sábado, 21 de enero de 2017

LA CONJURA CONTRA AMÉRICA

Ayer, si todo fue como tenía que ir, tomó posesión Donald Trump como cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América. Es algo que, evidentemente, a la hora de escribir estas líneas no se ha producido, de modo que no puedo hablar de las circunstancias que hayan concurrido en el acto, mucho menos del talante de su discurso. Sin embargo, por las virtudes que adornan al individuo, de las que ha dado muestras más que sobradas a lo largo de toda la campaña electoral y ha confirmado después como presidente electo, seguro que lo que diga no servirá para amortiguar la inquietud que me produjo que semejante sujeto haya podido llegar donde ha llegado. Antes al contrario, lo más probable es que la confirme o incluso la aumente. Según ha adelantado su portavoz, Sam Spicer, la perorata, que durará unos 20 minutos, es absolutamente personal, 100% Trump, ya que él la escribe, la corrige y la edita. Y “no será un programa detallado, sino una reflexión filosófica”. Otro motivo más de alarma, por otra parte no exenta de curiosidad, porque soy incapaz de imaginarme a criatura tan tosca filosofando, a no ser que estemos hablando de Rosenberg. Aunque me temo que tampoco, porque este nombre le sonará, si acaso le suena, a marca de cerveza alemana o algo así.

(Fuente: Posta.com.mx)
En fin, a lo hecho, pecho, ya que a estas horas, si se cumple lo anunciado por su vicepresidente electo, ya habrá firmado varias órdenes ejecutivas, entre las que se encuentra el primer paso para desmantelar el “Obaracare”, el plan de salud de Barack Obama, desmantelamiento que podría dejar sin cobertura médica a 18 millones de personas. Y suma y sigue: construcción del muro en la frontera con México, que este país ya ha empezado a pagar anticipadamente con la deslocalización de fábricas o líneas de  producción, (Ford, Carrier, General Motors…) en su territorio, y la consiguiente pérdida de inversiones millonarias y de miles de puestos de trabajo; supresión de la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA) y retirada del acuerdo de París contra el Cambio Climático; levantamiento de las restricciones al ‘fracking’ y al carbón; expulsión de once millones de ‘indocumentados’ o inicio de un enfrentamiento comercial y político con China. Cualquier cosa. Todo bajo la égida de “Primero Estados Unidos”, el atavío de un lenguaje populista, burdo y simplón, y el trasfondo de una ideología xenófoba y racista que, evidentemente, le ha dado buenos resultados. Y el panorama se agrava si, como creo, el personaje, de carácter infantiloide y caprichoso, es un megalómano inculto y déspota al que el poder que representa el cargo que va ocupar puede descuajaringarle definitivamente la sesera. Si a esto le añadimos que el ‘maletín nuclear’ y sus códigos están ahora en manos de este patán irreflexivo y enfermizamente susceptible, de este ‘broncas’ de chiringuito, es para que no estemos demasiado tranquilos.

(Fuente: WordPress)
En el año 2004, Philip Roth publicó La conjura contra América, una ucronía donde se fabulaba sobre lo que hubiera podido ocurrir si, en las elecciones de 1940, Roosevelt hubiera sido derrotado por Charles A. Lindbergh. Héroe nacional por haber realizado el primer vuelo intercontinental sin escalas entre América y Europa, aislacionista convencido, portavoz del comité ‘Estados Unidos Primero’, (nada es casualidad), antisemita y pronazi, habría sido, así, el trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, que, aliada con la Alemania de Hitler, no hubiera participado en la II Guerra Mundial, y en donde los judíos hubieran sido despreciados, perseguidos, marginados y considerados culpables de todos los males de la nación. Narrada a través del prisma de los ‘recuerdos’ infantiles de un anciano, (el propio Roth), nos hace partícipes del desconcierto y los avatares de su familia y de lo que podría haber sucedido si la historia hubiera sido esa. La novela, algo desangelada y poco equilibrada en algunos momentos de su segunda mitad, al primar más la visión íntima y familiar en detrimento de la general, lo que, al menos a mí, me produjo una cierta decepción al no disponer de una perspectiva ‘histórica’ más desarrollada, es, en cualquier caso, imprescindible y angustiosa. En el caso que nos ocupa, más. Porque visto lo visto hasta ahora, bastaría con cambiar a judíos por emigrantes, a Trump por Lindbergh y a Putin por Hitler, -dicho sea esto más por analogías geográficas que ideológicas, porque en este sentido son perfectamente intercambiables-, y, a poco que nos descuidemos, la ucronía puede transformarse en realidad y la hipótesis en certeza. En fin, ya veremos a ver, como dijo el que llevaba sus ojos en la mano.
(Fuente: The New York Review of Books)



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