martes, 30 de marzo de 2010

MI AMIGO MANUEL

Mi amigo Manuel, dueño del Bar Deportivo del Jamón (excelentes tapas, exquisita cerveza, trato familiar) es un hombre culto y sensible, polígloto, republicano de pro, culé contumaz, amable y bondadoso. Normalmente buen conversador, en ocasiones sufre abscesos de lo que, con sorna, hemos dado en llamar "el sentido trágico de la vida". Los sufre sin previo aviso, de un día a otro. Incluso, de un momento a otro y, la mayoría de las veces, como suele ser normal en los arrebatos melancólicos (que me lo digan a mí) sin saber por qué, con lo que resulta casi imposible defenderse de su ataque repentino y avieso. Cuando ello ocurre, aplica economía en las palabras y anda, detrás de la barra, con la mirada baja y el paso cansino atendiendo a los parroquianos que allí acudimos en romería, no sé si con el deseo íntimo de que nos fuéramos todos a hacer muchas puñetas y lo dejáramos en paz con sus cuitas. Tal cual ocurre con sus causas, estas arremetidas de angustia tampoco tienen una duración previsible. Un día, dos, más, unas horas. Pero así como su inicio es fulgurante, su desaparición suele ser paulatina, más o menos pausada, y siempre con un pico en el que hacen crisis.

Cuando el barrunto metafísico está en lo alto, ha acuñado una frase que, colgada de una media sonrisa, me suelta junto a la caña como un mazazo: "Jaime, si no fuera por el alcohol y por el tabaco, yo estaría muerto hace mucho". ¿Puede haber, en estos tiempos de cursilería sostenible que vivimos, en este reino pedante y sabiondo del eufemismo, una máxima tan políticamente incorrecta, tan definitiva y tan contracorriente? Yo me regodeo con su retranca y lo beatifico, cerveceramente hablando, imaginándome a tanto biempensante relamido resoplando ante su contundencia, mientras él se aleja, socarrón, camino del grifo.

En tanto dura el atropello emocional, él sigue allí, con la filosofía de su esperanza, ajeno a perífrasis y circunloquios, sin importarle ni siquiera su sombra, atendiendo y aguantando a la jarca de peregrinos que acudimos a esa meca laica y acogedora. A saber, a modo de ejemplo: el sinapismo madridista, el hombre que conversa consigo mismo, Moisés reencarnado en pelmazo recalcitrante, un inspector de Educación virtuoso del palillo escarbamuelas, sindicalistas salvadores de sí mismos, jugadores de fútbol sala, abogados varios, salvapatrias añejos, maestros ciruela y no, algún juez cataplasma, el chino vecino, el vecino no chino, el emigrante risueño de Malí, el cubano, la del sombrero, la otra del sombrero, la peña del fondo, el jubilado revientabuches de máquina, Angelito el de Universitas y, en fin, poetas cascarrabias y chinches como el que suscribe. Estoico, aguanta este batiburrillo infernal, variopinto y contradictorio, con la mejor de sus paciencias, esperando que pase la tormenta y escampe. Y, de pronto, sin saber cómo, de la misma manera que vino, el arrechucho existencial hace crisis y parece que la luz asoma por entre las espinas. Yo lo sé porque entonces Manuel, sobre el esquema de su primer planteamiento y aplicando un matiz que dulcifica su rotundidad, me dice: "Jaime, si no fuera por el alcohol y por el tabaco, yo me habría vuelto loco hace mucho". O sea, Cioran para todos. Iconoclasia con aceitunas.


Ahí sé que ha llegado el momento de encender un cigarro y pedirle otra cerveza esperando que, con recochineo y con esa chispa en los ojos que presagia el camino ascendente, me conteste: ¡Voy "deseguida"!. Y así, entre máximas, máximos y mínimos, entre cerveza y tabaco, mi amigo Manuel y yo seguimos viviendo sin volvernos demasiado locos.


(Entrada ya publicada, pero corregida y aumentada para el "HOY)

3 comentarios:

Carlos Rivero. dijo...

Hola Jaime!.Sólo paso para leer tu entrada y saludarte.
Descripción taberneril digna de Quevedo..jejejej
Un abrazo.

Manolo el de la pala dijo...

Vamos Jaime, duro con la vida y con el abceso de Manolo. Más de uno lo hemos sufrido. Y de otro tipo, no te digo...

Juan dijo...

¡Vaya un Manuel!.Me gusta como describes el ambiente de los bares.
Un saludo.Juan