viernes, 17 de octubre de 2014

DEL DESENCANTO POLÍTICO

Ahora viene, de nuevo, el desencanto. Las aguas turbias traen de vuelta desde el pasado una sensación que parecía superada después de años viviendo en la ilusión recobrada, porque en determinadas situaciones el optimismo solo sirve, al cabo, para abrir la puerta por la que se cuela la desesperanza como un viento helado y recurrente, y así el hormigueo del desánimo recupere carta de naturaleza. De un tiempo a esta parte vuelvo a sentir en el estómago ese nudo asfixiante de la decepción, esa angustia de constatar que España es una patria condenada a devorarse a sí misma, un país en el que la clase política, ciega y obcecada, anda en un permanente ensayo de canibalismo, siempre empezando a ser para no acabar siendo nunca mientras, torpe y ensimismada, vuelve a caer en los mismos errores, en el mismo egoísmo ausente de siempre, en el mismo extrañamiento de la sociedad a la que dice entregarse. Estoy hastiado de esta pléyade mediocre de sacamuelas, de su pose hipócrita de sacrificados servidores del bien común, y de las peroratas rancias que nos arrean desde el púlpito de un supuesto liderazgo moral tan artificioso y falso como lo es su empatía con el pálpito que late en las calles, ajenos como están a todo lo que no sea su propio ombligo y el mantenimiento de su estatus... En fin, perdón por esta jeremiada introductoria, por este desahogo terapéutico, pero en mi descargo he de decir que ayer viernes cumplí 62 castañas y quizás el paso de los años, que estrecha el tiempo y magnifica los recuerdos, me haya cogido esta vez más flojo, algo más cansado o, simplemente, más hasta los mismísimos albarillos de toda esta patulea de continuos principiantes, que andan trastabillando y dando palos de ciego a costa de nuestras vidas y nuestras haciendas.

Y es que llevamos una temporadita (crisis del ébola, sainete catalán, tarjetas negras...) en la que leer periódicos, escuchar noticias o ver telediarios me ha supuesto vivir en un estado de constante sobresalto, yendo de la indignación al pasmo y del abatimiento a la ira como un muñeco del pimpampum. La ralea de personajes estomagantes y despreciables que han desfilado por páginas y pantallas ha sido la repanocha. El elenco es para arrasar en los premios Golden Raspberry sin despeinarse: un consejero de Sanidad zampabollos y bocazas; una ministra del ramo inútil y a punto de arrojar la literalidad de su apellido sobre ciudadanos inocentes; políticos de ideología y partidos dispares, sindicalistas de diverso pelaje y empresarios de alta y baja estofa, insaciables, capitaneados por un ex ministro taimado y un viejo-verde lechuguino y prepotente, enfrascados al alimón en el trinque tarjetero con un desparpajo y una desfachatez que ni el Dioni; un presidente de la Generalitat pelele y alucinado, jugando a ser el miramamolín de un país forjado a imagen y semejanza de sus delirios de grandeza y caudillaje; un expresidente de lo mismo, trincón y embustero, con una ristra de hijos que dejan a los Dalton en pañales y, envolviéndolo todo como una costra pegajosa y cutre, un rezume permanente de incapacidad y de pringue que te deja en la boca el sabor acre de lo irremediable, la sensación de que nuestra suerte está echada porque lo nuevo viene cargado de lo que ya pasó y (ahí es donde la puerca tuerce el rabo) ansioso por repetirlo. Maquillado y a la moda, pero cateto y antiguo. Se repiten esquemas, soluciones, actitudes, de tal manera que escarbas un poco en la superficie de tanta parafernalia novedosa y sólo hallas más de lo mismo. Un rodeo florido y engañoso para volver al punto de partida en el que te encuentras con las telarañas y el moho de siempre.



Aprovechando el ruido de campanas y para acabar de completar el cuadro patético de esta realidad encorsetada y fatal, sólo faltaba la aparición de un grupo, de un partido que lo es sin serlo, de unos círculos que, comandados por los nuevos profetas de la esperanza y la felicidad, prometen arreglar este cotarro haciendo tabla rasa. Tienen la fórmula mágica para acabar con todos los problemas que afligen al país gracias a un cóctel ideológico, de lo más novedoso sin duda, mezcla de estalinismo-leninismo-trostkismo, democracia bolivariana, libertad castrista, participación ciudadana y unas gotas de angostura, perdón, unas gotas de acracia sui géneris, que acabará con el paro, la desigualdad social, la deuda estatal, la corrupción y la casta, todo del tirón. Jauja, vamos. Y aunque ellos, por motivos obvios de conservación y supervivencia, no hablan de caspa, me recuerda este embaucamiento de charlatanes a la película Por mis pistolas, de Cantinflas. En ella interpreta a un boticario de un pueblo mejicano, Fidencio Barrenillo, que le da a beber a un parroquiano una pócima que no la supera ni el bálsamo de Fierabrás. El potingue, según el talentoso boticario, es válido para curar “la agrura, los vómitos, el mal de espanto, el mal de ojo, la bilis, los riñones, el recargo intestinal, las anginas de pecho y erupciones, los tabardillos, la ‘garraspera’, el dolor de cabeza, el dolor de muelas y el dolor de estómago. Y para el mal de San Vito, la pulmonía, los soponcios, el chorrillo, granos, torzones y hasta para la caspa, que se cae con todo y pelo”. Su nombre científico es nada menos que el de “Agua Límpida Milagrosa”. Pero lo que en realidad le estaba dando al incauto era tan sólo bacanora. O sea que si ganan estos magos del cuento, nos veremos en su paraíso todos calvos y borrachos. Dada mi alopecia, la mitad del camino yo ya lo tengo hecho. Pues el que venga detrás que arree.

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