícil de definir. En un momento de desvarío me volvieron las angustias y fui
presa de una desazón y una ansiedad como las que me atenazaban cuando él
gobernaba y nuestras vidas estaban a merced de sus manos regordetas. Todo
quedó, afortunadamente, en un soponcio ligero y momentáneo. Aunque, por lo
visto en el pequeño corte, comprobé que sigue diciendo idioteces y dando
puñaladas traperas sin mover un músculo de su careto, que continúa con la misma
expresión bobalicona y sonriente a la que nos tenía acostumbrados. Y por lo
oído y lo leído veo que el susodicho no tuvo bastante con dejar al PSOE, con la
inestimable ayuda de Rubalcaba, en el estado calamitoso y moribundo en que lo
dejó, sino que ahora viene con ganas de rematar la faena. Los dos comensales
han declarado en collera que la cena fue a nivel personal y no político.
Zapatero, que no pierde ocasión de hacer alarde de su estulticia, fue a más, y nos
dijo que en el encuentro quedaron claras “discrepancias muy notables” y que
sobre todo “hablaron de Latinoamérica y el euro”. De modo que, cosas del
‘suricato’, me lió y me dejó sin conocer el busilis de su incoherencia: si fue
una cena política a nivel personal o una cena personal a nivel político. Lo que
sí tengo claro, y más conociendo el paño falso de que están hechos los
protagonistas, es que es un petardazo bajo la silla de Pedro Sánchez que ayuda
a resquebrajar la ya deteriorada estabilidad del partido, una vileza ejecutada
con la intención más dañina.
“Para acabar la faena, Susana Díaz
sale a escena”. La madre abadesa del socialismo
patrio, (esa política que habla
siempre tanto para siempre decir apenas nada), que hasta ahora venía
manteniendo una actitud equívoca con Pedro Sánchez alternando collejas con
palmaditas en la espalda, y que en su momento no se presentó a la Secretaría
General, “el tren pasó, si pasa otro tren... ya se verá”, adelanta las
elecciones en Andalucía aduciendo falta de estabilidad política en su gobierno.
Unas elecciones son, por naturaleza, una apuesta impredecible, pero ella juega
con la ventaja de coger a contrapié a IU y a Podemos. Y a por uvas al PP, como
casi siempre anda en Andalucía, con un
candidato, Bonilla, que, si esto sirve de dato, he tenido que buscar en Google
para confirmar que existía. Nadando a favor de corriente histórica, casos
repugnantes de corrupción aparte, lo normal es que gane holgadamente. Hasta
después de las elecciones de mayo parece que hay un acuerdo tácito de no
agresión entre ambos. De cualquier forma, a poco que los resultados para el
PSOE, según vaticinan las encuestas, no sean muy allá, seguro que el tren de
las primarias volverá a arrancar y, ésta vez sí, Susana Díaz lo cogerá incluso en
marcha, a pesar de su embarazo que para esas fechas estará por cumplir. O a lo
mejor no, deja a Sánchez en su puesto de telonero y ella va directamente a la
disputa para presidir el Gobierno de España. En fin, ya se verá. Pero así se
cierre con lazo simple o lazo doble, al minino Pedro Sánchez ya lo veo yo en la
talega. Y ya se sabe, “gato en la talega, al día siguiente no llega”.
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