sábado, 18 de junio de 2016

¡LA TABARRA QUE NOS ESTÁN DANDO, VIRGEN SANTÍSIMA!

En alguna ocasión he traído aquí a colación una de las muchas escenas desternillantes de esa película, ya mítica, de José Luis Cuerda, titulada Amanece que no es poco: En la barra del mesón del pueblo, el mesonero, Tirso, le está soltando a don Alonso, el médico, una monserga de aúpa sobre el amor y sobre la necesidad de “sobreponerse a ciertos disturbios dialécticos en el fluir de la convivencia con la persona amada”. La víctima de tal matraca, que había ido allí buscando ahogar en vino el espanto de saber que su mujer, ya talludita, acaso por el hecho de sentir satisfacción en el fornicio por primera vez en su vida, había parido mellizos a los diez minutos de yacer con el intelectual del pueblo, no puede soportar el rollo que el otro le está endilgando y le corta el sermón con un exabrupto irreprochable: “Me cago en todos tus muertos, Tirso. Me cago en todos tus muertos uno a uno. ¡La tabarra que me estás dando, Virgen Santísima! Pero, ¿yo qué te he hecho a ti, vamos a ver…?”

Durante los últimos meses, concretamente desde el 4 de diciembre del año pasado, esta escena ha venido a mi cabeza de manera recurrente. Al principio de forma esporádica. Pero a partir del 21 de ese mismo mes, con lastimosa insistencia. Y no es para menos. Porque la que nos están dando desde esa fecha  los cuatro líderes políticos y sus adláteres, monaguillos y sacristanes, está siendo de órdago a la grande. Lees periódicos, escuchas la radio, ves telediarios, y dada la monotonía de sus oratorias, lo reiterativo de sus discursos, el empecinamiento en propagar sus carencias, te sientes inmerso en un bucle temporal mareante sin saber en el día en el que vives, si es ayer, la semana pasada, el mes anterior o, rizando el rizo de la pesadilla, el día de mañana. En algún momento de esta angustiosa y prolongada alucinación, por mor de mis ramalazos hipocondríacos, llegué a pensar que, a pesar del estricto cumplimiento de la posología prescrita, mis problemas de riego sanguíneo se habían agravado y habían reverdecido las microisquemias en mi putamen, por aquello de los colapsos de flujo. Pues la sensación de estar viviendo lo ya vivido era palmaria. Porque estoy convencido de que a alguien que no esté metido en el meollo de esta vorágine propagandística, siempre impostada y con frecuencia panfletera y demagógica, de la campaña electoral, le colocas el video de una arenga de esta o la anterior campaña o poscampaña, y no sabe decirte si es de ayer mismo o de hace siete meses. Y a la viceversa.


Bien es verdad que quizás el único de los cuatro que, a veces, ha conseguido situarme en fecha, ha sido Pablo Iglesias. Dada la capacidad camaleónica que tiene para variar de opinión y argumentario de un día a otro, dependiendo de hacia dónde sople el viento de las circunstancias, de hacerlo con el descaro propio del que anda buscando encaramarse y pisar moqueta a toda costa, y con la falta de criterio que caracteriza a aquel que no le importan los medios para conseguir el fin que se ha propuesto, debo decir que él ha sido el  único que ha evitado que la precariedad de mis goznes y de mis defensas ante este asalto inmisericorde de tópicos, eslóganes y frases huecas acabara por derrotarme. Incluso cuando, cansado de escuchar misereres silenciaba el televisor, el detalle de esa corbata de quita y pon también ha aportado un referente que me centraba en el calendario. Hay que reconocerle una capacidad de adaptación a las fluctuaciones  del hábitat y una variedad de registros ideológicos extraordinarias. No puedo hacer otra cosa que agradecérselo. Y lo confieso con la misma sinceridad que él ha demostrado día a día, qué digo, año tras año, desde aquellos tiempos en los que oficiaba de tertuliano díscolo en Intereconomía. Lo gordo es que el panorama que se presenta no augura nada diferente. Las encuestas son con frecuencia engañosas, sobre todo porque, igual que la cocina de los encuestadores,  las respuestas de los encuestados casi siempre así lo son, pero si tuviéramos que elaborar un resultado tipo con los datos que todas nos aportan parece que la situación que nos espera es muy parecida a la que resultó tras las elecciones del 20 de diciembre. Y otra vez, no. Más coñazo, no. Más tabarra, no. Si estos desafortunados augurios  se cumplen, no habrá más remedio que echar mano de la justa insolencia que don Alonso le espetó a Tirso. Porque, Virgen Santísima,  ¿nosotros qué les hemos hecho a ellos, vamos a ver…?

No hay comentarios: