sábado, 17 de septiembre de 2016

REFUGIADOS

La agonía del que huye, del que tiene que escapar de su casa, de su pueblo, de su patria, también de su vida, del que abandona todo lo que ha sido y es para empezar a nacer de nuevo y tratar de ser otro intentando no dejar de ser él. La angustia de emprender un viaje cuya esperanza estriba en el solo hecho de hacerlo, porque la meta es  ir más que un llegar incierto, dudoso, impredecible, a un lugar desconocido y presumiblemente hostil. La soledad, la soledad terrible de las lágrimas perdidas en las olas de un mar ajeno y propio, amigo y desleal, principio y fin, sepultura y cuna, ilusión y fracaso... Tecleo estas pocas líneas en el ordenador y me sorprendo haciéndolo. Poetizar el dolor distante, presentido, asumirlo en un arrebato lírico, es un intento torpe de no querer asumir la parte de culpa, sobrevenida, que me corresponde en el desastre tal vez por el simple hecho de vivir. Me sobrecoge pensar que pueda existir un sentimiento de culpabilidad comunitario, que cada uno debamos soportar la carga alícuota que nos corresponde en el desastre y en el dolor ajeno, innominado, en las miradas perdidas, en la sinrazón, en la injusticia. La huida por la tangente fácil de la emoción es ya en sí misma impresentable para quien, como yo, ahora, pulsa el teclado de un ordenador en el cobijo dulce del útero hogareño mientras escucha a Bach pensando que ya es jueves, que el tiempo apremia, y que mañana viernes debe enviar su artículo al periódico. La cobardía encuentra excusas, coartadas egoístas para apaciguarse y sacudir sus pulgas temerosas.

El drama tiene proporciones pavorosas. En el año 2015 había más de 65 millones de personas que habían huido de sus países por culpa de guerras y persecuciones, a razón de 24 por minuto. La mitad de ellos, niños. Muchos de estos niños, solos. Miles se hacinan en campos de refugiados inmundos, mayoritariamente atendidos por voluntarios y oenegés. Declaraciones políticas al respecto no faltan. Me ha causado estupor por su cinismo redomado la que emitieron altos capitostes de la Unión Europea: “La prestación de apoyo y la gestión eficaz de la migración es un desafío que requiere una respuesta global. La UE no tuerce la vista en esta crisis y va a seguir participando en los esfuerzos mundiales para abordarla”. Y los esfuerzos se resumen en el bochornoso acuerdo al que llegaron con el sátrapa Erdogan, para convertir Turquía en un inmenso campo de concentración a cambio de cientos de millones de euros. Lo que ha hecho Europa es poner a los lobos a cuidar a los corderos. Una infamia.

No sé si España puede ser ejemplo de algo, pero se ha convertido para Europa en modelo de cómo frenar el flujo de emigrantes. En vista de eso, ha recibido de la UE 485 millones de euros para implantar medidas de seguridad en sus fronteras, frente a los 95 para acoger a 16.000 refugiados entre 2015 y 2016, aunque tan solo haya amparado a 480, dedicando casi tres veces más presupuesto, 40 millones, a reparar y reforzar vallas fronterizas que a los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes, 16.3 millones. 7 de cada 10 peticiones de asilo examinadas en 2015 fueron denegadas, mientras los presupuestos para ayuda humanitaria han sufrido un drástico recorte, hasta quedar en 45 millones. Como prueba de la hipocresía con que se trata este problema, el gobierno español envió el pasado año 271.000 euros de ayuda a Yemen, azotado por una guerra civil, al tiempo que ganó 560 millones por la venta de armas a la coalición árabe liderada por Arabia Saudí que participa en ella. Resulta retorcidamente monstruoso: Con una mano te doy una miseria para que enjugues tu dolor, y con la otra negocio y me lucro con quienes te lo causan.


Fundamentalmente, el tratamiento estéril con que se está abordando el problema no es por una incapacidad presupuestaria motivada por la crisis económica, sino por una ausencia de voluntad política para tratar de resolverlo, producto de la crisis ética que afecta a los gobernantes y, -me temo-, a la mayoría de los ciudadanos europeos. La felonía no hace más que evidenciar una escala de valores podrida y cochambrosa que no antepone la vida y dignidad humanas a cualquier otra consideración, siendo, tan solo, un muestrario aberrante e inmoral de las miserias a las que podemos llegar. Así que el sufrimiento seguirá ahí, distante, en nuestras puertas, a pesar de discursos, a pesar de artículos como este, acaso un desahogo que escribo, mientras escucho a Bach, quizá sin más propósito que implorar un perdón que no sé quién podrá concederme.
(Todas las fotografías son de Mai Saki)

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