sábado, 15 de diciembre de 2018

DEMAGOGIA, POSVERDAD Y VOX

En alguna ocasión, en estas mismas páginas, ya dije que no me gustan determinados tópicos, ni determinados apotegmas porque, normalmente, los considero un recurso de insensatos, o sea, de personas «faltas de sensatez, tontas, fatuas,» según precisa el DRAE por el que de momento sigo guiándome y al que continúo obedeciendo en casi todo para escribir, hablar y tratar de comunicarme sin insensateces lingüísticas. (Mis desvaríos son ya otra cuestión en la que los académicos nada tienen que decir. Como que, por ejemplo, a partir de ahora tildaré diacríticamente los pronombres demostrativos y el adverbio sólo, digan lo que digan ellos.) Decía que no me gustan porque esas coletillas («España es diferente, las mayúsculas no se acentúan, España nos roba, el sexo débil, las rubias tontas, andaluz perro y gandul,...») proliferan en los labios de cualquier indocumentado que, tras oírlas o leerlas en alguno de los programas de televisión o de partidos políticos que nos atiborran de eslóganes y de idioteces, sale de su casa con el convencimiento de que la memez asimilada es un buen puntito y exhibirla es una manera de que los demás sepan que uno está al tanto de lo que se cuece, por mucho que en el puchero de su cacumen solo hierva café de recuelo.

(Fuente: diariosur.es)
Me ocurre igual con determinadas palabras que de sobeteadas por políticos y gacetilleros adjuntos acaban por perder todo su significado, si es que alguna vez lo tuvieron con suficiente nitidez. Palabras como fascismo o fascista, ultra o extrema derecha o izquierda, populismo, golpismo o golpista, unas ya bastante impregnadas de arestín por un exceso de uso torticero o ignorante a lo largo de los años en esta España de nuestra lágrimas y otras sometidas a un abuso exagerado en tiempo récord, a consecuencia ora de la espiral disparatada de la República catalana, ora del advenimiento de Vox al Parlamento andaluz. El magreo institucional y mediático las ha sometido a tal ninguneo dialéctico, que han devenido tan vacías de contenido como las molleras de los políticos y comunicadores que las utilizan sin medida ni conocimiento. Un poner: ¿Son golpistas el cabeza buque catalán independentista y los suyos? Pues no. Golpistas fueron Franco y los suyos. Y golpistas Tejero y los suyos, que (y mejor me callo mis barruntos) a saber quiénes fueron en realidad. ¿Son fascistas Albert Rivera o Pablo Casado por llamar golpistas a los nacional-separatistas catalanes? Pues tampoco. Fascista fue Mussolini y fascista fue José Antonio Primo de Rivera. Lo demás, perdón por la repipiez, pura agnotología. Cochambre intelectual y posverdad, valga el pleonasmo. Y no echo mano aquí de los algoritmos, que me vendrían al pelo que no tengo, porque no sé qué coño son y, además, me dan mucho miedo. Aunque estoy seguro de que algo tienen que ver con tanta y tan generalizada inconsistencia verbal.

(Fuente: Diariamente Neuquén)
El caso es que, como decía, la presencia de Vox en el Parlamento andaluz ha exacerbado entre nuestros políticos y sus voceros afines este afán de categorizar vacuidades retóricas en lo que a izquierda y derecha se refiere, regodeándose en el error histórico de dar categoría de absoluto a unos términos que no son sino relativos y sujetos a la ubicación de jacobinos y girondinos en la Asamblea francesa de la época revolucionaria. De modo que ellos siguen el camino sinsorgo reabierto por la irascible y sinuosa ministra de Justicia que padecemos cuando parió la coletilla jerárquica de «la derecha, la extrema derecha y la extrema extrema derecha,» que sin duda pasará a los anales del parlamentarismo español como muestra palmaria de paranoia compareciente. Y a ella se le ha unido en la senda exagerada de la charlatanería gaznápira, Pablo Iglesias, que rabioso con el sarpullido electoral andaluz decretó, sin inmutarse, con una falta de rigor intelectual impropia de un profesor universitario de Ciencia Política, el estado de «alerta antifascista». Sus seguidores, claro, salieron por las calles de Cádiz, Granada y otras ciudades andaluzas a perseguir fantasmas Camicie Nere que, astutos y taimados, se escondían en escaparates de tiendas, contenedores o coches aparcados en sus calles. Coches, escaparates y contenedores que fueron los que sufrieron la ira revolucionaria de estos justicieros cazafantasmas.

En fin, mi primera intención al iniciar esta perorata escrita fue hablar de Vox y de su programa electoral, esas «100 medidas para la España Viva» que ya archivo en mi ordenador, y decir si en mi opinión es merecedor de la alarma y el repudio que ha concitado en unos, y del aplauso y entusiasmo que lo ha hecho en otros. Pero me he ido por las ramas y éstas, incontroladas como en Jumanji, han invadido el espacio del artículo. En cualquier caso, leídas las 100 una primera vez a vuela pluma antes de que se me fuera la olla, he sentido desfilar por mi magín a Santiago Apóstol, Ricardo Corazón de León, el Capitán Trueno, Donald Trump,  Salvini,  Pedro Sánchez, Aznar, Fraga, la Formación del Espíritu Nacional de mi infancia, Daoiz y Velarde, Viriato, el Cid Campeador y cierto tufo a la 'España Una, Grande y Libre' de la autarquía franquista. Lo cual, que el panorama no es demasiado alentador. Pero tengo por delante una semana para rumiar y sacar conclusiones más sólidas. Si no me canso antes, claro.

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