domingo, 24 de febrero de 2019

PEDRO, ESE HOMBRE


En el año 1964, enmarcado en la campaña urdida por Manuel Fraga Iribarne, a la sazón ministro de Información y Turismo, para celebrar los “XXV años de paz” dizque habidos tras finalizar la guerra civil, se estrenó en los cines de España el documental Franco, ese hombre. Dirigido por José Luis Sáenz de Heredia, con guión firmado por él mismo y por José María Sánchez Silva y en el que, acompañadas por la música de Antón García Abril y el Himno Nacional, las voces en off de Ángel Picazo, Francisco Valladares y otros, nos iban narrando las escenas de este (en palabras de Méndez Leite) «apasionado documental revelador de muchas cosas desconocidas para las jóvenes generaciones y muy emotivo para los que vivieron los acontecimientos evocados en la pantalla con singular maestría». En él, se describe al dictador como «un hombre entero, de vida rectilínea, soldada a una razón de ser que siempre acaba teniendo la razón. Un hombre sinceramente humano que nunca ha jugado a ser un semi dios (sic) que no conoce la palabra cansancio y que es inasequible al desaliento. Un hombre anclado en su firmeza de servicio, que recibe las mejores compensaciones de su trabajo en los minutos que le exprime a su tiempo para dedicarlos a los suyos y a sus aficiones más entrañables».

Al poco de empezar a leer el pestiño editado de Pedro Sánchez, me vino a la memoria este otro pestiño cinematográfico. Y conforme avanzaba en su lectura, más y más me iba convenciendo de las similitudes entre ambos: La misma manipulación de los hechos y de la historia, el mismo lenguaje relamido y prosopopéyico, el mismo énfasis hagiográfico, la misma desfachatez, la misma exaltación personal... ¡55 años después! Hay diferencias, por supuesto, porque si en el documental, Franco era, aparentemente, mero receptor pasivo de las loas, en el libro Sánchez es, palmariamente, emisor y receptor de las suyas; si (por hacer un guiño al programa televisivo Sálvame que él tan efusivamente encomia en su libro) Franco era como Naranjito con uniforme de Capitán General, él es un buen mozo elegante y atractivo estilo Roberto Alcázar; si allá se dice que Franco nunca jugó a ser un semidios, acá Sánchez tampoco juega a eso porque se nos presenta como un mismísimo dios o, siendo benévolo, como su reencarnación mortal o, aplicando aún más benevolencia, como un enviado omnisciente de él.

En cualquier caso, si todo lo dicho en el anterior párrafo es opinable, (que para eso escribo artículos de opinión, digo) como opinable es lo que afirma en su libro Méndez Leite sobre la singular maestría del documental de marras, lo que es incuestionable es que, entre otras cagadas, el puñetero libro confunde a Fray Luis de León con San Juan de la Cruz y a Hemingway con Einstein; adolece de una redacción chata, empalagosa y manifiestamente mejorable; en el primer capítulo ya nos avienta el primer embuste de muchos a costa del colchón ‘monclovita’ y (lo que es peor de todo en una obra escrita) es un compendio insufrible y variopinto de aberraciones sintácticas y ortográficas (concordancias, puntuación, espacios, tiempos verbales...), algunas de ellas garrafales y dolorosísimas. Soy incapaz de comprender cómo la escribiente turiferaria, Irene Lozano, licenciada en Lingüística por la UCM y diplomada en Filosofía por la Universidad de Londres, ha podido revolcarse en este lodazal de errores a la hora de enjaretar literariamente las grabaciones de sus encuentros. A no ser que quedara obnubilada por la personalidad arrolladora del susodicho, que todo puede ser. Aunque de una persona que declara sin ruborizarse, «Yo hice el libro, pero el autor es el presidente», se puede esperar cualquier cosa. O tiene un grave problema de comprensión del idioma español o, quizá, quiera escurrir el bulto al emboscar el verbo escribir tras el verbo hacer para librarse del posible marrón que pudiera caerle encima. Y del que, a pesar de la boutade, no se ha librado.

A medida que lo leía, he ido siendo presa de una desazón y una congoja cada vez más acres, porque la soberbia, el endiosamiento y la infalibilidad de la que hace alarde el personaje me ha traído a la memoria el perfil de otros que, con esas mismas particularidades caracterológicas, han dejado en la historia una huella infausta y aborrecible. Hay en el libro un frenesí delirante de megalomanía y narcisismo, que lo invade de principio a fin, en el que se expone todo un inventario de ofensas y desprecios que no hacen sino destilar un rencor viscoso y un mórbido afán de desquite entre sus líneas. Más que un manual de resiliencia épica impulsada por el altruismo, he visto un ansia de revancha camuflado tras una bonhomía tan falsa como pomposa. Por no hablar de las guindas de pedantería paleta que salpican sus páginas, como cuando el susodicho asegura seguir las cadenas de televisión BBC y CNN. Una chulería políglota que cuadra mal con el error que cometió en su tesis doctoral cum laude, al traducir el billions inglés (mil millones) como billón. Un disparate que destartaló el cuadro económico que lo contenía y que no comete un alumno medianamente aplicado de 1º de Primaria. Ahora, eso sí, los beneficios del libro los donará a los sin techo, sin duda una indeseada lacra heredada de Rajoy y una buena excusa para el trompeteo demagógico. En fin, visto el pelaje del individuo, si el 28 de abril le salen bien las cosas, vae victis!, primo.  


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