domingo, 17 de marzo de 2019

ANGLICISMOS PARÁSITOS


            Lo de la salida del Reino Unido de la Unión Europea me tiene hecho un lío. Me cuesta mucho aclararme y saber qué coño es lo que está pasando. Pero es que me temo que allí, en el núcleo de su origen, bajo la sombra altiva y ampulosa del Big Ben, tampoco se aclaran, y no saben cómo resolver el engorro sin dejar pelos en la gatera de Europa. A la hora de escribir estas líneas se acaba de votar en el Parlamento británico la propuesta de un nuevo referéndum, que ha sido rechazada.  En dos votaciones anteriores, días pasados, no se aprobó ni la opción de una salida sin acuerdo con la UE ni, por segunda vez, su contraria, la salida con el acuerdo firmado en su momento. O sea que, tras cuatro votaciones de los muy honorables parlamentarios, la situación está como quedó el pasado 25 de noviembre, cuando los 27 dieron el visto bueno a lo consensuado. Excepto que el tiempo corre y el día 29 de este mes de marzo, en principio, tendría que haber salida, con acuerdo o sin él. Si es sin él, se hará a las bravas, algo que a la Unión Europea le vendrá mal pero al Reino Unido mucho peor. Porque eso podría paralizar fronteras, vuelos, uso de los puertos, transporte por carretera, comercio... Un desastre mayúsculo. En cualquier caso, nada nuevo en la historia de las relaciones de Europa con Inglaterra, primero, y el Reino Unido, después.

El gran León Felipe la desenmascaró, en su poema La insignia, con estos versos magistrales: «Abajo quedas tú, Inglaterra, / vieja raposa avarienta, / que tienes parada la Historia de Occidente hace más de tres siglos / y encadenado a Don Quijote. / Cuando acabe tu vida / y vengas ante la Historia grande / donde te aguardo yo, / ¿qué vas a decir? / ¿Qué astucia nueva vas a inventar entonces para engañar a Dios?... /¡Vieja raposa avarienta: / has escondido, / soterrado en tu corral, / la llave milagrosa que abre la puerta diamantina de la Historia... / No sabes nada. /  No entiendes nada y te metes en todas las casas / a cerrar ventanas / y a cegar la luz de las estrellas!... / Vieja raposa avarienta, / eres un gran mercader. / Sabes llevar muy bien / las cuentas de la cocina». Y eso es, metáfora más, metáfora menos, lo que está ocurriendo ahora. Si al final los británicos, de tanto marear la perdiz la matan por agotamiento y se quedan en sus islas aislados por tierra, mar y aire, además de por la historia, pues ellos se lo habrán buscado, por mirarse su ombligo aristocrático y (siguiendo, esta vez en paráfrasis, con León Felipe), «haber amontonado su rapiña detrás de la puerta, y sus hijos, ahora, no pueden abrirla para que entren los primeros rayos de la aurora nueva del mundo». 

Si esto llegara a suceder y dado que el Támesis pasa por Londres y no por Valladolid, se podía aprovechar esta coyuntura y, en vista de que lo inglés no pertenecería ya a la UE, hacer una limpia de nuestro idioma y sumergir en lo más profundo del canal de La Mancha todas las palabras parásitas en esa lengua que lo han invadido encaramadas a la grupa del papanatismo de unos, los complejos de inferioridad de otros y la petulancia paleta de los restantes. Desterrar sin contemplaciones todos estos barbarismos inútiles y chirriantes, eliminándolos para siempre de nuestro lenguaje tanto hablado como escrito. Dicho en román paladino, mandar a hacer releches a palabros como influencer, on line, like, followers, CEO, spoiler, prime time, reality, running, celebrity, crowdfunding, fashion, cool, feeling, single, marketing, trending topic... y tantos otros igual de asquerosos. No hay periódico que no deslice en sus titulares una o varias de estas palabrotas gorronas que infestan nuestro idioma y, para más inri, la mayoría de las veces, sin entrecomillar siquiera. Ni hay día que en radio o televisión no las escuchemos salidas de los labios de algún cateto idiota que se pavonea de estar a la última. Y mientras, quien esto suscribe, de berrenchín en berrenchín por culpa de tanto panoli. ¿Modernidad? Sí. Y un jamón con chorreras, también. Gilipollez supina y me quedo corto.

Debería estar prohibido por ley. Y habría que crear un cuerpo policial especializado que persiguiera estos asaltos al idioma. Una especie de UCO lingüística que llevara ante los tribunales a quienes en medios de comunicación, escritos o audiovisuales, utilicen anglicismos no tolerados por la RAE. Y a los culpables, sancionarles con la multa correspondiente y, en caso de reincidencia, con la inhabilitación por el tiempo que la ley dictase. Una especie de carnet por puntos. ¿Te quedas sin ellos por escribir o decir influencer siete veces en un artículo, además de CEO, trending topic y followers? Pues, hala, inhabilitado seis meses. Con la obligación de realizar, con aprovechamiento, un curso de lengua española bajo los auspicios de la RAE. Y seguro que, así, a más de uno se le quitaban las tonterías políglotas de la cabeza. Pero en un verbo, primo.


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