sábado, 6 de septiembre de 2014

PUJOL, CEAUCESCU Y LOS FARISEOS

En mi artículo del último sábado de julio me despedía de ustedes y de estas páginas convencido de que el mes de agosto, vacacional y alejado de obligaciones, iba a dedicarlo mayormente a disfrutar haraganeando, con la alegría añadida de saber, gracias al libro de Andrew J. Smart, que mi ociosidad no iba a ser baldía sino, antes al contrario, de lo más creativa y fructífera. Tengo que decir que mi proyecto de engrandecimiento interior al tiempo de contar musarañas no ha podido completarse de modo satisfactorio. Y la culpa es sólo mía y de mi obsesión viciosa que, compulsivamente,  me lleva a atiborrarme de periódicos a primera hora de la mañana como si, de no hacerlo, estuviera traicionando mis principios o siendo desleal conmigo mismo. Y si, a mayor abundamiento, este mes de agosto ha venido más cargado que otros de noticias de las que no he podido escapar, habré de cerrar el balance de mi dolce far niente agosteño con un saldo positivo, sí, aunque exiguo para lo que prometía.

Uno de los asuntos que ha contribuido al ajustado final de mis cuentas holgazanas no ha sido otro que el de Jordi Pujol y sus fechorías. Que ha servido, además de para encabronarme e impedirme el disfrute de mi ensimismamiento, para comprobar lo increíble que puede llegar a ser la memoria, ese almacén de recuerdos que creemos dormidos pero que están ahí y solo hace falta que un estímulo exterior los despierte para que aparezcan nítidos como si acabaran de ocurrir. Después de que el personaje, acabando el mes de julio y quizás con la intención de extender una cortina de humo que enmascare otras mayores,  nos ¿sorprendiera? con una confesión estrambótica y tramposa de su mangancia testamentaria, y tras días de vivir escondido en una de las masías de las que disfruta, pude ver en un telediario las primeras imágenes de su exposición a la luz pública, paseando con su esposa por el pueblecito gerundense donde veranea. No sé si fue por la actitud displicente y soberbia con la que caminaban saludando a los lugareños, por el tinte sepia que interioricé en mis pupilas mientras los miraba, por la sensación de impunidad que me transmitieron, por las palabras de Marta Ferrusola a su marido convencida de que el asunto se olvidaría, por el parecido físico de ésta con la mujer de Ceaucescu o, quizás, por todo a la vez, pero el caso es que el recuerdo dormido de las imágenes del dictador rumano y su mujer mientras eran juzgados despertó en mi cerebro con una claridad pasmosa. Las dos secuencias se superpusieron en mi interior,  y las dos rezumaban el mismo olor acre y añejo, fuera de tiempo, casi irreal. Y en las dos la encorvada altanería de quienes se creen intocables y protegidos por la bandera de un patriotismo tan falso como ellos. Las imágenes y actuaciones posteriores del matrimonio Pujol, juntos o por separado, no han hecho sino reafirmarme en la analogía que intuí en el primer fogonazo. Las egolatrías de un dictador y de un cacique son almas gemelas que beben del mismo manantial, aunque tengan matices diferentes. Uno decía ser el padre de la República Popular de Rumania y de sus habitantes para no reconocer al tribunal que lo juzgaba, y el otro asume la paternidad de Cataluña y de los catalanes, (pero también de sus hijos, dignos de tal padre trapicheando caudales) y quiere comparecer en el Parlament el día que él fije para no interferir en la vida política catalana. Elena Ceaucescu, con el pañuelo anudado a lo Doña Urraca, le gritaba al soldado que la maniataba para conducirla al paredón que ella era su madre, mientras Marta Ferrusola, pelo estilo El Puma, manda a la mierda a un periodista que la aborda mientras se monta en un taxi. Hay diferencias, claro, como las hay entre la corneja común y la corneja cenicienta. Apenas matices que se van incorporando a la desvergüenza al ritmo que marcan los años, la historia y la evolución de especies y especímenes.

Los Ceaucescu acabaron como acabaron, de la peor manera posible. Camino del paredón, abandonados por todos, condenados a muerte en un simulacro de juicio por quienes pocos días antes colaboraban con ellos en la represión y sin asimilar aún que eso les estuviera pasando a ellos siendo quienes eran, aún albergaban la esperanza de que la Securitas, la terrible policía política rumana, acudiera a rescatarlos a última hora. Eso no sucedió y fueron ametrallados sin piedad. Afortunadamente en España esto no puede pasar, al menos mientras no gobierne Podemos o no nos invadan los islamistas de EI, que todo es posible. Lo que veo imprescindible para que el Estado de Derecho no la cague por enésima vez es que Pujol sea juzgado, y no sólo por la felonía ya reconocida en esa confesión esperpéntica con más agujeros que un saco de rosquillas, sino por las que se barruntan y puedan demostrarse. Y que con él se sienten en el banquillo todos los delincuentes y cómplices que por acción u omisión hayan participado en esta chorizada institucional que presumo de dimensiones ciclópeas por continuada en el tiempo hasta la rutina, que al parecer todo el mundo conocía, sobre la que todo el mundo callaba y de la que, estoy más que seguro, algunos muchos  se beneficiaban. Ahora toda la clase política catalana ha salido de estampida y andan sacando pecho con comisiones de investigación y denuncias al por mayor. Excepto Mas y CDC que, bien es verdad que cada vez con menos contundencia, siguen acompañándolo, ignoro si por agradecimiento o por temor a quedar con el culo al aire y tener que sentarse junto al pare de la pàtria ante el tribunal. Como tampoco sé si este frenesí de denuncias es por civismo o por disimulo, si tenemos en cuenta que por el gobierno catalán han desfilado todos, desde CIU a Ezquerra, pasando por el PSC e IC.


“El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, frase que según los Evangelios salvó a Jesús de una encerrona de los fariseos, en este país hubiera fracasado con estrépito. Porque aquí si de lapidar adúlteros, corruptos y blasfemos se trata, habría una jauría dando peñascazos al interfecto. Y, tras el deber cívico cumplido, los ejecutores se irían a celebrarlo a una casa de putas, ciscándose en la Corte Celestial y pagando la juerga con los flecos de tesorería de la Caja B. Todo metafóricamente hablando, claro.

1 comentario:

Muli dijo...

Muy bueno el comentario.Se echaban de menos,pero ya estás aquí otra vez,de lo cual me alegro.
Un abrazo.