sábado, 4 de marzo de 2017

DEL DESALIENTO A LA ESPERANZA

Adoro este país llamado España. Casi con la misma fuerza que, a veces, lo detesto. Es como una novia díscola que te la juega y te tiene enfurruñado durante una temporada y, de buenas a primeras, te sorprende con un abrazo inesperado, o una nueva declaración de amor que te derrite. Aunque, claro, la España de cada cual tiene tantas facetas distintas y contrarias, y puede ser mirada desde tantos puntos de vista diferentes, que resulta dificilísimo, imposible, categorizar sobre ella. Todo se reduce a una reflexión personal, peculiar y posiblemente discordante con otras muchas de otros muchos. Porque pienso, a veces, que los países no son más que un ente de razón justificado por un territorio y una historia común interpretable siempre e interpretada, a veces, de muy mala manera. Habrá que echar mano, para explicar estos estados de ánimo no solo distintos, sino contrarios, a la famosa cuarteta-pastiche de Campoamor: En este mundo traidor / nada es verdad o es mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira. Y el cristal a través del cual miro yo la realidad de cada día me ha llevado esta semana del desaliento a la esperanza casi sin solución de continuidad, en una suerte de ciclotimia añadida y exógena.

(Fuente: elconfidencial.com)
El desconsuelo, no exento de indignación y de desprecio, vino de la mano de este nefando autobús propagandístico que se ha paseado por las puertas de los colegios de Madrid, con un mensaje repugnante que los medios han calificado de ‘tránsfobo’, que lo es, pero yo creo que está incluso un escalón por encima en la infamia, porque lo veo como un anuncio ‘paidófobo’, que va en contra de todos de los niños: contra unos porque los estigmatiza; contra los demás porque les da motivos para que discriminen a quienes no se ajusten a unos cánones de “normalidad sexual” estrechos y ultramontanos.  Con los casos de acoso escolar que vamos conociendo, algunos de ellos con resultados fatales e irreversibles, esta panda de indeseables que se arraciman bajo las siglas de Hazte Oír, una patulea de ultracatólicos que anda por los cerros del Concilio de Trento, se permiten el lujo de posibilitarlo colegio por colegio. Con el agravante de amparar sus consignas en la falacia de confundir, de manera hipócrita y sucia, sexo con género. ¿La solución está en encerrar el autobús en una cochera, como se ha hecho? Yo creo que no. Y no solo porque eso es dar argumentos mártires al enemigo, que también, sino porque es una solución fácil, cómoda, que no acaba con el problema y, a mayor abundamiento y visto el asunto sin apasionamiento, puede conculcar su libertad de expresión y de opinión, por despreciables que sean sus expresiones y sus opiniones. Las servidumbres del Estado de Derecho son las que son, aunque a veces vayan en contra de nuestros deseos. Y es que los problemas se solucionan resolviéndolos, valga el pleonasmo de Perogrullo. Quiero decir que si la organización fue declarada en 2013 de “utilidad pública”, -que manda nísperos la cosa-, según Orden INT/904/2013, de 7 de mayo, del Ministerio del Interior firmada por el entonces ministro Jorge Fernández Díaz, (qué otro acérrimo chupacirios podría firmar esta sinrazón), muévanse los hilos políticos necesarios para revocar dicha orden y, así, acabar con las innumerables ventajas fiscales de las que goza, que no son pocas. Y si la Justicia considera que la campaña de marras es una incitación al odio, miel sobre hojuelas, porque además de que su supuesta utilidad pública se va a hacer muchas puñetas y sus exenciones tributarias también, podría conllevar penas de cárcel para sus promotores. ¿Confío en que esto pueda acabar así? Pues no. Porque cada vez me fío menos del engranaje que mueve a este país. Y porque estoy en el estadio más descorazonador de mi particular diente de sierra anímico.


Me sostiene medianamente entero una noticia esperanzadora que esta misma semana leí entre otras muchas desasosegantes o inútiles, y que me devolvió la fe en la magia que la vida, cuando menos te lo esperas, te regala para deslumbrarte y hacer que tu corazón recupere un latido ilusionado y sereno. La historia, por sencilla, es aún más emocionante: Las 22,15 del día 27 de febrero en la A4, dirección Madrid. Un motorista, pincha. Estando en el arcén, una furgoneta para y su ocupante se ofrece a llevarlo a la ciudad. Cargan la moto en el vehículo y, al reiniciar la marcha, el conductor, presa de un infarto, empieza a convulsionar y entra en parada cardiorrespiratoria. El motorista, tras practicarle las maniobras de reanimación, lo mantiene con vida hasta que los efectivos del Samur, avisados por él, lo estabilizan y consiguen salvarle. Funcionó lo que los integrantes de emergencias llaman “cadena de la vida”. Incluso conmigo, ya ven, tan lejos, tan sin saber. Para que luego digan que los milagros son sólo cosa de los dioses.

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