sábado, 8 de abril de 2017

MORIR SOLO

(Fuente: elpais.com)
Esta semana Internet me ha destartalado el corazón con la historia de  José Antonio Arrabal López. Enfermo de una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) diagnosticada en agosto de 2015 y ahora en fase terminal, decidió suicidarse ingiriendo pentobarbital, un barbitúrico que adquirió en la red y generalmente utilizado en la actualidad para la eutanasia veterinaria. Su testimonio, -lo que me queda es un deterioro hasta acabar siendo un vegetal. No quiero que mi mujer y mis dos hijos hipotequen lo que me queda de vida para nada-, resulta estremecedor. Por sí mismo, pero también por la entereza y el convencimiento que transmite y que los minuciosos preparativos llevados a cabo para el momento de su muerte no hacen más que corroborar. Eligió para hacerlo la mañana del domingo 2 de abril, día en que su mujer y sus dos hijos no estarían y él se encontraría, así, solo en la casa. Les he dicho que tarden en volver, para que ya haya pasado todo, dice. En la mesa colocó ordenadamente su DNI, su testamento, su historia clínica, una carta al juez, un documento donando su cerebro, una hoja en la que está escrito “No reanimación” y una taza de plástico, con pajita, donde habría de vaciar la dosis letal del barbitúrico que primero lo durmió y después le produjo la parada cardiorrespiratoria que acabó con su vida. Para evitar que su familia pudiera ser acusada de colaboración en su suicidio, se decidió a grabar un video del mismo. En él decía: Ya no puedo levantarme de la cama ni acostarme. No puedo ni darme la vuelta. No puedo vestirme, desnudarme, limpiarme. No puedo comer ya solo. Cuando te diagnostican la ELA te dan la sentencia de muerte tal cual. Pero por dentro me estoy muriendo cada vez más rápido. Solo puedo beber con una pajita en una taza de plástico, porque no puedo con un vaso de cristal… Me parece indignante que en este país no esté legalizado el suicidio asistido y la eutanasia, que una persona tenga que morir sola y en la clandestinidad, que tu familia se tenga que marchar de casa para no verse comprometida y acabar en la cárcel. No quiero seguir viviendo así. Moralmente no puedo hacerlo.

(Fuente: el pais.com)
Legislar la eutanasia y el suicidio asistido es peliagudo. Quizá porque, desgraciadamente, a la hora de hacerlo influyan en los que tienen que hacerlo sus convicciones morales o sus creencias religiosas. Y, sobre todo, las de sus votantes, que son los que mandan en esta visión estrecha de la política que gastamos por aquí. Y eso lo enturbia todo. De modo que ahí sigue este asunto en vía muerta a pesar de algunos recientes intentos de resurrección baldíos y posiblemente oportunistas. Y yo me pregunto, ¿a qué moralidad, a qué creencias, a qué religión puede invocarse para justificar, prolongándolo, el sufrimiento de un moribundo? ¿Qué escala de valores éticos justifica que aquel que sabe que va a morir irremisiblemente, tenga que añadir a la angustia de su muerte inminente el castigo de un dolor imposible? ¿Qué justificación tiene que, en circunstancias similares a las que nos ocupa, no se permita al condenado a muerte elegir cuándo quiere hacerlo, cuándo quiere acabar con su padecimiento y el de los suyos? ¿Qué sentido tiene prolongar la agonía, el dolor, el deterioro, el camino a la nada? ¿Qué puede legitimar una actitud que bordea, y a veces desborda, los límites de la crueldad?

(Fuente: WordPress.com)
Por estos andurriales, tan acostumbrados a que nuestros legisladores parcheen la realidad a su conveniencia, están legislados los cuidados paliativos. Y hasta ahí han llegado, no vaya a ser que los votos se disparaten. Y a pesar de que me parezca encomiable, necesaria e imprescindible la labor que hacen los que se dedican a ellos, ya que además demuestra una capacidad de sacrificio, de entrega y de bondad poco comunes, eso no me impide preguntarme, de nuevo, cuántos de los enfermos a los que atienden preferirían estar muertos en vez de estar muriendo un día tras otro Porque quizá no entiendan, ni acepten, por qué les tiene que costar tanto morirse. José Antonio Arrabal, después de ingerir el combinado que le produjo la muerte, continuó leyendo el tercer tomo de la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo. No tuvo tiempo de terminarlo. Pero me imagino que para él, muriendo solo, a escondidas, eso ya era lo de menos. 

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