Demasiado calor ya. Demasiado
calor. Desde que hace unos días anunciaron esta subida inmisericorde de las
temperaturas, la angustia anidó en mis tripas y la mala leche se hizo dueña y
señora de mi carácter, por otra parte no excesivamente bonancible desde que la
primavera, odiosa, cursi y engendradora de toda clase de bichejos repugnantes y
molestos, hizo su aparición. No sé dónde leí que, con los años, uno se va haciendo
amigo del calor porque compensa el frío que el paso del tiempo va almacenando
en tus huesos o en tu corazón. Pues yo no sé si es que voy camino de la muerte
andando de espaldas, pero el caso es que cada año que pasa aguanto menos este
ataque de bochornos y cielos sucios que nos trae la puñetera canícula. Los días
son más largos aunque, para mí, tengan menos horas útiles. Salir de trabajar y
enfrentarme a esa bofetada asfixiante que cuece hasta la mirada me deja inútil
por unas horas que, en invierno u otoño, son perfectamente aprovechables si mi
libre albedrío así lo decide. En este tiempo de sofocos añadidos es imposible
porque mi libre albedrío está igual de frito que mis meninges, que para lo
único que dan de sí es para indicarme el camino de unas sábanas engañosamente
frescas o de un cangilón de gazpacho. No sé si por ese orden, por su inverso o
al unísono. Montarme en el coche y comprobar, sudoroso y blasfemo, que aun estando a la sombra su termómetro
marca 36 o 37 grados, no es que me produzca mariposas en el estómago, es que excita de tal forma mis glándulas
suprarrenales que, además de segregar mineralocorticoides, glucocorticoides y
otras porquerías similares, siento como si se dedicaran a sintetizar sapos y
culebras que invaden mi organismo hasta disparatar mi entendimiento. La verdad
es que tanto sufrimiento hay días que me deja agotado hasta la extenuación, tal
que si hubiera tenido que aguantar una perorata de Fernando Manzano sobre
normas de cortesía y urbanidad en las redes. ¡Hay que darse cuenta!
Ni que decir tiene que este
martirio estacional e inevitable exacerba la misantropía que padezco (y gozo)
hasta cotas mayestáticas llegando, en ocasiones puntuales, a volverse incluso
contra mí, hasta el extremo de hacerme aborrecer el día en que tuve
conocimiento de mi propia existencia. Llegado a ese brete existencial lo único
que quiero es estar sólo rumiando la imposibilidad de soportarme, y confiar en
que ninguno de los muchos cataplasmas que deambulan por ahí buscando víctimas
propiciatorias se cruce en mi camino y venga a echar gasolina al fuego de mi
insociabilidad. Porque no sé si serán ensoñaciones mías, pero me da la
impresión de que en estas épocas de más acusada inconsistencia emocional por
mor de las subidas termométricas, los sinapismos bípedos proliferan como moscas
y, sacando fuerzas de flaqueza, exhausto y desmadejado, tengo aún que andar con
mil ojos de chícharo para poder esquivar sus embestidas, que pueden llegar a
ser letales para mi supervivencia psíquica y comunitaria. Porque son
absolutamente insensibles a cualquier aviso de repulsa que les pueda enviar,
aunque éste carezca de sutilezas y sea explícito hasta la contundencia. Ellos
mantienen su pauta de conducta y si alguien está en su punto de mira, que se dé
por jodido, como el del chiste. Se acercan, plantan su mano en tu hombro
dejándote la camisa empapada de un sudor pringoso y urticante, te sueltan el
rollo que mal parieron, y se van tan campantes dejándote con tus ansias
asesinas al rojo vivo y un sarpullido que te coge hasta el omóplato. Estoy
convencido de que hay quien tiene una vocación de pelmazo tan asumida y
gratificante para su ego que Serafín Latón, a su lado, no pasa de ser un perito
en laconismo, digo, que lo suyo es dar la tabarra con regodeo sañudo a cualquier
desprevenido que entre en su círculo de damnificados sin que le importe el daño
que pueda causar o, gajes del oficio, dando por bueno el que pueda recibir. Hay
algún espécimen de esta familia de desaprensivos que perfecciona su monserga
parlanchina acercándose tanto a ti mientras te la largan, que eres capaz de
oler si la tostada de cachuela que se acaba de zampar iba bien cargadita de
pimentón o escasa de hígado. Y los más avezados en la tortura, mientras magrean
tus defensas y calan tu torpe intento de escabullirte de su encerrona
dialéctica y mortificante, andan ya ojo avizor buscando una nueva presa a la
que amargar el día.
Por si no hubiera bastante con lo
que ya tenemos a pie de calle por el hecho de estar, por comprar en la frutería
o tomar una caña (Estrella de Galicia, por supuesto) en casa de mi amigo
Manuel, este año parece que las circunstancias se han confabulado para añadir
brasas al fuego y las tabarras mediáticas vienen encadenadas sin dar respiro:
Abdicación de Juan Carlos, proclamación de Felipe, republicanos de salón y de
capea compitiendo en las pasarelas, Monago desatado, Manzano largando
histerias... y los Mundiales de fútbol. Pues eso, para ir a mear y no echar
gota porque el sudor te dejó seco. La verdad es que estoy al límite de mis
fuerzas. Creo que al próximo que venga a sacarme de mi ensimismamiento, ya sea
éste creativo, misantrópico o estéril, le voy a largar el anatema que un amigo
argentino que tiene mi santa en Facebook le endilgó a su compañía eléctrica,
que lo traía loco con los cortes de luz: ¡Déjame en paz, la “reputamadrequeterecontramilreparió”!
Y aquí paz y después gloria. Eso sí que será una catarsis, y no la del PSOE.
3 comentarios:
Eres un poco fiera. Y eso te da más calor. Que disfrutes el verano!!
Calma muchacho, calma. Y no te enojes
Me he reído mucho con este excelente comentario.
Asosiégate,que queda mucho verano.
Un abrazo.
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