En una de las canciones más casposa, tópica y
carpetovetónica de su repertorio, que ya es ansia, Manolo Escobar nos decía que él era un hombre del campo que no
sabía ni entendía de letras. Como si agricultores y ganaderos fueran unos
ceporros analfabetos que sólo sirvieran para arar, aventar paja y arrear y ordeñar
vacas, cabras u ovejas. A esa me agarro, como diría Cantinflas, (sin buscar similitudes absurdas con la idiotez
anterior) para reconocer que yo, de ser algo, soy un hombre de letras (perdón
por la petulancia y por haber aprovechado un recurso facilón y torpe para
iniciar mi artículo) que ni entiendo ni sé de leyes. Digo que, afortunadamente,
no he leído la sentencia del juicio contra el abad mitrado Junqueras y compinches (para qué, si no tengo ni idea ni tiempo que
perder), ni me hace falta para decir lo que tengo que decir sobre ella.
Para empezar (haciendo una digresión) digo que no
entiendo por qué los medios de comunicación españoles no catalanes y los políticos
españoles de distinto pelaje y condición no catalanes o sí, (no entro en que
unos u otros sean catalanistas) hablan del procés
o, lo que es peor, del prusés, que ni
siquiera tiene traducción a nuestro idioma porque es, y agárrame esa mosca por
el rabo, como se pronuncia el citado barbarismo. Esta estupidez lingüística,
¿es producto de esa otra estupidez de lo «políticamente correcto»? ¿De la economía de las palabras? Y una fu del catafú.
Mayormente, de una rendición anticipada y de un complejo de inferioridad y un
entreguismo consecuencias de una ausencia de convicciones y un exceso de
prurito abstruso. ¿Por qué no el «proceso contra el intento de secesión del
gobierno catalán» y, mayormente aún, contra los métodos antidemocráticos y
violentos de conseguir semejante quimera ilegal? Ya se cataloguen los delitos como sedición
o rebelión que para este caso, y a mí
como transeúnte, me la trae al fresco.
¿Por qué cuatro meses para alcanzar la unanimidad
del Tribunal? ¿Por qué ese afán del
presidente del mismo por alcanzarla a toda costa? ¿Para exhibir ante los
vándalos una imagen sin fisuras de la Justicia que ya sabemos nosotros, los
acusados y los propios jueces que es falsa? ¿Tiene alguna justificación jurídica
ese empecinamiento en la uniformidad o es, más bien, un peaje impuesto o «sugerido»
al mismo por no sé quién o qué para lograr no sé qué y favorecer a no sé quién
o qué? ¿Uniformidad por «razón de Estado»...? Siento que, en ocasiones como la presente, volvemos
a los turbios años del TOP en los que todas las sentencias del mismo contra los
antifranquistas, «revolucionarios a las órdenes del Contubernio de Munich y de
la confabulación judeo-masónica y el comunismo internacionales», eran unánimes.
En el régimen de la momia «preitinerante» los magistrados, generalmente
siguiendo sus propias convicciones, eran miembros de un rebaño privilegiado
siempre dispuesto a acatar sin fisuras y todos a una las órdenes del pastor
borreguero, condición sine qua non, por otra parte, para avanzar o mantenerse en
sus poltronas, en sus togas y en sus puñeteras puñetas. Me imagino que alguno
de ellos, esclavo de su estatus privilegiado y de su escaso amor propio, traicionaría
su opinión jurídica e incluso su ideología para seguir siendo lo que era aun a
costa de ser quien no era. Si en el año 2019 este ciudadano transeúnte siente
que, con ligeros matices, la historia vuelve a ser la misma, el asunto no puede
ser más descorazonador. Porque está claro que en el caso que nos ocupa hay
quienes han sacrificado su valoración de los hechos escudándose en una «razón de Estado» que ha resultado ser más una
«razón de pie de banco» incomprensible. Porque sin esta uniformidad monolítica
metida a machamartillo, el veredicto hubiera sido el mismo y las penas (o las
alegrías) impuestas a los «condenaditos», también. Pero con dos votos
particulares discrepantes que, al menos, nos harían menos increíble esa
«ensoñación» de la independencia judicial y, para más inri, aumentaban las
condenas. Con lo que a su relajo por la sentencia los «condenaditos» habrían podido añadir, como si no tuviéramos
ya suficientes, unas buenas dosis de recochineo y pedorretas. Pues eso: «Para
puta y en chancletas, es mejor estarse quieta».
Otrosí digo: En la sentencia del juicio contra los
integrantes de «La manada» de Pamplona uno de los jueces del tribunal, del que
me ahorro los calificativos que se me vienen en tropel a la boca y a las manos,
solicitaba la absolución de los violadores porque, según su opinión (y vuelvo a
silenciar los calificativos que me produce la misma) la víctima había
disfrutado de la violación múltiple sufrida por vía vaginal, anal y bucal. Si
el presidente o la presidenta del Tribunal se hubiera empeñado en obtener una sentencia
unánime sin votos particulares como el emitido por ese juez tan peculiarmente
distorsionado y el sujeto se hubiera llevado el gato al agua, esos
violadores chulos, esos machistas repugnantemente postineros, estarían
descojonados de la risa quizá planeando una nueva fechoría y bebiendo
manzanilla de Sanlúcar, mientras nosotros andaríamos alucinados y yendo a mear
para no echar gota. Unánimemente y con una uniformidad sin discrepancias,
claro, que de eso se trata. ¡Qué poca lacha, primo!
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