sábado, 21 de marzo de 2015

GOTEROS ROTOS CON WIFI

Conozco a gente que le gusta ‘ir de médicos’ más que a Podemos Venezuela. Pero no es mi caso. Si tengo que ir, ya sea de protagonista o de secundario, voy, porque a la fuerza ahorcan. Pero de ahí a salir de gira médica como van algunos, muchas veces aquejados tan solo de su propia idiotez o su absurda afición ambulatoria, a los que solo les falta llevar la fiambrera con los filetes empanados y la tortilla de patatas para almorzar si se tercia, va un abismo. En lo que a mí respecta, cumplo escrupulosamente con las revisiones anuales de mis alifafes y punto. Por desgracia, estas últimas semanas he tenido que frecuentar hospitales, públicos y privados, más de lo que hubiera deseado, rompiendo de golpe la sucinta y ajustada estadística sanitaria que atesoraba, de tal forma que, en tres semanas, he multiplicado por diez la ratio de 60 años. He llegado a sorprenderme entrando en la clínica con la naturalidad y la relajación que la rutina impone a nuestros actos. Tan ‘cantimple”, como decía el otro. En fin, quién me ha visto y quién me ve.

Una de las conclusiones que he colegido de esta desafortunada experiencia, ha sido la convicción de que la figura de “los acompañantes” debería, si no desaparecer del panorama sanitario español, sí al menos ser regulada de forma estricta, sin excepciones ni transigencias. La llegada a Urgencias del Hospital Infanta Cristina fue el encontronazo con un gallinero alborotado de comadres y compadres vociferantes, una caterva de zopencos que colapsaban los pasillos, que estorbaban el paso de camillas y sillas de ruedas, que asaltaban al personal con exigencias y protestas fuera de tono y de lugar y que me produjeron unas ansias irrefrenables de exterminio fulminante. En un momento dado, el guardia de seguridad intentó poner orden en el caos a la voz de “¡un acompañante por enfermo!”, pero, sin contar con más arma que su presencia gentil, tan sólo pudo conseguirlo a medias. Me fijé en el efecto que la orden causó en un grupo compacto que destacaba en medio del griterío y que ocupaba todos los asientos de una de las salitas de espera. Conté nueve especímenes incluyendo a la enferma, una mocetona con cachetes a lo Heidi que cojeaba ligeramente mientras iba de un lado a otro. La gravedad de su dolencia era, a todas luces, preocupante. Tanto como para que hubiera ocho personas acompañándola en su agonía cojitranca. A regañadientes se fueron seis, que no está mal. Quedaron dos, por lo que pude oír, la mama y la tita, dos tipas malencaradas que se me antojaron campeonas de “pressing cacht”. Ante su terca voluntad de permanecer junto a la niña, el guardia, inteligentemente, hizo mutis por el foro, porque de media mitra que le hubiera soltado cualquiera de las dos, (y, como él, yo estoy seguro de que lo hubieran hecho), el infeliz hubiera pasado a engrosar la lista de damnificados. De todas, todas.

Una segunda conclusión fue corroborar que, a pesar de Monago y de Hernández Carrón, la sanidad pública extremeña funciona mejor que bien. Qué sería, entonces, si estuviera dirigida adecuadamente en vez de por manos incapaces. La atención médica recibida fue rápida y completa, a pesar del desbordamiento de trabajo al que los profesionales están sometidos y, (ahí es donde la puerca tuerce el rabo), a las precarias condiciones que, en tantas ocasiones, les impiden desarrollarlo como desearían. Porque, debido a la escasez de camas, pacientes que habrían de estar 48 horas ingresados bajo observación médica, son devueltos a casa con un folio de instrucciones en el que se les indica cómo andar pendientes de mareos, náuseas, tamaño de las pupilas, desorientaciones, olvidos o vacíos
de memoria. Incluso despertando al doliente hasta tres veces durante la noche para preguntarle obviedades. Y, en caso de alarma, salir cagando leches para urgencias. ¿Será eso la atención continuada que pregonan?

Es que los recortes presupuestarios es lo que tienen: Se cierran ambulatorios, se reducen horarios de atención médica, no se cubren plazas vacantes, el material escasea, los pacientes se acumulan en los pasillos de urgencias por falta de camas, las citas para pruebas diagnósticas se eternizan, los médicos de familia no dan abasto, las listas de espera para intervenciones quirúrgicas se colapsan y los profesionales haciendo encajes de bolillos para dar a sus pacientes la atención que necesitan al tiempo que, con demasiada frecuencia, se convierten en injustos destinatarios de la indignación o la crítica de ciudadanos que no suelen ver más allá de sus propias narices. Y mientras padecemos esta situación calamitosa, leo esta semana que el presidente Monago, al que cada vez veo más fuera de sí, de la razón y de la realidad, pretende invertir en un denominado Plan Confort, (chúpate esa mandarina), 6.000.000 de euros para dotar a los hospitales extremeños de wifi para profesionales, pacientes y acompañantes, televisión por cable y videoconferencias. Así se integrarán de lleno en el siglo XXI, dice,  y “harán la experiencia del paciente mucho más cómoda y satisfactoria, pudiendo estar conectado con el mundo exterior y con su familia en todo momento”. Hasta tres pacientes por habitación y otros almacenados por los pasillos con los goteros rotos, pero con wifi disponible para conectarse con el mundo exterior y algunos, por desgracia, hasta con el más allá. A eso lo llamo yo una muerte confortable, sí señor. Y mientras, ‘el doctor Cataplasma y su criada Panchita’, sacando pecho y encantados de haberse conocido, pariendo jangadas. ¡Somos la leche, primo!

1 comentario:

Carlos Rivero. dijo...

Hola Jaime!. La verdad es que en esto como en todo, TODOS tenemos un porcentaje de "i-rresponsabilidad". Ejemplos: 1/En mi centro de salud las analíticas son con cita previa de
7 días en adelante; en el C. de S. de mi madre , que dista mil metros, no hay cita previa sino
que es a la antigua, en el dia con números a bolígrafo colocados en el mostrador y de los que cada uno se surte a medida que llega...y
nunca se queda nadie sin número.2/ Vas a una consulta especializada y ¿cuantas veces escuchas nombrar a citados que no están ni se les espera?.3/¿te han citado alguna vez entre las dos y tres de la tarde?..esa hora está dentro de la jornada efectiva de trabajo. 4/ He comprobado y es habitual que trabajadores de hospitales ses a partir de las 14 h. hacer tiempo en sus puestos, unos y saliendo de su trabajo, otros.
En definitiva , habría que regular la carga de trabajo y mucho que hacer en mejorar la
eficiencia y eficacia del ses.