sábado, 15 de octubre de 2016

Y ADEMÁS, EL OTOÑO (REDUX)

Quizás sea el otoño, su luz que, como un suspiro frágil, se acurruca en los párpados y adormece los días en un eterno trémolo. O la noche que prematuramente invade las horas que no le pertenecen. O la mezcla imposible de insomnio con desgana. Quizás la culpa sea de ese aire opaco que guarda entre sus pliegues una tristeza lenta de tarde de domingo prolongada. O ese adagio que resuena constante en mi cabeza y tarareo en silencio, acompasándolo a los latidos de un corazón que a veces siento ajeno y lejanísimo. O el dolor impreciso de todas las ausencias que se vienen de golpe y nublan la nostalgia. Aunque, ‘mea culpa’, acaso todo lo anterior sólo haya sido un subterfugio, un introito poético de articulista torpe para sumar caracteres con espacio y descargar angustias metafóricas, y nada de aquello tenga que ver de manera directa con esta crisis lasa que padezco y sean, tan solo y tanto, circunstancias que agraven el estado abúlico y desanimado que sufro de un poco tiempo acá. Porque la verdad es que desde hace un par de días empiezo a barruntar, gracias a las sabias palabras del sicólogo que se esconde detrás de los espejos y me sorprende mientras me lavo los dientes o miro de soslayo, la causa principal de tanta zozobra. Me dijo el tal con mi voz y mis ojos: “Yo creo, mi buen amigo, que lo que usted padece es un empacho de mamarrachadas. La realidad del país, que a veces vive de manera enfermiza y con demasiada vehemencia, lo está llevando de asombro en asombro y, como le ocurría a su llorado Jesús Delgado Valhondo, ya no encuentra un sitio donde ponerlos, porque el corazón se le ha quedado pequeño para esta sucesión vertiginosa de sorpresas. Y entonces el estupor, desbordado ya, se enquista y le abotarga las tripas. De ahí las náuseas y esa sensación desagradable de hartazgo. Incluso el episodio diarreico y febril que cursó días atrás, pudo ser producido por una somatización del  hastío que le produce una actualidad cansina y repetitiva, sin intervención vírica alguna. Sosiéguese, vuelva sus ansias hacia el interior y termine esos dos libros de poesía que tiene descuidados. Si no, como poco, se le acabará cayendo el alma a los pies. ¿Ha llegado a pensar que la hernia inguinal que le incordia no sea tal, sino su propia alma que ya cogió el camino del desplome?”

En esas me entró la tos y, aprovechando que él también tosía, quise escapar de aquel absurdo soliloquio dialogado. Pero adivinó mis intenciones, me detuvo apenas con un gesto reflejado en mis ojos y siguió con su perorata: “Al verle en el espejo, mi mustio amigo, he recordado ahora el caso de un paciente con sintomatología similar a la suya, si bien en un estadio más avanzado, al que el alma se le acabó escurriendo por entre los dedos de los pies. El desdichado apareció en la entrada de este espejo equívoco con la cara desencajada y la mirada perdida, vacío de sentimientos y de lágrimas. Y le diré, para que quede usted tranquilo y su hipocondría no le juegue malas pasadas, que conseguimos su recuperación. Aunque no crea que fue fácil. Atrapar un alma volandera entraña muchísimas dificultades. Porque las almas, una vez que se ven emancipadas del cuerpo que las contiene, adquieren un libre albedrío y un desparpajo que para qué le cuento. Di con ella en un parque, revoloteando sobre un grupo de niños desbordantes de risas que miraban la luz de la mañana. Y conseguí, no sin grandes esfuerzos, introducirla en el fanal hermético que heredé de mi padre para estas ocasiones.  El proceso de su reimplantación fue trabajoso y razonablemente satisfactorio, dada la problemática que entraña este tipo de reinjerto mayormente derivada de la complejidad de las medidas antirrechazo, que pueden provocar efectos secundarios indeseados por otra parte poco alarmantes: algún episodio de melancolía sobrevenida, un ensimismamiento repentino, pequeñas confusiones en los sueños, un deje de tristeza en la mirada cuando el otoño sienta sus reales… Y, ocasionalmente, cierto desasosiego mediado el mes de abril”.

No era consciente del tiempo transcurrido. No sabía si habían pasado horas o minutos estando como estaba absorto en el delirio. Así, miré el reloj (era tardísimo) y, aprovechando que dejó de mirarme por la misma razón que yo lo hacía, le dije en un susurro: “Es que tengo que irme”. Y antes de que pudiera responder, apagué la luz. Y me fui.  Él, supongo, allí se quedaría, rumiando oscuridades por detrás del azogue y de mí mismo. Al tiempo de entrar en la cocina camino del café para mi santa, me palpé la ingle. Y mi alma seguía ahí, quizá algo inquieta en una ubicación poco apropiada para albergar almarios. Pensé: “De este lunes no pasa. Insistiré en el SES para que recompongan este entresijo mío cuanto antes.  Vayamos a tenerla, me desalme, y ande yo por mis sueños vacío de sentimientos y de lágrimas". 

1 comentario:

Maribel Núñez Arcos dijo...

No encuentro las palabras precisas para manifestar mi admiración por el particular e inimitable estilo de tus artículos sin que parezcan adulación. Por lo tanto, solo diré que los disfruto en el silencio de mi sufrido portátil, mientras se me dibuja, como por arte de magia, una sonrisa progresiva que explota con una respiración contenida cuando llega el punto y final. Yo también he vivido secretamente una relación estrecha con mi espejito, basada en soliloquios dialogados muy similares a los que tú describes, y vivo para contarlo. Mucha suerte con el SES, que esos dos poemarios no duerman el sueño de los inéditos.

Un saludo de Maribel.