domingo, 19 de abril de 2020

CONFINAMIENTO Y EL NEFELIBATA


La palabra «nefelibata» procede de los vocablos griegos «nephélē» (nube) y, enlazado con él, «bátēs» (que anda). De modo que de la unión de ambos deducimos que un nefelibata es, «sensu stricto» etimológico, «el que anda en/por las nubes». Según el DRAE, es un adjetivo, usado también como sustantivo, que designa a una «persona soñadora, que no se apercibe de la realidad». Y digo yo de paso, y con eso arrimo el ascua a mi sardina, no necesariamente el soñador a que se refiere tal definición haya de serlo en el sentido más benévolo del término, que podríamos parangonar con quijote, iluso, idealista o, incluso, ingenuo. Porque el nefelibata al que me refiero en el título de este artículo es el que el DRAE define en la segunda acepción de «soñador» como aquel menda «que cuenta patrañas y ensueños o les da crédito fácilmente».

En el poema Epístola, dedicado a la esposa de Leopoldo Lugones e incluido en su libro El canto errante (1907), Rubén Darío la utiliza y, posiblemente, la acuña: «Que ando, nefelibata, por las nubes… Entiendo. / Que no soy hombre práctico en la vida… ¡Estupendo! / Sí, lo confieso: soy inútil. No trabajo / por arrancar a otro su pitanza; no bajo / a hacer la vida sórdida de ciertos previsores». El poeta nicaragüense reincide y vuelve a emplearla en el poema ¡Eheu! del mismo libro: «Nefelibata contento, / creo interpretar / las confidencias del viento, /  la tierra y el mar...».  No sé si, debido a su contumacia, a raíz de esta doble utilización la palabreja es documentada en español por primera vez, me imagino que por duplicado. El cultismo hubo de esperar, no obstante, hasta mediados de los años 80 de ese siglo, concretamente hasta el año 1984,  para que la RAE lo incluyera en su Diccionario de la Lengua Española, aunque en Portugal, desde finales del siglo XIX, ya figuraba en diccionarios con el mismo significado y la misma grafía.  De modo que, para centrar el asunto, y sin abominar de la utilización que de esta palabra hace Rubén Darío, me quedo con la sorna elocuente y retroactiva de don Antonio Machado («este cielo azul y este sol de mi infancia...»), cuando en su Cancionero apócrifo, dejó dicho: «Sube y sube, pero ten / cuidado, nefelibata, / que entre las nubes, también / se puede meter la pata». En fin si, como todo apunta, el destinatario de esta socarronería fue Rubén Darío y su verso melifluo, la pata ya habría dejado de meterla, más que nada porque la estiró años antes de la publicación de los apócrifos machadianos.



Quién me iba a decir a mí, ni a nadie, que esta palabra iba a adquirir rotundo protagonismo en estos días amargos que vivimos. Porque mientras los ciudadanos que no están confinados, digo, personal sanitario, farmacéuticos, miembros de las FFAA y FFCCSS, bomberos, camioneros, basureros, barrenderos, empleados de supermercado, conductores de autobús y de ambulancias, y otros ‘muchos bastantes’ (Arturito dixit)  que sin duda olvido, están dejándose la piel y la vida por nosotros, Pedro Sánchez, el presidente entronizado del Gobierno de España, está cada día más cerca de convertirse en el paradigma del nefelibata por antonomasia, autosugestionado con haber sido seleccionado por el pueblo para alcanzar las nubes más altas, más distantes, más etéreas, más esponjosas. Y en estos días de encierro, atiborrado de periódicos en línea y de programas televisivos en la cocina, me he asombrado siguiendo en unos y otros el ascenso alienado del susodicho hacia la verborrea más vacua y la mentira más descarada. Y he comprobado, en sus gestos despreciativos de malevo y en sus palabras cargadas de suficiencia, el desprecio a los que, vivos o muertos, incomodan su ascenso hacia la cúspide de un Olimpo soñado a la  medida de su desparpajo ególatra. La frase puesta en boca del ministro del Interior, con semblante cada día más zombi y más entelerido, resume perfectamente el pensamiento de nuestro nefelibata embelesado: «Este Gobierno no tiene ningún motivo para arrepentirse de nada», dijo el tal, calculo que por boca de ganso. Sin duda un insulto arrogante y zafio a los miles de muertos y a sus allegados (en el caso de los ancianos, una auténtica masacre), a los miles de enfermos y a los millones de confinados. Y un escarnio gratuito a sus sufrimientos.

En fin, la escalada hacia el egocentrismo más irredento de este Churchill de guardarropía creo que tiene mucho (todo) que ver con la labor del camarlengo ‘monclovita’, un personaje oscuro donde los haya, mercenario apátrida y calvo arrepentido desideologizado aunque, por otra parte, sí, especialista sólido en encumbrar a políticos por muy mediocres y faltos de cacumen que éstos sean. (O, a lo peor, la solidez de su trabajo se deba precisamente a eso, a la medianía de sus pupilos a los que puede manejar como a muñecos del pimpampum). Si al buen hacer de este engendro añadimos la vaselina que, con sus encuestas bufas, le proporciona el sacristán chabacano del CIS, por el momento no atisbo escapatoria.

«¿Y mi nieta, eh...? ¿Y mi nieta creciendo a lo lejos... ?». Pues eso, que nos queda más mili que a Cascorro.  Y yo con estos pelos, primo.


1 comentario:

Unknown dijo...

Jajajá

Este doctor nefelibata anda siempre con sus ocurrencias. Su antecesor confesaba que pasaba el tiempo "contando las nubes", ¡toma nísperos!

En fin, menos mal que los nietos son una bendición