sábado, 13 de octubre de 2012

SE LE FUERON LOS TIEMPOS

Leí este verano, en el mes de agosto, un reportaje en el XLSEMANAL que me estremeció y me llegó al corazón. Narraba cómo en Colombia, al norte de la ciudad de Medellín, en el departamento de Antioquia, hay una serie de aldeas aisladas por las abruptas condiciones del terreno, aldeas como Angostura o Tamural que sufren, desde el siglo XVIII, el terrible azote de lo que allá llaman “la bobera”, una enfermedad que les roba la memoria. Los lugareños la creen producida por un maleficio o por árboles envenenados, pero no es sino una variedad de alzhéimer precoz, muy virulenta, que la endogamia y los sucesivos matrimonios consanguíneos, productos del aislamiento, han hecho que se propague y se transmita de manera dramática entre un buen número de familias. Algunas de ellas han visto infectados a la mitad o más de sus miembros. Es el caso, por ejemplo,  de Blanca Nelly, cuya abuela, madre, cinco tíos y tías, hermano, hermana y marido la han padecido. Además, para añadir dolor al dolor, si en el alzhéimer común el hecho de que uno de los padres lo sufra solo aumenta de una manera marginal las probabilidades de que sus hijos la hereden, en esta variedad precoz las probabilidades llegarían hasta el 50%. Si ambos progenitores fueran portadores de esta llamada “mutación paisa”,  el índice aumentaría hasta un 75%. Quienes hereden la forma paisa de la enfermedad, la padecerán sin remedio. Al final de crónica tan dramática, no obstante, se abre una puerta a la esperanza al darnos noticia del inicio de un ensayo clínico que probará una terapia preventiva en 300 habitantes de la región, sanos pero predestinados genéticamente a desarrollar alzhéimer. “Entramos en una nueva era”, afirma el Dr. Reiman, coordinador de la iniciativa, “estas familias son una fuente investigadora sin precedentes. Por primera vez tenemos buenas posibilidades con esta enfermedad”.


La verdad es que, con las fotografías y los testimonios que acompañaban a la narración, el asunto me sobrecogió, aunque también es cierto que yo estaba predispuesto a que esto ocurriera. No es que esté obsesionado con la enfermedad de Alzheimer, o quizás sí, es que, de unos años acá,  me angustia terriblemente el olvido,  angustia que va aumentando a medida que envejezco, sin que nada tenga que ver esto con mi variado catálogo de hipocondrías y aprensiones. Es una cuestión mucho más simple y evidente, tanto como que a medida que voy cumpliendo años es inevitable que vaya teniendo más pasado que futuro, de modo que la vida va siendo cada vez más recuerdo y menos proyecto. Y el presente, de una forma sutil y constante, se va transformando en un fugaz relámpago que va quedando atrás, futuro que se hace pasado en un suspiro. Y es entonces, cuando ya eres quien eres mucho más por lo que has sido que por lo que podrás llegar a ser, es cuando esta terrible enfermedad, traicionera, puede sobrevenirte para robarte tus recuerdos y con ellos tu vida, hasta llevarte a no ser alguien o, quizás, a ser alguien que no eres tú. Porque si eres por lo que has sido, al borrarte la memoria de ti mismo, ¿qué te queda, en qué te conviertes? Este verano incandescente que hemos padecido vi en un telediario a una mujer a la que le había ardido su casa. Entre sollozos se lamentaba de que, con ella, se había abrasado su vida, quedando todos sus recuerdos reducidos a cenizas. Pensé, en ese instante, que eso viene a ser el alzhéimer, un fuego interior que arrasa con tu vida y difumina tus recuerdos como cenizas esparcidas por el viento del olvido. Y que te arrebata, de manera inmisericorde, la capacidad de añorar, la posibilidad consciente de sentir el dolor agridulce de la nostalgia.

Me comentaba un amigo que en algunos países sudamericanos de habla hispana se dice que, al que padece este mal, lo que le ocurre es que “se le fueron los tiempos”. A dónde se habrán ido, entonces,  los tiempos de mi amiga Quina, inteligente, dicharachera, torbellino imparable de ocurrencias. O los de mi amiga Rosamari, tan elegante, tan culta, tan acogedora. Sus tiempos se van hacia el olvido y, a menudo, se llevan con ellos el tiempo de quienes les rodean y los quieren y los cuidan, como una tempestad que desatase todos los demonios de la desmemoria, impidiéndote, siquiera, reconocer lo conocido. En el sobrecogedor y esperanzado libro de Pedro Simón, Memorias del Alzheimer, en el que se recogen con delicada ternura las historias de personajes que padecen o padecieron la enfermedad, de Solé Turá a Maragall, de Chillida a Antonio Mercero, el hijo de este último dice una frase que viene a resumir la angustia insoslayable de las circunstancias que rodean al mal, este terrible dolor de ida y vuelta: “Todo el mundo te habla de cuando tu padre no te va a conocer, pero nadie te prepara para el día en que tú no vas a conocer a tu padre”.

4 comentarios:

Muli dijo...

Precioso comentario.Me ha emocionado mucho.¡Ay qué penita!
Un abrazo,Jaime

Carlos Rivero. dijo...

Magnífico Jaime y además te deja un desconcertante escalofrío.
Un abrazote.

ITO dijo...

Querido Jaime, al leer esto, faltándome apenas 2 meses para los 40, no puedo dejar de sentir también un escalofrío. Y tú pensarás seguramente que no tengo motivos, pero hace poco leí o escuché algo sobre los 40 que me hizo pensar. Decía algo así: "A partir de los 40 empiezas a darte cuenta que hay cosas que nunca harás en la vida"

Pero veamos el vaso medio lleno, y fijémonos en todas las cosas que hemos hecho, y las muchas que haremos, no?

Un Abrazo de tu sobrino

Anónimo dijo...

Permíteme recordar también a Adolfo Suárez, una figura de vital importancia en la historia reciente de nuestro país, quien también padece esta enfermedad desde hace algunos años.