En los años en que estudiaba en
Madrid había momentos en que pasear por Argüelles-Moncloa se transformaba en
una carrera de obstáculos. Debías andar por allí ojo avizor. No hablo ahora de
la rutina de vigilar las evoluciones de las manadas de guerrilleros de Cristo
Rey y sucedáneos, que también, sino de evitar el ataque inmisericorde del
sinnúmero de cataplasmas que, al amparo de sectas o agrupaciones religiosas a
cual más peculiar, proliferaron como hongos en aquel tiempo. Inasequibles al
desaliento, sus novicios propagandistas salían a patear las calles en busca de
incautos a los que captar para su causa de manera que, a poco que te
descuidaras, podías verte asaltado por tipos pelones vestidos con túnicas y
bombachos que, bailando a tu alrededor, acompañaban sus salmodias
ininteligibles con tintineo de platillos y retumbar de tambores; o por dos
encorbatados de camisa blanca que, con acento yanqui, te endilgaban un rollo
interminable sobre el juicio final y los peligros de una vida alejada del temor
divino; o, qué sé yo, por gente normal en apariencia que te hablaban de la
maldad de la materia, la bondad del espíritu y la posibilidad de llegar al
orgasmo con tu pareja sin contacto físico. Un circo pelmazo y muy variopinto,
vaya. Y también algo arriesgado porque, con la paciencia exhausta, en alguna
ocasión se te turbaba el ánimo, salías por peteneras, y el intento de
proselitismo no acababa como el rosario de la aurora de puro milagro, nunca
mejor traída la expresión. En cualquier caso, a pesar de tanta monserga, tengo
un especial recuerdo, diría que casi tierno, de los “Niños de Dios”. Solían ir
en pareja y se te acercaban sonrientes. La chica, normalmente rubia y lánguida,
te daba un par de besos en las mejillas, más o menos efusivos, más o menos
cercanos a la comisura de los labios, y te decía algo así como “te amo porque
dios te ama”, u otra cursilada similar. Y no puedo decir más del asunto ni de
su rollo porque yo de ahí no pasaba. Pero bueno, a pesar de que sabías que te
estaba mintiendo, era una situación agradable. Y nada trágica, como otras
similares con amor impostado y morreos de por medio.
sábado, 31 de diciembre de 2016
NIÑOS DE PABLO
sábado, 24 de diciembre de 2016
ODIO DE IDA Y VUELTA
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(Fuente: abc.es) |
Consideraciones éticas aparte, que
ya bastarían para descalificar estas posturas ultras y maximalistas, las cifras
tampoco corroboran el mecanicismo simplón de su lógica. Según la última
estadística que he podido encontrar, de los 15.181 atentados de corte islamista
llevados a cabo en el periodo 2000-2014, casi el 90% se produjeron en países de
mayoría musulmana, causando en ellos 63.000 muertes de un total de 72.000, es
decir, el 87,50%. De los 9.000
restantes, los países con mayoría cristiana más perjudicados fueron Filipinas y
Kenia, con 974 acciones criminales que dejaron más de 1.800 muertos, penoso rango
solo superado por EE.UU. en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, en
donde 2.996 personas fueron asesinadas. En Europa Occidental, y durante
esos mismos 15 años, los atentados terroristas de corte islamista fueron
22, el 0,14% de los 15.181 totales, con 248 muertos, el 0,34%. Habría que ver,
a su vez, cuántos de estos 22 fueron llevados a cabo por refugiados y no por
nativos hijos de emigrantes o por terroristas venidos ex profeso. Un muerto
siempre es un muerto digno de ser llorado. Y si muere por causa de la
intransigencia, o del hecho de ser o pensar diferente, o de tener creencias
distintas a las de su asesino, con más razón. Pero 63.000 muertos son más,
abrumadoramente más que 248. De manera
que todo este vocerío ramplón, estos anatemas escupidos contra refugiados que,
en buena medida, vienen huyendo de aquello de lo que se les acusa, tampoco
tienen cifras reales en las que apoyarse, y solo son producto de la miseria
moral y del egoísmo de quienes los profieren. Si para muestra vale un botón, el
historial del responsable del atentado de Berlín, cuyas peripecias por Europa
nos dan cuenta, por otra parte, de los fallos de seguridad de los que adolecen
los servicios antiterroristas europeos, viene a corroborar lo dicho. Ni
refugiado ni nada que se le pareciera. Solo un delincuente que viajó desde
Túnez, sin estatuto de refugiado, reconvertido en islamista en la cárcel
italiana donde estuvo recluido por delitos comunes y con una orden de expulsión
que logró esquivar.
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(Fuente: El Mundo) |
sábado, 17 de diciembre de 2016
HONORES DESHONROSOS
No voy a entrar a hacer juicios de
valor sobre la necesidad o no de la Ley de Memoria Histórica. Desde el año 2007
en que fue promulgada, se han emitido sobre ella tantas y tantas opiniones a
favor y en contra, -ora considerándola necesaria, e incluso escasa, para tratar
de zanjar la injusticia cometida contra los vencidos en la guerra civil; ora denostándola
como un desvarío del suricato leonés que volvería a abrir heridas ya restañadas
y a desenterrar viejos fantasmas cainitas-, que no creo que la mía aportara nada que no se
haya dicho ya. Lo que sí tengo claro es que las buenas intenciones que esta ley
declara en su ‘exposición de motivos’, no se han visto cumplidas en la mayoría
de los casos en que se ha recurrido a ella: “En definitiva, la presente Ley
quiere contribuir a cerrar heridas todavía abiertas en los españoles y a dar
satisfacción a los ciudadanos que sufrieron, directamente o en la persona de
sus familiares, las consecuencias de la tragedia de la Guerra Civil o de la
represión de la Dictadura... profundizando de este modo en el espíritu del
reencuentro y de la concordia de la Transición...”, proclama en su preámbulo.
Visto lo visto, y en buen número de
ocasiones en las que la aplicación de dicha ley ha sido objeto de actualidad
informativa, se evidencia que estos encomiables deseos no solo no se produjeron,
sino que sucedió todo lo contrario de lo que presuntamente pretendían conseguir.
Y esto ha sido así porque estoy convencido, (quizá sea una contundente osadía
por mi parte, pero es lo que hay), de que el legislador se equivocó equiparando,
a lo largo de todo su articulado, dos realidades tan distintas, aunque una de
ellas sea consecuencia de la otra, como son la guerra civil y la dictadura
franquista. Reconocer y declarar “el carácter radicalmente injusto de todas las
condenas, sanciones y cualesquiera formas de violencia personal producidas por
razones políticas, ideológicas o de creencia religiosa, durante la Guerra
Civil, así como las sufridas por las mismas causas durante la Dictadura”, es no
saber de qué estás hablando o, peor, saberlo pero legislar pensando en tu
abuelo, o en tus votos, o en tu inopia. O, como me temo, en todo a la vez. En
fin, creo que esta ley hubiera sido mucho más efectiva y, sobre todo, más balsámica
y más justa, si es que de ello se trataba, centrándola exclusivamente en el reconocimiento,
compensación y ayuda a las víctimas de la dictadura. Y haber tenido la valentía,
para cerrar el círculo expiatorio, de promulgar otra para las víctimas, todas,
de la guerra civil. Pero conociendo al personaje simplón y superficial, esto es
como pedir peras a un olmo tan seco, tan estéril, que ni la primavera sería
capaz de operar en él aquel hermoso milagro machadiano.
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(Fuente: Diario HOY) |
Y todo lo anterior, a cuento del
embrollo de Guadiana del Caudillo, su alcalde del PP, Antonio Pozo Pitel, y el secretario general del PP de Badajoz y
diputado en la Asamblea de Extremadura, Juan
Antonio Morales Álvarez. Ambos premiados en una cena organizada por la
Fundación Nacional Francisco Franco, a la que, según leo, asistieron, y en la
que les fue entregado a cada uno ‘Diploma de Caballero de Honor’ por su
"labor destacada en la defensa de la verdad histórica y de la memoria del
Caudillo y su gran obra". La verdad es que hay cosas que yo no entiendo.
No entiendo que, con LMH o sin ella, pueda seguir existiendo en la España de
hoy una fundación como esta, cuyos estatutos “enumeran como objetivo prioritario la difusión de la memoria y obra de Francisco
Franco”. No entiendo que los galardonados aceptaran el galardón
deshonroso que les habían concedido y, menos aún, que tuvieran la desfachatez
de ir a recogerlo. No entiendo, quizá sí, las disculpas increíbles del señor
Morales calificando de error la aceptación voluntaria, consciente y presencial
de la supuesta dignidad que recibía de quien la recibía. No entiendo la torpeza
del PP, bajo la égida del ‘y tú más’, de sacar a la palestra, con calzador, a
Castro y a Maduro, que no tienen vela alguna en este entierro. No entiendo que,
con el daño que han hecho a su partido, dando argumentos incontestables a sus
adversarios políticos para tildarlo de “refugio de franquistas y ultras”, no se
haya actuado contra ellos de manera fulminante. No entiendo que se recurra una
sentencia que, en cumplimiento de la LMH, obliga eliminar “del Caudillo” del
topónimo de marras. No entiendo ese afán de mantener ese colgajo caudillista
ahí, enarbolando, al más puro estilo ‘puigdemontista’, el resultado de una
consulta popular que conculca una ley vigente en nuestro ordenamiento
jurídico... En fin, tras esta letanía llego a la conclusión de que, acaso, mi
problema sea que jamás lograré entender este estrecho juego político de vuelo
corto que algunos estilan. Aunque por otra parte, primo, qué quieres que te
diga, ni puñetera falta que me hace.
sábado, 10 de diciembre de 2016
EL CUBO DE LAS VÍSCERAS
Hace algún tiempo, quizá demasiado,
durante varios años, un grupo de amigos acordamos reunirnos cada Viernes Santo
para dar buena cuenta de un cordero. Despojado de intríngulis poco apetecibles
y despiezado como corresponde, era sabia y pacientemente asado a la parrilla y
devorado por la horda carnívora convocada. El cónclave empezaba a primera hora
de la mañana y solía terminar bien entrada la noche. El núcleo duro del grupo
estaba formado por cuatro amigos que ya no están con nosotros, -Antonio Cosme Covarsí, Javier Leoni, Goyo Moreno, Angelito el de
Universitas-, además de Alejandro
Pachón y este que suscribe. Cada cual con sus partes contrarias, si las
tuviere, además de los hijos a que hubiere lugar. Uno de nosotros, a saber quién,
bautizó esta juerga anual con el nombre, no exento de retranca, de “El cordero
sacrílego”, en alusión al precepto de la Iglesia católica que prohíbe comer carne
todos los viernes de Cuaresma y que nos saltábamos con buenas dosis de
recochineo. La primera faena de esta celebración pagana, como decía, estribaba
en la limpieza y el despiece del animal, oportunamente tendido sobre una mesa
matancera, a cuyo costado disponíamos un contenedor de basura en el que se
arrojaban los desperdicios y las piltrafas que la operación generaba. Algún
inspirado de aquellos herejes, no sé si el mismo anterior, llamó a aquel
depósito infecto “El cubo de las vísceras”.
Aquel bidón apestoso viene a ser un
frasco de perfume si se compara con los ríos de estiércol que puedes encontrar
en las redes sociales. La verdad es que nunca me ha interesado brujulear por
ellas, utilizándolas, fundamentalmente, para publicar los enlaces de mis artículos,
saber de amigos y familia, o compartir música y noticias. Pero al leer lo que
este diario ha ido dando a conocer a lo largo de la semana, tras el bochornoso espectáculo
que protagonizó el presidente de la comisión de Cultura del Ayuntamiento de Badajoz,
Luis Jesús García-Borruel Delgado, dando pábulo en una reunión
oficial de forma irresponsable y frívola, dudo mucho que irreflexiva, a una
falsa conversación virtual entre churreros en la que se insultaba de forma
ignominiosa a la concejala de Cultura, Paloma
Morcillo Valle, me picó la curiosidad y me di un paseo por las páginas que
intuí pudieran estar participando del esperpento. Y la primera impresión que recibí
al hacerlo fue la de entrar en un mundo,
(¿un submundo, quizá?), poblado por personas, -barrunto que alguna con graves
trastornos disociativos de personalidad- que, amparados en nombres ficticios y
heterónimos que asombrarían al mismísimo Fernando Pessoa, y confundiendo
libertad de expresión con libertad de excreción, dedican su tiempo libre, que
debe de ser mucho, a relajar los esfínteres de su verborrea diarreica con un
desahogo vesánico y una penuria gramatical que espantan. Insultan, acusan,
denigran y difaman, dentro de un círculo cerrado y egocéntrico que se
retroalimenta de bilis, a golpes de una obsesión compulsiva digna de estudio. El
panorama resulta verdaderamente cochambroso. Y, salvando alguna excepción
despistada, el nivel delirante que exhiben, mamarrachada tras mamarrachada, es
deplorable. La invasión de los humanoides,
vaya. Lo cual, que jamás volveré a
sucumbir a ciertas obligaciones que me impongo como articulista evitando, de
todas todas, reincidir en la torpeza de meterme en un corredor tal que, a la
que te descuides, puede impedirte el retorno, y en el que corres el riesgo de
quedar atrapado entre telarañas zopencas y gusanos de pudridero.
Digo que todo surgió a raíz de que
el diario HOY informara de la temeraria exhibición, por parte del concejal
García Borruel, de un diálogo virtual entre churreros, falso de toda falsedad,
en el que se acusaba a la concejala de Cultura de un delito continuado de
prevaricación o de cohecho, que no lo tengo muy claro. A pesar de su insensatez,
él, en Facebook, defendía con tenaz emperramiento su simple papel de mensajero,
ajeno a cualquier tipo de intencionalidad torcida. La disculpa no puede ser más
endeble, porque el error no es haber sido mensajero, sino haberlo sido (de
manera oficial, no se olvide) de un mensaje fraudulento que, teniendo
posibilidad de hacerlo, no se preocupó de verificar. Y, en fin, leído lo que
leí en sus mensajes de defensa me gustaría hacerle una recomendación, que por
supuesto puede pasarse por el forro de sus caprichos, como es natural. Y es que
yo creo que, cuanto antes, sería conveniente que actualizara sus conocimientos
de gramática y de ortografía. No le digo esto a nivel personal, que cada cual es
muy libre de no dar importancia a sus carencias lingüísticas, lo digo para
evitar, en lo posible, que su dejadez en este sentido pueda menoscabar la
dignidad del puesto de presidente de la comisión de Cultura del Ayuntamiento de
Badajoz que actualmente ocupa. Él sabrá.
sábado, 3 de diciembre de 2016
CIRUGÍA ABIERTA EN LA CMA (II)
... Digo yo que será porque, al
sentir que no tenía escapatoria, acepté la situación mansamente y eso me llevó
a aquel relajo dulce, a una modorra suave y agradable de la que me sacó una
mujer que en principio también presumí enfermera. Mientras me espabilaba, ella
había corrido las cortinillas que rodeaban mi lecho, una especie de mosquitera
opaca que nos libraba de miradas indiscretas. Como me habían dicho que lo que
iban a hacer era cogerme una vía venosa, me extrañaba que se utilizara tamaña
parafernalia para preservar mi intimidad. Al fin y al cabo de lo que se trataba
era de pincharme en un brazo... A no ser, ¡ay, madre mía!, que la vía debiera
cogerse en alguna vena adyacente a la delicada ubicación de mi hernia. Y al
instante me imaginé, en un escalofrío, la parte más sensible de mi anatomía
transformada en un sofisticado y lacerante acerico con cánulas y llaves de paso
de colorines.
En esas dolorosas elucubraciones andaba
metido, a punto de perder mi presencia de ánimo, cuando la buena mujer me sacó
de mis dudas y de mi pánico: “Yo soy la peluquera, ¿sabes, hijo mío? Vengo a
rasurarte la zona”. Le indiqué, aliviado, que la víspera, cuando llamaron para
confirmarme la cita, me dijeron que debía ir con la zona rasurada. Y así lo
había hecho yo. O al menos lo había intentado, dada mi inexperiencia en tales
menesteres. Ella, dicharachera, con una campechanía que te obligaba a despejar
cualquier atisbo de vergüenza o pudor que pudieras sentir, tras bajarme los
calzones e indicarme que me pusiera con las piernas dobladas y abiertas, (“como
si fueras una mujer dando a luz”), colocó un empapador bajo mis posaderas, echó
una ojeada profesional a mi pubis pelón, (“lo has hecho muy bien, hijo mío,
pero quedan algunos detalles”), y mientras me hablaba de su madre, del número
de pastillas que tomaba diariamente, me preguntaba por mi historial y por patatín
y por patatán, me dio un repaso con la maquinilla de afeitar por delante, por
detrás, por arriba y por abajo, con la misma naturalidad que si estuviéramos
charlando en la barra del Deportivo con una cervecita por delante. Acto
seguido, una enfermera me cogió en el brazo, con delicadeza y sin dolor, la vía
venosa de marras. Y dejaron entrar a mi santa. Entre su presencia, lenitiva y
tierna, y los 3 goteros que me endilgaron, esta vez no me quedé traspuesto, me
quedé frito como un leño.
Me despertó la voz tronante de un
celador preguntando: “¿Quién es Jaime?”. Estuve a punto de responderle: “Eso
quisiera saber yo”, que era lo que el cuerpo me pedía, pero fui disciplinado y me
limité a levantar la mano. Mientras él cogía mi cama para el traslado, me despedí
de mi santa parafraseando la súplica pronunciada por mi
amigo Alejandro Pachón, hace demasiados años y en similares circunstancias, que sigue viva en nuestro
acervo común: “Cuida de nuestros hijos, Nini”, le dije con un hilo de voz. Y
sin solución de continuidad, el celador cogió ímpetu y nos llevó a mi cama y a
mí por aquellos pasillos con una pericia y una velocidad que ni Fangio en su
apogeo. Viendo pasar luces por encima de mí, me pareció estar montado en algún
cacharrito de las ferias de mi niñez. Tan es así, que, presa de mi ensueño, a
punto estuve de pedirle que me diera otra vueltita. Y al fin entré en quirófano,
imbuido aún de efectos vertiginosos. Quienes allí estaban (cirujano,
anestesista, ayudantes...) me saludaron, me preguntaron, me distrajeron
mientras, tras ponerme en posición de Cristo crucificado, colocaban en mi nariz
las olivas del oxígeno y me chutaban la sedación. Algún pinchazo de la
anestesia local noté pero, a partir de un cierto momento, apenas nada. Les oía
hablar, sabía que me estaban enredando por ahí abajo, notaba movimientos de tripas,
algún dolor momentáneo, pero ninguna sensación de angustia, ningún tipo de
aprensión. Sentía que mi cuerpo no era mío. Un soy sin ser apacible, casi gozoso.
En esa ausencia de mí, me preguntaban y yo quizá respondí, o acaso lo hizo un
Jaime extrañado del Jaime que revoloteaba aturdido entre los focos del techo, como
luciérnaga incierta. Al cabo de ¿45 minutos?, de vuelta a boxes. Con Fangio y
con el colocón. Recuperación del chute, paseos vacilantes, meada, instrucciones
a seguir y a las cinco y media de la tarde, en casa otra vez. Vaya... como
experiencia medianamente astral me sobra y me basta. No necesito más, porque,
como dice el proverbio, “hasta con requesones puede ahogarse a un convidado”.
El lunes pasado me quitaron los
puntos. Y ahí sí que vi la mayoría de las estrellas de la Vía Láctea con lluvia
de Perseidas incluida. A pesar de mi ignorancia en estas cuestiones, me lo
maliciaba apreciando a diario en el espejo la evolución de la sajadura. Me temo
que quienquiera que suturara la mayor parte de la misma en vez de un cosido lo que hizo fue
una labor de primoroso bordado de bigudí en cadeneta y dobladillo de realce, "ribeteado con un hilo color esperma de palomo" tan fino y tan apretado que al tiempo que la herida iba cicatrizando enterraba los puntos bajo la carne. De modo que, para quitarlos, fue necesario
tirar de los minúsculos trozos de hebra (‘gañotes’) que asomaban para que
aflorara el nudo y poder cortar. La
enfermera de mi Centro de Salud, María Jesús, sufría a mi compás, desesperada
e impotente. Bueno está, ya pasó. Que todo sea eso.
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