domingo, 5 de abril de 2020

CONFINAMIENTO CON MÚSICA Y ABRIL


Pues aquí seguimos confinados, que no confiados, mi santa, mi hija Andrea y servidor, sin que hasta el momento esta reclusión nos haya supuesto ningún encontronazo desmesurado a pesar de nuestros caracteres, dispares, sí, pero con un denominador común en cuanto a su fuerza se refiere. He de reconocer que el más cascarrabias soy yo y, a veces, me voy por los cerros de Úbeda, pero el encocoramiento dura apenas un suspiro. Si es con mi hija, porque se va a su refugio a seguir con el ‘máster no presencial’ y me ignora. Y hace bien. Y si es con mi santa, porque soy yo el que suele hocicar, aunque no se lo diga, y me ignoro. Y hago bien. Sobre todo porque ellas dos han guardado el confinamiento a rajatabla y el jardín da para lo que da, que si en circunstancias normales no es para mucho, ahora es para menos porque, a día de hoy, está bastante descuidado. Tanto que, como dure mucho este recogimiento, el día que vengan a desbrozarlo va a ser como revivir una película de Tarzán, con mona Chita incluida.


          Al menos yo salgo, una vez por semana o así, a hacer los recados en la farmacia, el estanco, el súper, el apartado de correos... Y, cada día, a tirar la basura. Algo, esto último, que hasta ahora no me había dado cuenta de lo que puede dar de sí. Todos los desplazamientos los hago en coche, porque vivimos a más de 4 quilómetros de Badajoz, contando el quilómetro largo que los contenedores distan de nuestra casa. Y desde que me monto en el coche hasta que me bajo, voy escuchando la música que almaceno en un archivo que es la banda sonora de mis años. ¿Música diegética o música extradiegética? Tres leches me da el matiz erudito. Sobre todo, porque a veces, después de cumplir con los contenedores, aparco a las puertas de unos almacenes cerrados que están al lado, abro las puertas delanteras del coche en par en par, subo el volumen de la música y me quedo observando a los gatos que campan a sus anchas por el aparcamiento vacío, y mientras me corroe la envidia de verlos tan libres y despreocupados, me fumo un cigarrito y, si se tercia, como el que no quiere la cosa, me apalanco una Estrella Galicia para espantar al bicho antes de recogerme. En estos lances pongo la música en “aleatoria”, y ahí que salen sin orden ni concierto (bueno, con concierto, sí) pero sin previo aviso y en batiburrillo: Mozart, Serrat, Janis Ian, Vivaldi, Fabrizio De Andrè, Bach, Soledad Bravo, Vainica Doble, Leo Ferré, Brel, Yupanqui, Chopin, Carlos Santana, Concha Piquer, Antonio Molina, Barber, Carlos Montero, Pergolesi, Hilario Camacho, el ‘Polaco’ Goyeneche, Schumann, Quilla Huasi, Coplanacu, Carlos Cano, Aute... y la intemerata en verso, a gorgoritos o tutti orquestal. Pues eso, para que vean la enjundia que esconde, a veces, tirar la basura. Y es que algunos, yo mismo, nos quejamos de vicio.         

En más de un artículo y en más de dos he dejado constancia, aquí, de mi adoración por la música como un apoyo emocional, generoso y desinteresado, que me ha ayudado a sobrellevar momentos de mi vida de otra forma insoportables, o me ha acompañado cuando no sabía qué decir o cómo decir lo que sentía prestándome su voz para hacerlo y, así, salir del trance. Porque la música no sólo me ha hablado a lo largo de mi vida y ha conseguido, según los casos,  hacerla más amable, o más intensa, o más feliz, o más llevadera, sino que me ha prestado su voz para que yo pudiera comunicar lo que sentía, fuera sufrimiento, o dicha, o esperanza, o ansias de perdón. Pero nunca pensé que, gracias a ella, pudiera conseguir que ir a tirar la basura se transformara en una fiesta relajada de emociones y de recuerdos.

Cuando despachurro estas líneas me ha sorprendido abril en el silencio y la luz compungida de esta mañana atardecida y nubla. La mezcla de estos tres ingredientes, -confinamiento, música y abril-, destartala un bastante mis defensas, a la vez que las dota de coraje. Y mientras intento sobrevivir anímicamente en este caos que mezcla risas y lágrimas, optimismo y desespero, esperanza y fatalidad, hablo por teléfono con los amigos, porque aunque las conversaciones sean monotemáticas (es lo que hay) siempre encontramos sitio para la chanza, los recuerdos cachondos y el «deseo de ajuntarnos un día en un rancho con sol alegre y nuevo». O, en su defecto, en la cafetería del Rectorado de la UEx, que no es moco de pavo. Y también lo hago con mi suegra (96 años), que se lee el HOY dos veces cada día y está convencida de que el tal coronavirus es una plaga que han traído los que han vuelto de la isla esa de Supervivientes, por comer bichos a los que nosotros no estamos acostumbrados. Y, sin solución de continuidad, abomina a base de bien de los que dejan morir a los viejitos para que no estorben, ni ocupen camas en los hospitales. Bueno está. Pero, a fuer de egoísta, yo ya estoy ilusionado porque mañana tendré que ir a tirar la basura. Y, después, a la compra.  En fin, como decía un compañero, y sin embargo amigo, de la UEx: «Que me tenga yo que reír con la que tengo encima...»

¿Y mi nieta, eh...? ¿Y mi nieta creciendo a lo lejos...? Pues es lo que hay, repito. Hasta que mi corazón apabullado y mis risas de presidiario, no aguanten más sin estar con ella. Y bien es verdad que, cuando eso ocurra, no sé lo que pasará.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola, Jaime. Me llamo Arantxa Martín Santos y nunca nos hemos conocido. Llevo días recordando ese poema de Tarde de siempre que empieza diciendo Está lloviendo Abril en mi ventana. Hoy he buscado el libro, que tengo desde 1979, dedicado por ti (gracias a tu primo Fernando, del que era amiga en esa época, y muchos años después también, entre medias nos perdimos de vista), he hecho una foto del poema y se lo he enviado a mi familia y amigos, porque hoy en Madrid llueve y hace la tarde exacta para ese poema. Y te he buscado en Google y descubro que tienes este blog, al que ya he echado un vistazo y que leeré y seguiré a partir de ahora. Cada vez abunda menos el pensamiento independiente, así que tendré que aprovecharte. He descubierto también que hay libros tuyos que no tengo. Bueno, de hecho sólo tengo tres. Tarde siempre; Huída de las horas e Insistente reencuentro. Todos ellos dedicados, siempre gracias a Fernando. Supongo que era él el que me los conseguía. Luego te perdí la pista. Probablemente fue cuando Fernando se fue de España y yo ya no me enteré de tus nuevas publicaciones. He buscado en Amazon para ver si siguen estando disponibles y, como sabrás, no lo están. ¿Hay alguna forma de conseguirlos?. Me gustaría tener todos. Gracias en cualquier caso por todo, por los poemas de entonces, por el blog de ahora y por el recuerdo siempre. No sé cómo funciona un blog, nunca he participado en ninguno, pero no hace falta que publiques este comentario. Bueno, haz lo que quieras. No sé por qué aquí sale mi dirección de la universidad, pero si contestas preferiría que lo hicieras a mi dirección privada arantxams@telefonica.net.