En los primeros años 80 del siglo
pasado, la Editora Regional de Extremadura dio a luz Anaquel. Revista de creación,
crítica e información, de vida efímera. Pertenecí a su inicial consejo de
redacción y, como tal y para enjaretar el primer número, me puse en contacto
con amigos y conocidos para que me enviaran alguna colaboración. Entre los que
respondieron a esta invitación estaba Tomás Martín Tamayo, y lo hizo con un
cuento que, obvio es decirlo, fue incluido en el material a publicar. No
recuerdo el título del mismo pero sí que era pura creación literaria, sin
ningún atisbo político explícito o metafórico. Reunidos para clasificar los originales
que debían ser enviados a la imprenta, Gregorio González Perlado, a la sazón Director
de la ERE, nos comunicó que había recibido orden de Juan Carlos Rodríguez
Ibarra por la que se vetaba la presencia de Martín Tamayo en cualquier
publicación de la Junta de Extremadura. No podía consentir, presumo, que
alguien que lo criticaba con esa contundencia y esa fiereza se aprovechara de
los medios que eran suyos para promocionarse, ni siquiera literariamente. El
amado líder ya hacía gala, asentadas en su sentido patrimonialista del
ejercicio del poder, de las sutiles maneras democráticas de las que siguió abusando
a lo largo de sus muchos años de caudillaje. Me largué ipso facto de la reunión
renunciando a seguir colaborando con la revista y a ser cómplice de semejante
cacicada, no sin antes arramplar, además de con el cuento de marras, con todas
las colaboraciones que había aportado, al tiempo que dejaba claro mi propósito
de intentar que la opinión pública tuviera conocimiento de la tropelía. Al
final, (y conociendo el percal me imagino que más “porque a la fuerza ahorcan”
que por convencimiento democrático), la revista se publicó incluyendo el cuento
del autor maldito. Sigo sin entender, a no ser que fuera presa de un hechizo de
magia negra, cómo después de ver tan de cerca las orejas al lobo pude ser tan
gilipollas como para, al poco tiempo, meterme de lleno en la lobera. Lo único
bueno de la experiencia es que sobreviví en medio de la manada y salí curado de
espanto e inmune a las ponzoñas culebreras.
Este año la Universidad de
Extremadura incluye, entre sus Cursos de Verano, el dedicado a Adolfo Suárez,
Extremadura y el Espíritu de la Transición (1976-1983). Patrocinado por la
Asamblea de Extremadura y codirigido por su letrado mayor y secretario general,
un tal Ciriero, dejan fuera del mismo (vuelve la burra al trigo) a Tomás Martín
Tamayo, imprescindible testigo de primera fila para aportar su mejor
conocimiento del personaje y su relación con Extremadura y la transición a la
democracia. El sectarismo tiene estas consecuencias disparatadas y, en este
caso, el que lo ejerce es tan torpe como para quedar con las pústulas de sus
miserias al aire. Capaz es de sacar pecho mientras supura. Según me cuentan
parece que no lo sacó tanto cuando, siendo letrado raso, se le abrió expediente
a cuenta de un curso de legislación con resarcimiento de gastos al que sin ir,
fue. El que sí lo sacó por él fue Tomás y esto sirvió para librarlo de un más
que posible cese inmediato. Después llegó el Sr. Manzano a la presidencia del
ente y, por tal, a ser primo de su chófer, y lo eleva al cargo que ahora ostenta.
Y como “a buen capellán, mejor sacristán”, el tipo, agradecido, sirviendo a
quien lo nombró y olvidadizo con quien lo libró de la vergüenza, si es que la
tuviere, se carga de un plumazo a una de las personas cuya experiencia más
podría aportar, por su trayectoria y su cercanía con Suárez en aquellos años y
en los siguientes, al buen desarrollo del curso que, digo yo, es de lo que se
trata. Requerido el interfecto, incluso por el Rectorado de la UEX, a dar
explicaciones sobre el ridículo del despropósito, el sacristán se autodegrada a
monaguillo y desvía la responsabilidad al capellán carpintero que, torpe como
es y, por tal, empecinado en sus berrinches megalómanos, viene a decir (en
traducción libre) que mientras él sea presidente de la Asamblea la biografía de
Tamayo como miembro de UCD, fundador del
CDS e íntimo de Suárez se la trae floja, porque para hablar de Suárez y la
transición ya tiene a Alejandro Nogales, que también vivió aquella época. O
sea, a este portento le sirve, para enmascarar la idiotez de su razonamiento, media
España y cuarto y mitad de la otra media.
Entre el primer párrafo y el
segundo de este artículo han pasado más de 30 años, y de puta a puta San Pedro
sigue siendo calvo. Llevo ya todo ese tiempo intentando mear sin echar gota.
Porque no encuentro diferencia entre la
actitud de uno y de otro. Aquél decía “la Junta soy yo” y este otro “la
Asamblea soy yo”. La ideología del sectario, al cabo, es sólo una excusa para
justificar sus desmanes y sus patéticos ramalazos tiránicos. Tuve la suerte de que
en mi casa (¡bendita sea!) y en el Instituto Zurbarán me educaran y me enseñaran a vivir en la duda, a huir de
los dogmas, a entender al otro, a desconfiar de la verdad absoluta, a reconocer
los errores propios y a entender los ajenos. Es lo que he tratado, entre otras
cosas, de transmitir a mis hijos. Y también (y esto, por culpa de personajes tan
despreciables como los que nos ocupan, me ha salido peor) que la política es
una actividad vocacional y necesaria, igual que la medicina, el periodismo, la
abogacía... que no hay que confundir la parte con el todo. Pero la verdad es
que, visto lo visto y a mi edad, a veces me quedo sin palabras ante ellos. Igual
que ahora ante mí.
2 comentarios:
Son todos iguales,los de un lado y los de otro.
Muy bueno el comentaruo,Jaime.
Un abrazo.
Hoy se ha lucido el tal Ciriero en una carta al hoy. En la asamblea todo el mundo sabe que es cierto como lo has contado Jaime, ahí están las dietas, será cínico, ahora más miserable es por su parte meter a la madre como excusa cuando todos sabemos que falleció en otra fecha.
Publicar un comentario