sábado, 14 de noviembre de 2015

EL ENIGMA DEL COMENTARISTA FURTIVO

Hace unos días, cansado de culebras emboscadas y diarreicas, cerré en mi blog la puerta de entrada a comentarios anónimos. Más que nada para que no fuera utilizada por algunos indocumentados como evacuatorio de sus insultos y sus desahogos fecales. Y así, el pasado sábado, día 7, me encontré con uno a mi artículo de ese día en el HOY, que decía tal que esto: Efectivamente, pena pepita pena lo que leo. El simplón comentario no es ofensivo, ni insultante, ni  destacable en ningún sentido, porque cada cual es muy libre de apenarse por lo que mejor le parezca. Lo publiqué, pues. Pero me picó la curiosidad de saber a quién pertenecía corazón tan sensible. El críptico enlace que figuraba como remite era "imasdymasymas". Cuando hice clic en él, me salió esta información: El perfil de Blogger solicitado no se puede mostrar. Muchos usuarios de Blogger aún no han elegido compartir su perfil de forma pública. Y eso ya no me gustó, porque quienquiera que fuese el dueño de sensibilidad tan acusada, la solapaba jugando con las artimañas de un tahúr.

Inasequible al desaliento y sabiendo que Google es el mayor chivato de todos los chivatos del mundo mundial, descubrí que esa dirección me conducía, de espolique y a la remanguillé, al ya extinto Centro de Investigación y Documentación del Festival de Mérida. No cabía en mi cabeza que se hubiera producido un caso de antropomorfismo tan verdaderamente inédito y espectacular como para que un organismo oficial pudiera apenarse por algo o por alguien y, a mayor y absurdo abundamiento, si ese organismo ya no existía. Pero Google siguió chivándose para ayudarme a salir de mi confusión y desvelarme que, en su momento, lo había dirigido Gregorio González Perlado. El siguiente chivatazo de este gran delator me recordó que, en una entrada anterior de mi blog, había recibido, en su día, el siguiente mensaje: imasdymasymas dijo... Espléndida y considerable respuesta la tuya. G. G. Perlado. Y ahí es donde la puerca torció el rabo, porque las piezas del puzzle encajaron. Enigma resuelto. En un pispás pasé de la inicial curiosidad a la desopilante incredulidad en la que aún me encuentro ante este anacrónico orí.

En cualquier caso, el desenlace de este misterio me ha servido para reafirmarme en la opinión, columbrada en tiempo bastante atrás, que sobre el pusilánime comentarista habían ido confirmando no sólo las entradas, firmadas sin perlas, con las que nos obsequiaba en Facebook, sino también sus oportunos u oportunistas silencios. Y la verdad es que he sentido vergüenza ajena por la situación y lástima sincera por su protagonista y su patoso intento de birlibirloque trilero. No llego a comprender la idiotez de una conducta tan torpe. O, pensándolo mejor, quizás sí.

No hay comentarios: